EL DISCURSO DE LA PROFESIONALIZACIÓN EN LA DOCENCIA

INTRODUCCIÓN

El discurso de la profesionalización docente aparece prácticamente como omnipresente en nuestra vida docente: las autoridades educativas recurren a este discurso, los organismos internacionales lo hacen centro de sus recomendaciones, los medios de comunicación lo repiten, los padres lo exigen, las instituciones educativas se hacen eco, los sindicatos lo usan y repudian a la vez, etc. Por otra parte, este discurso también tiene que ver con los docentes que se forman y cómo impacta en esta formación considerar a los docentes como profesionales. En el presente trabajo, que es una reformulación de un trabajo de postgrado de la Maestría en Política y Gestión de la Educación de la Universidad Nacional de Luján, se pasará revista a algunos documentos de organismos internacionales, se expondrán distintos enfoques de autores que están a favor de la profesionalización, o bien que la niegan para la docencia y se hará hincapié en la relación con la formación docente y la calidad de la educación.

A lo largo del trabajo se enfatiza una visión crítica del actual discurso de la profesionalización, en particular cuando se la pretende asemejar a las profesiones tradicionales. Serán solo algunas puntas para el análisis, y de ninguna manera se pretende abarcar el problema en toda su complejidad. Se trata de una revisión de documentos de organismos internacionales y de algunos autores que han incursionado en el tema. Esta revisión puede ayudar a visualizar la complejidad que entraña el discurso de la profesionalización, sin descuidar que, más allá de la adhesión o no a dicho discurso, resulta imperativo el compromiso por formar en la rigurosidad teórica y práctica con vistas de una docencia comprometida con la formación de los ciudadanos y en particular los de los sectores más desprotegidos.

LA PROFESIONALIZACIÓN DOCENTE SEGÚN LAS AGENCIAS INTERNACIONALES

Todos los documentos de las agencias internacionales de los últimos años hacen referencia a la profesionalización de los docentes utilizando para ello distintas estrategias. La formación inicial de los docentes debería también encaminarse en ese sentido: así podríamos decir que en la formación docente se está formando un profesional de la educación. La declaración de Jomtien (Educación para todos) dice que “si el proceso de aprendizaje está orientado hacia los logros y basado en la adquisición de conocimientos junto con técnicas para resolver problemas, entonces los docentes deben ser preparados en consecuencia...” (Conferencia Mundial sobre educación para todos, 1990 :7).

Se podría decir que esta idea de la profesionalización para el campo de la educación no es nueva, sin embargo aparece con mayor fuerza en el contexto de las políticas neoliberales. Por ello, vamos a comenzar rastreando el sentido que se otorga al concepto “profesionalización” en el discurso actual de las agencias internacionales, tratando de no quedar atrapados en sus argumentos, atentos a la advertencia que formula Adriana Puiggrós sobre las consignas neoliberales, en el sentido de que “se apropian de aquellas palabras que expresan auténticas demandas y las reciclan en una jerarquía economicista, alterando su orden sintáctico y añadiéndoles adjetivos o adverbios que las modifican sustancialmente” (Puiggrós, 1995 :47).

Si bien este trabajo toma principalmente documentos del período 1970-95, se hace necesario recurrir a otros de períodos anteriores para seguir la idea de la “profesionalización”. Así, en el documento sobre “La situación del personal docente” (Recomendación internacional de 1966, UNESCO/OIT), en el punto 4 se dice: “debería reconocerse que el progreso de la educación depende en gran parte de la formación y de la competencia del profesorado, así como de las cualidades humanas, pedagógicas y profesionales de cada educador”.

También el punto 5 hace referencia a que los educadores “disfruten de una situación justa y que la profesión docente goce del respeto público que merece”.

El punto 6 considera claramente a la docencia como una profesión, entre otras cosas debido a los conocimientos y las responsabilidades que implica:

“La enseñanza debería considerarse como una profesión cuyos miembros prestan un servicio público; esta profesión exige de los educadores no solamente conocimientos profundos y competencia especial, adquiridos y mantenidos mediante estudios rigurosos y continuos, sino también un sentido de las responsabilidades personales y colectivas que ellos asumen para la educación y el bienestar de los alumnos de que están encargados”.

El punto 8 aclara que las condiciones de trabajo deberían “permitir a los educadores entregarse plenamente a sus tareas profesionales”.

El punto 10 j) hace referencia a la formación profesional: “en lo que respecta a la formación y perfeccionamiento profesional del personal docente, son necesarias una investigación y acción coordinadas, sistemáticas y continuas”

El punto 39 del mismo documento habla de un período de prueba para los docentes que se inician, cuyos “requisitos exigidos deberían ser de orden estrictamente profesional”, y en el punto 91 se habla del tiempo para las actividades de perfeccionamiento docente: “el personal docente debería disponer de tiempo suficiente para poder participar en actividades destinadas a promover su perfeccionamiento profesional durante el ejercicio de su cargo”.

En general, el documento citado toma a la profesión docente en relación a la formación para el desempeño de una función que exige responsabilidades especiales para con la educación de los alumnos. Se trataría de igualar, de esta manera, a las demás profesiones que tienen un status y reconocimiento social fundado en la seriedad y rigurosidad de los estudios de grado y en la forma en que se ejerce. Esto podría estar en relación con el hecho de haber elevado en la década del 70 la formación docente al nivel terciario de la enseñanza, a cargo de institutos de formación docente, y en algunos casos con la inserción de las carreras de magisterio en las universidades.

El documento de la Quinta Reunión del Comité Regional Intergubernamental del Proyecto Principal de Educación para América Latina y el Caribe (PROMEDLAC, Santiago de Chile) de 1993, también desarrolla el tema de la profesionalización.

“El Comité entiende por profesionalización el desarrollo sistemático de la educación fundamentado en la acción y el conocimiento especializado, de manera que las decisiones en cuanto a lo que se aprende, a cómo se lo enseña y a las formas organizativas para que ello ocurra, se tomen de acuerdo a los avances de los conocimientos científicos y técnicos, los marcos de responsabilidad preestablecidas, los criterios éticos que rigen la profesión y los diversos contextos y características culturales” (UNESCO/OREALC, 1993 :26).

Y agrega que “dicha profesionalización no es exclusivamente un acto técnico sino que debe concebirse en el marco de consensos y acuerdos educativos estables y democráticos” (UNESCO/OREALC, 1993 :26).

A pesar de que el documento haga esta última aclaración respecto de no considerar a la profesionalización como un acto exclusivamente técnico, la definición que presenta no deja prácticamente dudas de lo contrario. Por otra parte, se hace referencia en diversos documentos a la responsabilidad que supone actuar profesionalmente: responsabilidad por los procesos y sobre todo por los resultados del aprendizaje y la calidad de la educación. En este sentido, se la asimila al desempeño de una profesión liberal, sin tener en cuenta que lo más corriente ha sido y es que la docencia se ejerce en el marco del trabajo asalariado (sea del Estado o del ámbito privado). Resulta que ligan la responsabilidad a la transformación de las instituciones en búsqueda de mayor autonomía en la gestión. Parecería que se da un traspaso de la responsabilidad indelegable del Estado por la educación a las instituciones y a los docentes. Como dice Myriam Southwell hablando de las imágenes del docente,

“El discurso político del neoliberalismo latinoamericano parecería propiciar una nueva imagen apostólica del docente, no ya la del sacerdocio laico, sino la de un sujeto sobre el que recaen responsabilidades que antes cumplía el Estado. Esta situación ha generado en el docente una pérdida de especificidad de su tarea, al tiempo que se ha hecho recaer en él toda la responsabilidad acerca del éxito o fracaso del proceso educacional, a pesar de retribuirle con magras condiciones de trabajo” (Southwell, 1995 :14).

Evidentemente, el tema de la profesionalización se presenta desde distintas perspectivas, y en el discurso actual encierra una serie de contradicciones. El reclamo de la docencia como colectivo acerca de la necesidad de ser respetados como profesionales de la educación y ser tratados como tales, encuentra en este nuevo contexto internacional y nacional una respuesta que desvirtúa la esencia del mismo. Podríamos decir que, en este contexto, la profesionalización no viene sola, sino de la mano de otras medidas y exigencias que sólo se entienden en el marco de las transformaciones neoliberales. Así es como se reconoce (desde distintos sectores) la necesidad y demanda de los docentes, pero se liga la idea de la profesionalización con el traspaso de responsabilidades propias de estratos gubernamentales a los agentes individuales (docentes) y sus instituciones; se intenta asignarles mayor cantidad de tareas; agregarles días y horas de clase, todo por el mismo salario; se los hace responsables de solucionar graves problemas (de aprendizaje y sociales en general) no generados por los docentes ni las instituciones educativas sino por el propio sistema educativo (y muchas veces, más allá de éste, por el sistema socio-económico) a través de sus reglamentaciones.

En este sentido, podemos coincidir con Daniel Feldman cuando afirma que

“ ...reclamar autonomía profesional no implica desligar al Estado de sus responsabilidades. El ejercicio de la autonomía responsable requiere de condiciones de todo tipo y parece irresponsable apelar a la autonomía de los docentes cuando no se crean en absoluto esas condiciones. La apelación a la autonomía en esos casos sólo redunda en una intensificación de las tareas y en una derivación de las responsabilidades hacia quienes no pueden rechazarlas porque deben asumir todos los días la tarea de educar... Por lo tanto, profesionalizar implica brindar condiciones profesionales” (Feldman, 1996 :13).

PROFESIONALIZACIÓN, FORMACIÓN DOCENTE INICIAL Y EN SERVICIO

Como decíamos más arriba, en los años 70 se da la terciarización de la formación docente (inicial y primaria). En la actualidad toda la formación de docentes para los niveles inicial, primario (educación general básica) y medio o polimodal se encuentra bajo la responsabilidad de institutos de formación docente de las distintas provincias y carreras de profesorados de las Universidades (estas últimas principalmente para el nivel medio). No debemos olvidar que la terciarización de la formación docente está basada en recomendaciones internacionales (UNESCO/OIT, 1966, art. 14) que sugieren una formación de nivel secundario como requisito para acceder a los estudios de magisterio, con el objetivo de profesionalizar el desempeño docente: alargar la formación como base para el logro de la profesionalización. Inclusive se dio la discusión acerca de llevar la formación de docentes de nivel primario hasta 4 o 5 años, como cualquier otra carrera universitaria. Hoy parecería que hay una vuelta al pasado en las sugerencias de las agencias internacionales: están sugiriendo reducir la formación inicial de los maestros y favorecer las instancias de formación en servicio.

“En vez de concentrarse en una larga formación académica, el proceso de formación docente debería contemplar una preparación pedagógica más breve, combinada desde el inicio con prácticas directas, en la que el alumno-maestro vaya asumiendo responsabilidades crecientes... Esto significa que, al contrario de la práctica prevaleciente, la formación continua, a lo largo de la vida profesional, tendría mayor preponderancia que la formación inicial” (CEPAL/UNESCO, 1992 :184).

Schiefelbein y Tedesco tratan de entender esta vuelta a una formación inicial más breve, y la justifican en que “existe una fundada presunción acerca del escaso impacto que ha tenido la elevación formal del nivel de estudios de los docentes en los resultados del aprendizaje” (Schiefelbein y Tedesco, 1995 :99).

Por su parte, el Banco Mundial hace mención a distintas estrategias para la formación en servicio y dice que

“ ...entre los elementos reconocidamente eficaces de formación en servicio se cuentan la presentación de nuevas teorías o técnicas, las demostraciones de su aplicación, la práctica, el intercambio de información y el entrenamiento continuado. Como lo indican esos elementos, la formación en servicio es más eficaz cuando está directamente vinculada a la práctica en el aula y cuando la imparte el jefe de docentes... Los programas de educación a distancia para la formación pedagógica en servicio (y anterior al servicio) suelen ser más eficaces en función de los costos que los programas de enseñanza en internados” (Banco Mundial, 1996 :91-92).

Las prioridades del Banco a la hora de otorgar créditos están centradas en la educación básica y los instrumentos e insumos tecnológicos para favorecer la adquisición de competencias básicas. Por otra parte, todas sus propuestas crediticias tienen como fundamento el análisis económico centrado en la eficacia en función de costos. Dice Coraggio que el Banco Mundial “por ahora se ha planteado invertir en otros insumos del proceso educativo: textos y otros materiales didácticos. La preocupación económica también lleva a privilegiar las formas menos costosas de capacitación de maestros (guías didácticas, educación a distancia, capacitación en servicio, etc.)” (Coraggio, 1992 :39). Y en otro texto, el mismo autor dice que

“ ...el Banco sabe que hay que capacitar a los docentes, pero mediante programas remediales en servicio (si es posible a distancia), pues no es eficiente invertir más en su formación previa. Sabe también que reducir por debajo de 40-50 el número de alumnos por maestro o aumentar los sueldos de los docentes no contribuyen de manera eficiente a mejorar el aprendizaje” (Coraggio, 1995 :25).

En este sentido, la inversión en la formación en servicio a través de distintos medios resultaría más eficiente (más barata) que la inversión en la formación inicial de maestros, ya que, como parecen concluir las hipótesis de las agencias internacionales, ésta no se ha traducido en mejores resultados de aprendizaje de los alumnos de educación básica.

Resulta interesante transcribir el análisis que realiza el mismo Banco Mundial sobre su evolución en el otorgamiento de créditos:

“Se atribuye cada vez más importancia a la educación primaria y secundaria, que en los ejercicios 1993 y 1994 recibieron la mitad del total de préstamos para la educación... Los préstamos para la formación de maestros se mantuvieron prácticamente constantes en alrededor del 9% del total para el sector hasta el período de los ejercicios 1990-94, en el que disminuyeron al 7% y se dejó de hacer hincapié en la capacitación previa al servicio para pasar a la capacitación en servicio. En los ejercicios 1970 a 1974, por ejemplo, el 49% de los proyectos del Banco contenían componentes de capacitación anterior al servicio y el 35% componentes de capacitación en el servicio. Para los ejercicios 1990-94 las cifras comparables eran de 39% y 65%. En los proyectos de formación de maestros se presta actualmente apoyo a la elaboración de planes de estudio, a la capacitación pedagógica y a la preparación de materiales didácticos, en tanto que anteriormente los proyectos se concentraban principalmente en el suministro de instalaciones para la formación de maestros” (Banco Mundial, 1996 :166).

Esta tendencia a reducir la formación inicial y priorizar la formación en servicio aparece como contradictoria respecto de la idea de profesionalización de los docentes. Si lo que se pretende es que los docentes sean profesionales, con sólidos conocimientos teóricos y prácticos, y por otra parte se limita su formación inicial, difícilmente se pueda concretar tal ambición. Esto significa desconocer la impronta de los estudios iniciales de grado, que serán los que posibilitarán emprender una formación continua a lo largo del desempeño laboral. De esta manera de pone de manifiesto que las propuestas de estas agencias entran en una gran contradicción, propia de su lógica economicista.

¿PROFESIONALES O TRABAJADORES DE LA EDUCACIÓN?

No se puede dejar de aclarar que el discurso de la profesionalización ha estado en pugna con el del docente entendido como trabajador de la educación, éste último sustentado fundamentalmente por las asociaciones gremiales a partir de la década del 70. Se reivindica la categoría de “trabajador de la educación” para los docentes, identificando la lucha de éstos con las luchas de los trabajadores como conjunto de clase asalariada. De esta manera,

“ ...el énfasis puesto en la condición de trabajador asalariado constituye un freno a toda pretensión de exigir al docente prestaciones que vayan más allá de lo explícitamente establecido en el estatuto del docente y la convención colectiva de trabajo... Desde entonces, el antiprofesionalismo es una posición de lucha ya instalada en el campo del gremialismo docente argentino, posición que se renueva toda vez que desde el campo del Estado se reiteran proyectos de profesionalización del magisterio de educación general básica” (Tenti Fanfani, 1995 :19).

Como ejemplo, nos basta la actual lucha docente desde la Carpa Blanca frente al Congreso Nacional y el proyecto del Ministerio de Educación para mejorar el financiamiento de la educación, al que denomina “de profesionalización docente” (financiamiento ligado a cambios de los Estatutos docentes, léase flexibilización laboral docente).

Estos dos polos de la discusión: trabajador-profesional, han ido tomando distinta fuerza con el paso de los años y en relación a contextos socio-políticos más favorables a una u otra idea. Podríamos, quizás, decir que la idea del trabajador tomó más auge durante el período 1973-76 y desde 1983 a 1988. A partir de allí comienza a instalarse nuevamente con fuerza la idea de la profesionalización, impulsada fundamentalmente desde los organismos internacionales: se impulsa el discurso y se lo acompaña con medidas directas como créditos para financiar políticas y programas en este sentido.

Sin embargo, en los Estados Unidos, al decir de Burbules y Densmore, el discurso de la profesionalización ha sido utilizado por los mismos profesores como parte esencial de la lucha por las condiciones laborales: las negociaciones laborales se apoyan en la relevancia del trabajo profesional y todo lo que éste implica, para obtener concesiones y beneficios para el sector.

“La estructura de responsabilidad educativa impuesta por las actuales corrientes políticas degrada a los profesores y daña su integridad laboral. El lenguaje de la profesionalización es una respuesta natural e independiente de la ocupación, y ha sido utilizada por los profesores como punto de apoyo a la hora de obtener concesiones y consideraciones especiales en sus negociaciones laborales (Ozga, Lawn, 1981)” (Burbules y Densmore, 1992 :70).

OTRAS VOCES ACERCA DE LA PROFESIONALIZACIÓN

Resulta útil, antes de avanzar, tener en cuenta el papel que le ha cabido al Estado en la conformación de la docencia como profesión, dado que aparece como un caso especial si comparamos cómo han surgido otras profesiones.

“El magisterio, a diferencia de otras profesiones, no surgió de una asociación espontánea. Fue el propio Estado (a través de sus representantes) quien se encargó de crear las instituciones de formación, de definir el tipo de preparación -mediante la promulgación de planes y programas de estudio y el establecimiento de modalidades de ingreso, exámenes, titulaciones- y de regular las formas de acceso al ejercicio. Esta peculiaridad de origen le dio a la enseñanza una impronta particular” (Alliaud, 1995 :3).

Considerar este origen particular de la profesión docente, en lo que hace al rol que ha jugado el Estado en su constitución, resulta fundamental para no caer en posiciones simplistas de querer igualar y comparar a la docencia con otras profesiones en todos sus términos. Ya que, al pretender asimilar la docencia con las profesiones tradicionales, también se estarían tomando sus ideas y visiones acerca de lo que debe ser una profesión, basadas generalmente en una racionalidad instrumental. Dice Schön que “la racionalidad técnica defiende la idea de que los profesionales de la práctica solucionan problemas instrumentales mediante la selección de los medios técnicos idóneos para determinados propósitos” (Schön, 1992 :17).

Desde esta perspectiva Schön realiza un análisis crítico de las profesiones, llegando a decir que éstas se han apartado del pacto social por el cual la sociedad les depositó autoridad en el área.

“A cambio del acceso a su extraordinario conocimiento en asuntos de vital importancia humana, la sociedad les ha concedido un mandato sobre el control social en sus áreas de especialización, un alto grado de autonomía en su práctica, y una licencia para determinar quién asumirá el manto de la autoridad profesional -Hughes, 1959-. Pero en el actual clima de crítica, controversia e insatisfacción, el pacto se está rompiendo y cuando se cuestiona tanto la pretensión por parte de los profesionales de poseer conocimientos extraordinarios ¿por qué deberíamos continuar otorgándoles derechos y privilegios excepcionales?” (Schön, 1992 :21).

Y agrega: “si existe una crisis de confianza en las profesiones y en sus centros de formación, su origen reside en la epistemología de la práctica que hoy prevalece” (Schön, 1992 :25).

Siguiendo el razonamiento crítico de Schön respecto de las profesiones en su vertiente instrumental, éste llega a la conclusión de que es necesario incorporar la dimensión del arte en la formación de profesionales y en el ejercicio profesional. Esta dimensión está asociada con la incertidumbre, lo creativo ante lo nuevo, las situaciones desconocidas, donde las recetas instrumentales no responden o resultan insuficientes. “Desde la perspectiva de la epistemología de la práctica (...) el arte profesional se entiende en términos de reflexión en la acción y desempeña un papel central en la descripción de la competencia profesional” (Schön, 1992 :43).

Por otra parte, Tenti Fanfani trata de establecer, siguiendo en parte a Max Weber, cuáles serían los conceptos mínimos que se encuentran involucrados en la idea del profesional o la profesionalización. De esta manera llega a caracterizar a una profesión como “una combinación estructural de tres características típicas: conocimiento acreditado mediante títulos, autonomía en el desempeño y prestigio y reconocimiento social” (Tenti Fanfani, 1995 :20).

Si tenemos en cuenta estas características, la docencia no podría ser considerada una profesión estrictamente hablando, porque prácticamente no cumpliría más que con el requisito del título, y en parte con relativa autonomía para desempeñar sus tareas. Es así que diversos enfoques sociológicos la han encuadrado en lo que han llamado “semiprofesiones”,

“ ...ya que carece de un cuerpo de conocimientos propio y complejo, de criterios restrictivos de acceso, de organización profesional, está desempeñada por una alta proporción de mujeres y es dependiente respecto del Estado. Si avanzamos en el recorrido histórico veremos que la profesionalidad de las tareas de enseñanza fue y sigue siendo una asignatura pendiente, que abre una polémica difícil de resolver” (Alliaud, 1995 :6).

La afirmación de Alliaud resulta bastante evidente. Si consideramos el cuerpo de conocimientos propio, encontramos que generalmente los docentes recurrimos al aporte de variadas disciplinas como la sociología, la filosofía, la psicología, etc., para sustentar nuestras decisiones, propuestas, investigaciones. En tal caso, podríamos aventurar que el cuerpo de conocimientos propio del campo docente se encuentra en construcción. Por otra parte, los criterios de acceso al ejercicio de la docencia, fundamentalmente en el nivel universitario, no existen con respecto a una titulación específicamente docente. Cualquier título universitario afín a la asignatura a dictar es admitido. Incluso, los profesionales de las llamadas profesiones tradicionales desempeñan la docencia a partir de su título académico sin tener, en la mayoría de los casos, ninguna preparación específica para hacerlo, simplemente por el hecho de que se considera que el que sabe, sabe enseñar. A su vez, en estas profesiones, el ser ‘profesor’ adquiere una relevancia particular hacia el interior del campo profesional propio. En otros niveles del sistema educativo, en cambio, existen algunas exigencias de ingreso al sistema, en particular ligadas al título, edad, etc. Respecto de la organización profesional, la docencia, a lo sumo, ha llegado a constituir asociaciones en relación con distintas áreas, como asociaciones de maestras jardineras, de docentes de educación especial, de docentes de escuelas técnicas, de docentes universitarios de un área o asignaturas como historia, economía, ciencias agrarias, etc. (aquí no se tienen en cuenta las asociaciones gremiales que basan su accionar en la defensa de los derechos laborales y no tanto en la regulación de la actividad académica -si es que estas cosas se pueden separar-).

Si se consideran las posturas que defienden la profesionalización de los docentes, Burbules y Densmore entienden que éstas cometen tres errores:

• ignoran el proceso por el que las ocupaciones se convierten en profesiones. En este sentido, el llamado a la profesionalización se basa en una visión ahistórica de cómo una profesión llega a ser lo que es.

• suponen que una ocupación puede seleccionar algunos aspectos de la profesionalización sin tomar otros.

• hacen de la profesionalización la prioridad número uno de la reforma educativa en Estados Unidos.

Estos autores consideran que

“ ...el profesionalismo de la docencia se ha convertido en una ideología, un sistema de creencias que contiene una parte de percepción que sirve también para oscurecer cuestiones importantes... El profesionalismo de los profesores es una ideología que tiene que ver con las conflictivas expectativas que nuestra sociedad demanda de los profesores” (Burbules y Densmore, 1992 :69).

Cuando se analizan otras profesiones tradicionales, como la medicina o el derecho, se puede observar que los requisitos descriptos más arriba a veces no están todos presentes, sin embargo conservan el título de ‘profesiones’. En este sentido, el status profesional no es una adquisición natural sino producto de la lucha política por legitimar privilegios y recompensas económicas. “Desde esta perspectiva, ‘profesional’ no es un término descriptivo, sino un símbolo que reserva nuestra cultura para unas pocas ocupaciones, un constructo que promueve una identificación positiva de grupos de élite y los otros (Hoyle, 1982; Larson, 1977)” (Burbules y Densmore, 1992 :72).

Así, el status se gana, en última instancia, con el reconocimiento público por el servicio que presta una determinada ocupación a la sociedad. Este reconocimiento viene como consecuencia de ese servicio. No es un antecedente, algo a priori, sino algo que se genera a raíz de la acción social y política que llevan adelante los miembros de una ocupación en una sociedad con el fin de lograr constituirse como profesión.

Hay otros elementos que se deben tener en cuenta en las perspectivas que niegan la posibilidad de profesionalización de la docencia. En primer lugar aluden a una cuestión de género: se trata de un campo laboral ocupado fundamentalmente por mujeres, y en este sentido la tendencia social a subvalorar el trabajo femenino resulta un obstáculo fundamental. Por otra parte, la proveniencia mayoritaria de los docentes de la clase media a media baja tilda las metas laborales de una relativa modestia; y por último, el papel de los sindicatos y organizaciones profesionales en la actualidad, que no son las fuerzas políticas y económicas que fueron en otros tiempos, y por lo tanto no es fácil que logren avanzar en la perspectiva de la profesionalización. “Profesionalizarse, además, no es simplemente una cuestión de voluntad laboral; su posibilidad radica en una confluencia de circunstancias sociales, políticas y económicas” (Burbules y Densmore, 1992 :75).

Volviendo a la idea de la profesionalización de la docencia en términos de las profesiones tradicionales, resulta sumamente complejo tomar algunos de sus aspectos y descartar otros, de allí que los defensores de esta idea o ‘ideología’ intentan construir una noción de profesión ajustada a las circunstancias de la enseñanza, seleccionando los rasgos de las profesiones que resultan atractivos y repudiando los demás. Pero para Burbules y Densmore, “a la luz de la evidencia histórica y sociológica no es realista sugerir que sea posible seleccionar algunos aspectos y no otros del profesionalismo, que puedan hacerse equilibrios para conservar los aspectos atractivos del profesionalismo sin cargar con sus inconvenientes” (Burbules y Densmore, 1992 :76).

A partir de esta idea, los autores recién citados desarrollan los argumentos por los cuales consideran que la enseñanza no debe profesionalizarse, y si bien lo hacen aludiendo a la situación estadounidense, resultan aplicables a nuestra situación: 1) en primer lugar admiten que en las actuales condiciones presupuestarias y exigencias de capacitación, la mayoría de los profesores nunca alcanzarán categoría profesional, con lo cual lo único que se logrará es una profesionalización para unos pocos. 2) Al intentar aplicarse exámenes rigurosos de acceso y control profesional, se restringe la oferta y de esta manera “la búsqueda de profesionalismo lleva consigo formas de acción política interesadas que son incompatibles con los objetivos democráticos a los que se encuentran adheridos los educadores en la actualidad” (Burbules y Densmore, 1992 :77). 3) Considerar a los docentes como profesionales puede llevar a un distanciamiento con respecto al público, en particular con los padres, y sobre todo con los padres pobres, con quienes se mantendría una relación paternalista. Utilizar el supuesto status profesional haría que los docentes se crean los únicos autorizados en el campo de la educación. La opinión y participación de los padres se vería restringida porque aparecerían como ajenos al problema. Se esperaría de ellos una actitud pasiva, como la tradicional relación médico-paciente. Uno es el que sabe, para eso es profesional, el otro el que acepta pasivamente sus dichos y haceres porque no sabe. Sin embargo, “la educación, a diferencia de otros campos, depende tanto de juicios especializados como de una decisión democrática y participativa de metas y objetivos” (Burbules y Densmore, 1992 :79).

Finalmente, Burbules y Densmore concluyen que

“ ...adoptar la retórica del profesionalismo supone recoger deudas públicas que en el momento de ser saldadas no serán coherentes con lo que los profesores tienen en mente. En otras profesiones, por ejemplo, los clientes pueden elegir al profesional que deseen: de ahí que la consecución del profesionalismo de los enseñantes ejercería un notable impulso sobre las propuestas en favor de los bonos, de una mayor privatización, de créditos en impuestos para la enseñanza, etc.” (Burbules y Densmore, 1992 :80).

Por último, otro aspecto a tener en cuenta es que este discurso sobre la profesionalización docente, tanto de nivel nacional como internacional, viene patrocinado por grupos de expertos que tienen sus propios intereses en el asunto. Estos van creando la conciencia de que ellos son los únicos capacitados para llevar adelante esta cruzada de la profesionalización con vistas de la elevación de la calidad de la educación. Así es como refuerzan su poder y en muchos casos hacen de una causa que podría ser loable, un trampolín para ascender en las burocracias. Tenti Fanfani relaciona lo que sucede en Estados Unidos en este sentido, y lo que sucede en América Latina y dice que “en Estados Unidos el impulso a las estrategias de profesionalización docente proviene de una corporación (los especialistas universitarios en educación) que tienen interés objetivo en mejorar su status y reconocimiento tanto en el campo universitario como social en general” (Tenti Fanfani, 1995 :21). En América Latina, en cambio, el discurso de la profesionalización desde los grupos de poder aparece con otros intereses y en otros contextos: “muchas iniciativas en este sentido provienen de las élites político-técnicas instaladas en los ministerios nacionales de educación” (Tenti Fanfani, 1995 :21).

Entre las consecuencias nefastas que pueden derivar de esta concepción de profesionalización que se intenta imponer está lo que tiene que ver con la competencia (propia del mercado) al interior de la docencia y los sistemas de control. “ ...Se trata de introducir en las escuelas el tipo de estructura jerárquica altamente diferenciada que rige en las universidades. Junto con la ‘profesionalización’ es fácil proponer una diferenciación más aguda de roles, tareas y remuneraciones y mecanismos más estrictos de evaluación y control” (Feldman, 1996 :12).

PROFESIONALIZACIÓN Y CALIDAD DE LA EDUCACIÓN

El discurso de la profesionalización (que como hemos visto no es nuevo), se encuentra estrechamente ligado a la crisis del sistema educativo y a la mejora de la calidad de la educación, especialmente a partir de la década del 80 y con mayor énfasis en la del 90. Si de lo que se trata es de garantizar la calidad de la educación, se impone que los recursos humanos del sistema actúen profesionalmente. Como dice Tenti Fanfani, refiriéndose al debate sobre el tema en Estados Unidos, “la profesionalización se convierte en la llave maestra del mejoramiento de la calidad de la educación” (Tenti Fanfani, 1995 :20). Por otra parte, el tema de la calidad aparece ligado al conocimiento y la tecnología: para insertarse en un mundo cada vez más competitivo y globalizado, se impone el manejo de los instrumentos de la tecnología y conocimientos tanto básicos como especializados. Al decir de CEPAL/UNESCO, la educación y el conocimiento serían los ejes de la transformación productiva con equidad.

En la lógica de este discurso, Federico Mayor, prologando el libro de Schiefelbein y Tedesco, dice que

“ ...la calidad de la educación es -sea cuales fueren los logros cuantitativos- el gran reto de los albores del siglo XXI en todo el mundo. Y la calidad de la educación refleja directamente la de los educadores: actualización periódica, ayuda y asesoramiento personal... La formación permanente de los formadores es la clave del proceso educativo” (Schiefelbein y Tedesco, 1995 :6).

Dicen los autores recién citados que “mejorar la calidad de la educación implica, en última instancia, lograr que el maestro se desempeñe en la sala de clase con mayor efectividad” (Schiefelbein y Tedesco, 1995 :95). Desde otro ángulo, Burbules y Densmore consideran que

“ ...como es habitual, el llamamiento en favor de la profesionalización hace del cambio de los profesores el punto nodal de la reforma educativa: las propuestas que hacen hincapié en la profesionalización de la enseñanza como la prioridad ‘número uno’ de la reforma educativa no son más que el reverso de los informes que culpan a los profesores en primer lugar” (Burbules y Densmore, 1992 :83).

Respecto de la calidad de la educación en América Latina, Schiefelbein y Tedesco señalan que algunos de los indicadores que ellos detectan hablan de “problemas” de calidad. Toman los niveles de repetición y los bajos rendimientos académicos como indicadores directos de la calidad y los comparan con los de los países desarrollados. Luego enumeran una serie de indicadores indirectos que incidirían sobre los logros alcanzados:

“ ...los bajos niveles relativos de salarios de los maestros, la corta duración efectiva del año escolar, el reducido tiempo destinado al aprendizaje propiamente tal, el que muchos alumnos no dispongan de textos, las malas condiciones materiales de las escuelas o la alta deserción temporal confirman la existencia de problemas de calidad de la educación primaria en la región” (Schiefelbein y Tedesco, 1995 :9).

Reforzando la idea de la relación entre la calidad de la educación y formación docente, los autores citados dicen que

“ ...los países reconocen que, para mejorar la calidad de la educación, tienen que elevar el nivel de formación de sus agentes educativos y ofrecer a los docentes y administradores oportunidades efectivas de capacitación profesional... Sin embargo, no ha sido posible elevar sustancialmente la calidad de los programas de formación de maestros -en parte debido a las dificultades de las escuelas formadoras para atraer buenos candidatos”. (Schiefelbein y Tedesco, 1995 :87).

Tendríamos que aclarar que estas reflexiones que preceden no representan ninguna novedad si no fuera por el contexto o el marco en el cual se desarrollan y que tienen que ver con la identificación con el discurso globalizador y competitivo generado en esta nueva etapa del avance del capitalismo, que impone sus lógicas en distintos ámbitos y penetra todas las realidades. Así, la educación aparece marcada por estos parámetros como un bien del mercado, adoptando las leyes que determinan la competencia sobre la base de la calidad de los productos ofrecidos: educación básica, formación docente, desempeño laboral docente, competencias, etc.

En este tema de la crisis del sistema y la búsqueda de calidad, parecería que los docentes son los responsables (en gran parte) de los problemas de calidad. Esto parece desconocer la historia de la educación y la historia de maestras y maestros que en forma individual o colectiva, a través de sus asociaciones o sindicatos, lucharon y luchan por este ideal (claro que no en el mismo sentido). Y también se desconoce el papel que han desempeñado los alumnos como protagonistas en defensa de la calidad educativa: la reforma universitaria de 1918 es el mejor testimonio, y su vigencia a ochenta años lo sigue confirmando.

ALGUNAS CONCLUSIONES PROVISORIAS E INTERROGANTES

A lo largo de esta reflexión hemos visto, al menos desde algunos documentos, la orientación que proviene de los organismos internacionales respecto de lo que debería ser la docencia y por lo tanto por dónde debería encaminarse la formación docente, siempre desde sus propias lógicas. También hemos recurrido a otros estudios y autores que plantean estos temas desde otras perspectivas, a veces muy cercanas al discurso de las agencias y otras veces en las antípodas de esas propuestas.

Seguramente han quedado, en este sentido, huecos de información (tanto documental como estadística) y de análisis. De todas maneras, en base a lo expuesto, podríamos sintetizar puntualmente algunas ideas:

1. En lo que hace al discurso de las agencias internacionales, éstas apelan a la responsabilidad que supone actuar profesionalmente. Enfatizan en la responsabilidad por los resultados del aprendizaje de los alumnos, transfiriendo esta responsabilidad del Estado hacia los docentes e instituciones. Todos sabemos que los docentes siempre son responsables de su trabajo. Pero otra cosa es querer hacerlos responsables por todos los problemas no resueltos del sistema educativo, entre ellos la calidad del sistema, los índices de repitencia, deserción, etc. En estas cuestiones intervienen tantas variables, muchas de las cuales son generadas desde el Estado a partir de sus propias políticas económicas, sociales y educativas, que resulta incomprensible delegar semejante responsabilidad en los docentes.

2. En lo que hace a la formación docente inicial y en servicio, el discurso profesionalizante aparece cuanto menos contradictorio. Si profesionalizar implica generar una formación sólida teórica y práctica, ésta debe darse fundamentalmente en los años de la formación inicial. Sólo de esta manera se podrá avanzar en una formación en servicio que resulte enriquecedora. Pretender que la formación en servicio, por sí sola, sea factor de profesionalización, resulta sumamente ambicioso y casi ingenuo. Esto pone en contradicción el discurso de la profesionalización con las políticas propuestas por ciertos organismos internacionales para la formación docente, atento a la lógica economicista que las guía.

3. Las concepciones de los docentes como trabajadores o como profesionales parecen irreconciliables. La de los trabajadores aparece más comprometida con toda la clase trabajadora y parecería poseer un contenido más democrático y popular, mientras que la concepción profesionalizante resulta de un carácter más elitista, de defensa del monopolio de la ocupación en un contexto de ejercicio profesional en la lógica del mercado.

4. Respecto de los autores citados, Schon critica la racionalidad instrumental que reviste a las profesiones tradicionales y propone incorporar la dimensión del arte en la formación de los profesionales. Tenti Fanfani rescata los conceptos mínimos que hacen a una profesión, como son el conocimiento acreditado mediante título, la autonomía en el desempeño laboral y el reconocimiento social, con lo cual la docencia tendría muy poco que ver con esta concepción de profesión. Burbules y Densmore, por otra parte, desde una perspectiva crítica de las posturas profesionalizantes, consideran a la profesionalización como una ideología y se oponen a la misma por cuestiones de presupuesto (profesionalización para unos pocos), por la incompatibilidad entre los objetivos democráticos y las exigencias de exámenes de acceso a la profesión, por la distancia que se establece entre los profesionales y el público, en particular con los padres de alumnos, y porque fomenta competencia en la elección de profesionales y por lo tanto apunta a la privatización de la educación con sistemas de bonos, créditos, etc. Finalmente, Schiefelbein y Tedesco ligan la necesidad de la profesionalización con la calidad del sistema y la posibilidad de instrumentar reformas educativas.

Las posturas de los autores consultados parecen, en muchos casos, irreconciliables: no habría cabida para medias tintas donde se acepte la profesionalización solo parcialmente, o seleccionando aquellos aspectos que resultan positivos y descartando otros. Quizás sea necesario avanzar en la construcción de un concepto (sea nuevo o viejo) que identifique todo lo que implica el trabajo docente, sin tener que recurrir al de ‘profesional’, tan ligado a la constitución de otras ocupaciones hoy identificadas como liberales o tradicionales, para evitar tantas ambigüedades y contradicciones. De todas maneras, creo que el debate profesionalización-no profesionalización seguirá intensificándose y seguramente será el fruto de este debate en el tiempo el que nos permita nuevas construcciones conceptuales para dar cuenta de la especificidad del trabajo docente.

¿Qué nos queda por hacer entonces a los docentes? Creo que resulta interesante la reflexión final de Burbules y Densmore sobre la profesionalización:

“ ...más que confiar en un concepto antidemocrático que connota privilegio, status especial y la superioridad del trabajo mental sobre el manual, los profesores deberían considerar otras bases de organización. Una estrategia progresista subrayaría los propósitos comunes y compromisos con la educación que debemos construir en una democracia y plantearía esto de una forma directa en el dominio de lo público, no en las asociaciones profesionales de una élite ocupacional” (Burbules y Densmore, 1992: 83).

En esta línea los autores citados proponen la participación de los profesores en actividades políticas sobre cuestiones educativas y extraeducativas, y la implicación con los grupos que se encuentran normalmente apartados del debate acerca de la calidad del sistema, tratando de generar una cooperación y comprensión mutua (especialmente con padres y otros actores) que haga posible incorporar a todos a los mejores niveles de calidad desde una docencia comprometida socialmente. Profesional o no, lo que queda claro es que los docentes deben poder dar razones de su accionar, de sus decisiones, para lo cual necesitan fundamentarse científicamente, asumiendo sus responsabilidades ante la sociedad y el colectivo docente.

Referencias

Alliaud, Andrea 1995 Pasado, presente y futuro del magisterio argentino. Revista del Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación (IICE-UBA), Año IV, Nº 7 :2-9. Miño y Dávila. Buenos Aires.

Banco Mundial 1996 El desarrollo en la práctica. Prioridades y estrategias para la educación. Examen del Banco Mundial. Washington.

Burbules, Nicholas y Kathleen Densmore 1992 Los límites de la profesionalización de la docencia. Educación y Sociedad, 11 : 67-83, Madrid.

CEPAL/UNESCO 1992 Educación y conocimiento. Eje de la transformación productiva con equidad. Santiago de Chile.

Conferencia Mundial sobre Educación para todos 1990. Declaración Mundial sobre Educación para todos y Marco de Referencia para la Acción Encaminada a Lograr la Satisfacción de las Necesidades Básicas de Aprendizaje. Documentos de trabajo. Borrador C. Jomtien, Tailandia.

Coraggio, José Luis 1992 Economía y educación en América Latina: notas para una agenda para los 90. En Ponencias 6, Instituto Fronesis.(mimeo).

Coraggio, José Luis 1995 Las propuestas del Banco Mundial para la educación: ¿sentido oculto o problemas de concepción? Borrador para la discusión. (mimeo).

Feldman, Daniel 1996 Para tener mejores maestros, primero hay que tratarlos como tales. Revista Novedades Educativas Año 8, Nº 72 :12-13. Buenos Aires.

Puiggrós, Adriana 1995 Volver a educar. El desafío de la enseñanza argentina a finales del siglo XX. Ariel. Buenos Aires.

Schiefelbein, Ernesto y Juan C. Tedesco 1995 Una nueva oportunidad. El rol de la educación en el desarrollo de América Latina. Santillana. Buenos Aires.

Schön, Donald 1992 La formación de profesionales reflexivos. Hacia un nuevo diseño de la enseñanza y el aprendizaje en las profesiones. Paidós. Barcelona.

Southwell, Myriam 1995 Historia y formación docente. Revista del Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación (IICE-UBA), Año IV, Nº 7 :10-16. Miño y Dávila. Buenos Aires.

Tenti Fanfani, Emilio 1995 Una carrera con obstáculos: la profesionalización docente. Revista del Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educación (IICE-UBA), Año IV, Nº 7 :17-25. Miño y Dávila. Buenos Aires.

UNESCO/OIT 1984 La situación del personal docente. Un instrumento para mejorarla: La Recomendación Internacional de 1966. Ginebra.

UNESCO/OREALC 1993 Hacia una nueva etapa de desarrollo educativo. (PROMEDLAC V). Boletín 31. Santiago de Chile.


Indice