YO
REFLEXIONO, TU REFLEXIONAS, EL NO REFLEXIONA
EL PROBLEMA DE ENSEÑAR
ORTOGRAFIA EN LA ESCOLARIDAD BÁSICA1
Si consideramos
que el título constituye un fragmento de un diálogo en el que un interlocutor
afirma “yo reflexiono, tu reflexionas, el NO reflexiona”, la cuestión que
inmediatamente se impone es ¿a quiénes refieren ‘yo’ y ‘tu’? y lo que es más
problemático aún ¿a quién refiere ‘el’?. Si los protagonistas del diálogo somos
docentes e investigadores en el dominio del lenguaje escrito, es probable que
‘el’ remita al alumno. Pero esta definición no es sencilla, ya que desde la
investigación psicopedagógica consideramos que tanto quien enseña como quien
aprende constituyen sujetos cognoscentes, por lo que nos enfrentamos nuevamente
con la cuestión inicial ¿a quién remite ‘el’?
En realidad
podemos estar todo el tiempo tratando de discutir esta cuestión que sólo pretende
cautivar el interés y generar el diálogo entre investigadores y maestros,
quienes nos encontramos genuinamente preocupados por enseñar a escribir
convencionalmente.
Esta
contribución constituye una excelente oportunidad para aportar nuevos elementos
y continuar un diálogo ya iniciado hace tiempo, no para profundizar la
discusión, sino para esclarecer aquellos aspectos que convierten a los procesos
de enseñanza y de aprendizaje del sistema ortográfico en un problema
psicopedagógico de difícil resolución.
La tesis
final es que él –quienquiera sea él- sí es capaz de reflexionar acerca del
fenómeno ortográfico en la escritura si, como afirma Perkins (1995) en su
Teoría Uno, tiene una oportunidad
razonable y una motivación para hacerlo. La motivación es un presupuesto en los potenciales lectores de estas
páginas, la oportunidad razonable es
el desafío que se impone a este artículo para convertirse en un espacio de
reflexión compartido. La generación de una reflexión compartida entre
educadores y especialistas en el aprendizaje del lenguaje escrito se propone
para analizar y cuestionar las creencias más difundidas en los ambientes
pedagógicos acerca del sistema escrito y de la adquisición del conocimiento
ortográfico.
Acerca de las creencias pedagógicas
En el marco
de una línea de investigación relativamente reciente en psicología educacional
que se reconoce como ‘estudio del pensamiento del profesor’ o de las ‘teorías
pedagógicas implícitas’, los especialistas sostienen que los docentes elaboran
un sistema personal de creencias, teorías y valores acerca de múltiples
dimensiones constitutivas de los procesos de enseñanza que les permiten
desempeñarse eficazmente en las decisiones que demandan las tareas docentes en
el contexto escolar (Clark y Peterson, 1990). Estas concepciones implícitas
consisten en el conjunto de representaciones provenientes de la experiencia,
constituyen un ‘saber práctico’ difícil de reconocer y de explicitar aunque,
sin embargo, configuran la conducta pedagógica de cada enseñante.
Resulta
sumamente interesante identificar y reconstruir aquellas representaciones
docentes vinculadas especialmente a la enseñanza y al aprendizaje de la
convencionalidad ortográfica. Ahora bien, es legítimo que se nos cuestione
¿cuál es el propósito que nos anima a tematizar y a explicitar estas
concepciones pedagógicas, esos saberes implícitos tácitamente aceptados en los
ambientes pedagógicos? Nuestro objetivo es concreto, estamos convencidos que la
operación de tornar explícito el conocimiento implícito permite que se
convierta en objeto de reflexión y, en consecuencia, permita una revisión
reflexiva y crítica acerca de las concepciones que subyacen a las prácticas de
enseñanza de la ortografía.
La tarea que
se les demandó a un conjunto de docentes entrevistados2 consistió en
expresar y explicar su grado de acuerdo o desacuerdo con las siguientes
afirmaciones que reflejan concepciones de naturaleza psicológica o pedagógica
ampliamente difundidas en los ambientes escolares:
“ ...el
sistema ortográfico español debería simplificarse porque es muy complejo para
su adquisición”
“ ...los
niños cometen errores ortográficos porque hablan mal”
“ ...se
escribe mal porque no se presta atención”
“ ...para
escribir sin errores se deben conocer las reglas ortográficas”
“ ...los
niños conocen las reglas ortográficas pero fracasan al aplicarlas”
“ ...los
niños que más leen tiene menos errores de ortografía”
“ ...ya
no es necesario enseñar ortografía, si se emplea el corrector ortográfico”
Los enunciados
que obtuvieron adhesiones más significativas son: el reclamo de simplificación
del sistema ortográfico, la creencia de la antelación conceptual de lo oral
respecto de lo escrito, la adhesión a un aprendizaje por acumulación de
información ortográfica y la creencia que el corrector ortográfico puede
sustituir el desconocimiento en el dominio ortográfico.
No es nuestro
interés discutir el origen de este sistema consolidado de creencias, tarea que
nos remontaría a las biografías y experiencias escolares de cada docente
mediante las que se le enseñaron los contenidos ortográficos, sino sólo nos
interesa esclarecer la adhesión a estos supuestos pedagógicos y analizar cómo
desde las recientes investigaciones psicolingüísticas y cognitivas se concibe
al fenómeno ortográfico y se explica la adquisición de la competencia
ortográfica.
Nos interesa,
como anticipamos antes, proponer un diálogo entre las concepciones que
configuran las prácticas vigentes para la enseñanza de la convencionalidad
ortográfica y la investigación psicoeducativa en el dominio ortográfico. La
sugerencia de un diálogo no es casual, sino que entendemos que las prácticas
pedagógicas son las principales interpeladoras de la investigación, de hecho no
se hubiera comenzado a investigar el aprendizaje de la ortografía si los
docentes no nos hubieran advertido acerca de los problemas que enfrentaba su
enseñanza y si no hubieran orientado nuestras problematizaciones.
Recíprocamente la investigación ortográfica debiera redundar en aportes para
mejorar la calidad de la intervención pedagógica, de lo contrario pierde el
sentido.
En legítimo
entonces reiterar nuestra intención de continuar un diálogo mediante el que se
expliciten las creencias ortográficas instaladas en la comunidad educativa -no
sólo en los docentes, sino también en padres, autores de propuestas editoriales
y gestores de instancias curriculares- para contribuir a cuestionarlas y a
evidenciar las contradicciones emanadas desde los resultados de la
investigación como alternativa para su revisión y, eventualmente, para la
transformación de ciertas prácticas pedagógicas aún vigentes para enseñar la
convencionalidad ortográfica.
El problema de la simplificación ortográfica
Una creencia que goza de amplia difusión en los ambientes pedagógicos aboga por la necesidad de simplificar el sistema ortográfico con el convencimiento de que homologando los sistemas fonémico y grafémico de una lengua contribuiría a un aprendizaje más sencillo y precoz. Las principales adhesiones a esta creencia argumentan que una correspondencia más estricta entre los signos de lo oral y los signos de lo escrito garantizaría un aprendizaje más eficaz.
Los
comentarios de especialistas y de educadores acerca de la ortografía y de su
enseñanza reflejan la persistencia de esta concepción. La mayoría de los
hispanoparlantes recuerdan las adhesiones que concitó García Márquez con su
discurso3 titulado “Botella al
mar para el dios de las palabras” cuando expresaba:
“Jubilemos a la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota, pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeran como si fueran dos y siempre sobre una? Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas al mar con la esperanza que lleguen al dios de las palabras...”
Nos interesa presentar algunas cuestiones en
relación con las propuestas de transformación ortográfica4. En
primer término, nos preocupa plantear si la simplificación ortográfica
constituye una solución definitiva para los problemas comprendidos en la
adquisición del conocimiento ortográfico; en segundo término, si constituye una
solución efectiva ¿por qué los reiterados intentos reforma ortográfica que se
propiciaron desde el siglo pasado culminaron en el olvido? La respuesta a estas
cuestiones no es sencilla y requiere que nos detengamos a analizar la
complejidad del fenómeno ortográfico.
El sistema
ortográfico de una lengua se define en comparación con el sistema gráfico. En
la literatura especializada el concepto de sistema
gráfico designa al sistema de notación escrita -de naturaleza alfabética-
basado en el principio de correspondencia fonográfica mediante el cual los
segmentos gráficos se corresponden con segmentos fonológicos, consonánticos y
vocálicos (Teberosky y Tolchinsky, 1995). Complementariamente, el concepto de sistema ortográfico se reserva para
designar a aquellas marcas gráficas que en los sistemas de escritura
alfabéticos no responden al principio de correspondencia fonográfico,
conformando un conjunto de subsistemas denominados extraalfabéticos (Jaffré, 1996).
Los
subsistemas ortográficos involucran un conjunto de caracteres y marcas que
trascienden la representación fonográfica. Los blancos gráficos o espacios
interpalabras, el sistema puntuario, la oposición mayúsculas y minúsculas, las
alternancias gráficas y los acentos escritos conservan en la notación escritas
otros niveles de organización y del funcionamiento de la lengua,
específicamente, conservan relaciones sintácticas, semánticas, discursivas y
textuales (Camps et al., 1990).
En la
perspectiva diacrónica, allá lejos y hace tiempo, los principios que inspiraron
la fijación ortográfica se regían por la proximidad con la pronunciación, la
etimología y el criterio de uso. Estos criterios aparecen en la actualidad sin
sentido e inadecuados porque, en la perspectiva sincrónica, las marcas
ortográficas introducen en el sistema gráfico relaciones vinculadas con niveles
más profundos de articulación lingüística. De tal manera que la notación
ortográfica del español evidencia:
• Relaciones
y diferenciaciones en el nivel lexical. Por ejemplo: [príncipe-princesa]
[vaya-valla-baya].
•
Relaciones y diferenciaciones en el nivel morfosintáctico. Por ejemplo los
morfemas [ivo-iva] para identificar función adjetiva y los morfemas [ibo-iba]
para identificar función sustantiva y verbal.
•
Relaciones pragmáticas, discursivas y textuales. Por ejemplo, los
constituyentes ortográficos se convierten en unidades demarcativas y expresivas
que organizan y connotan los enunciados. El sistema de puntuación, la mayúscula
frástica y las redundancias gráficas, entre otras, constituyen el conjunto de
elementos auxiliares que facilitan la codificación y la decodificación de la
información constituyendo indicadores de la estructura de los enunciados y de su
carácter enunciativo.
Para
continuar desarrollando los argumentos que explican la dificultad y los efectos
innecesarios que genera la simplificación ortográfica, surge la cuestión
referida a por qué un determinado sistema gráfico requiere de un sistema ortográfico
Para responder adecuadamente, debemos primero remitirnos a las características
de los sistemas de escritura, especialmente de los sistemas alfabéticos.
Los sistemas
gráficos de la mayoría de las lenguas accidentales constituyen un dispositivo
trascendente en la evolución de la escritura ya que con un conjunto muy
reducido de signos combinados aumentan considerablemente las posibilidades de
representación lingüística; de modo que dos criterios rigen la notación
escrita: la eficacia comunicacional y
la economía gráfica (Jaffré, 1994).
Para cumplir
este cometido de “decir más con menos”, los sistemas gráficos se componen de
unidades polivalentes -una misma marca gráfica remite a diferentes niveles de
estructuración lingüística- y polisémicas -una misma marca concentra múltiples
funciones-. Por ejemplo, la grafía [s] asume diferentes valores cuando en
[casar] se corresponde fonográficamente con el fonema /s/, adquiere un doble
valor cuando permite la identificación semántica con [casamiento] y la diferenciación
léxica con [cazar]. El ejemplo, aunque sencillo, muestra que una misma marca
gráfica concentra diferentes funciones, característica ésta que está presente
en las diferentes marcas gráficas que integran la escritura de una lengua.
Quizás para
el escritor experto o el especialista en materia lingüística es posible
prescindir de los ortográfico, pero para los escritores y lectores incipientes
y para los usuarios cotidianos de la lengua escrita, las marcas
extraalfabéticas introducidas en un texto funcionan como indicadores o
instrucciones al lector mediante los que se ejerce un cierto control en el
proceso de interpretación de un texto (Teberosky y Tolchinsky, 1995).
Las marcas
ortográficas poseen una función básica en la comunicación escrita ya que son
las señales externas que empleará el lector para conferir sentido al texto
porque, además de contribuir a expresar contenidos, sirven para comunicar ideas
articuladas y ordenadas en estructuras semánticas, sintácticas y pragmáticas en
el escrito. La experiencia pedagógica de numerosos docentes nos proporciona un
valioso ejemplo; cuando los maestros corrigen un texto desprovisto de las
marcas ortográficas, con sustituciones, con alteraciones gráficas y sin puntuar
reconocen que demoran bastante tiempo para restituir el significado y el
sentido del texto.
En un sentido
similar, Templeton (1991) expone un conjunto de valiosas razones que
fundamentan la necesidad de promover el aprendizaje de lo ortográfico durante
la escolarización y que, a la vez, confirma la necesidad de conservar la
complejidad ortográfica. La primera razón es que existe en el sistema
ortográfico una considerable ‘regularidad’ dada por las constancias y
diferencias lingüísticas que conserva; la segunda explicación es que la
ortografía si bien, complica aún más el proceso de escritura, se convierte en
una cortesía para el lector; y la tercera es que las marcas y el conocimiento
ortográfico desempeñan un rol mayor en la legibilidad de los escritos de lo que
la creencia generalizada les asigna; razones que de por sí son suficientes para
desmitificar la factibilidad y desmentir los beneficios de la simplificación
ortográfica.
En este punto
la pregunta que se impone es ¿Cuál es entonces la razón por la que se propone
la simplificación? Si como se intentó demostrar con el desarrollo argumental
anterior, la conservación del sistema ortográfico es imprescindible para que la
escritura represente integralmente al sistema de la lengua, es un elemento
necesario para el lector y para garantizar la comunicación mediatizada por el
texto escrito, se justifica promover la simplificación ortográfica sólo por las
dificultades que entraña la enseñanza y el aprendizaje de la convencionalidad.
Si empleáramos un razonamiento analógico al de numerosos especialistas y
educadores se debería convenir que la biología simplifique los sistemas
taxonómicos que elabora para organizar la realidad o que las matemáticas se
reduzca a operar con números naturales y desconozca los números fraccionarios y
los negativos porque el aprendizaje de estos aspectos es demasiado complicado.
El
razonamiento parece ingenuo, más bien el problema del aprendizaje ortográfico
debiera convertirse en un desafío psicopedagógico para el que es posible
intentar soluciones alternativas antes que promover la simplificación del
fenómeno ortográfico.
El debate
acerca de las relaciones oral/escrito
Un supuesto
muy vinculado al anterior y aceptado entre los educadores establece la
antelación en la adquisición y reflexión acerca de las estructuras del lenguaje
oral respecto del lenguaje escrito. En adhesión a este supuesto se considera
que antes de transitar los procesos de adquisición de la lengua escrita, y en
particular del sistema ortográfico, parece anteceder un análisis acerca de las
unidades y constituyentes identificados en la manifestación oral del lenguaje.
Un número
significativo de educadores coincide en afirmar que es requisito indispensable
para escribir satisfactoriamente disponer de una correcta pronunciación, ya que
los niños escriben en su cuaderno como pronuncian, sin detenerse en
elaboraciones posteriores. En numerosas oportunidades se explica el fracaso de
ciertos niños para acceder a la convencionalidad ortográfica admitiendo que
cometen errores ortográficos porque su pronunciación difiere de la estándar.
Ahora bien,
si así fuera, los errores ortográficos serían típicos de cada región dialectal,
por ejemplo, los cordobeses duplicarían algunas vocales, los andaluces
transformarían las terminaciones [-ado] por [-ao] ya que pronuncia /andao/, /tablao/
y los portorriqueños eliminarían el grafema [r] de su sistema gráfico ya que
los sustituyen por /l/ en lo oral. Pero esto no sucede, las representaciones
ortográficas de los escritores incipientes son similares cualquiera sea la
región geográfica de procedencia.
Las
relaciones entre la oralidad y la escritura distan bastante de ser
transparentes y aún en la actualidad son objeto de discusión entre los
especialistas, aunque consideramos que en la identificación del lenguaje oral
con el lenguaje escrito se produce una doble distorsión. Primero, se reduce el
lenguaje oral a la emisión sonora, ignorando los componentes paralingüísticos
que intervienen en cualquier situación comunicativa mediada por lo oral.
Segundo, se reduce el lenguaje escrito a escritura alfabética, identificando lo
escrito sólo con el subsistema fonográfico y olvidándose, en consecuencia, de
los sistemas extraalfabéticos que intervienen en la comunicación escrita.
La concepción
fuertemente instalada entre lingüistas y pedagogos, aun no definitivamente
desterrada, confiere a la lengua escrita un carácter secundario cuya función se
reduce a transcribir el lenguaje oral. En el marco de esta concepción, la
escritura es un sistema derivado y subsidiario del lenguaje oral, en
consecuencia, el sistema ortográfico debe reflejar las variaciones fónicas del
habla. Contrariamente, los especialistas en teoría de la escritura entienden
que las lenguas oral y escrita constituyen variantes discursivas
complementarias, que pueden funcionar autónomamente y sin dependencia mutua al
remitir al sistema abstracto de la lengua (Achard, 1996; Catach, 1996). Por
ejemplo, en lo escrito hay distinciones que en lo oral no aparecen como las
comillas, el punto y coma, las redundancias gráficas, a su vez en lo oral hay
recursos que en lo escrito no tienen representación como el tono y la
intensidad.
Enrolado en
esta última perspectiva, Olson (1995) considera que el sistema ortográfico al
conservar diferentes niveles de estructuración lingüística convierte a las categorías
y constituyentes de la lengua en objeto de reflexión metalingüística. Así, por
ejemplo, las marcas ortográficas permiten demarcar y representarse unidades
lingüísticas tales como la palabra o la oración. Las alternancias ortográficas
permiten también identificar categorías léxicas y gramaticales que en lo oral
no se requiere diferenciar, por ejemplo [arroz – aros] donde una opción gráfica
diferente en formas gráficas similares permite advertir las diferencias de
significado, aspectos que en lo oral están garantizados por el contexto. El
sistema ortográfico contribuye de esta manera a explicitar las relaciones entre
el sistema escrito y el sistema lingüístico porque los diversos contenidos
ortográficos se convierten en un potencial instrumento para la reconstrucción
cognitiva de las estructuras lingüísticas contenidas en la representación
gráfica (Ibídem, 1995).
Una
preconcepción similar se adopta con respecto a las relaciones entre la
adquisición de lo oral y de lo escrito. Se interpreta que el adecuado dominio y
el análisis del lenguaje oral constituyen un prerrequisito para el conocimiento
de los aspectos convencionales del lenguaje escrito. Contrariamente a esta tan
difundida creencia, algunas investigaciones realizadas en la última década
(Scholes y Willis, 1995, Matteoda, 1998) coinciden en demostrar que la
adquisición del sistema de notación escrito parece tener efectos redundantes en
la manera de concebir y representarse conceptualmente el lenguaje. Es la
reflexión acerca de contenidos ortográficos específicos lo que contribuye a
explicitar las relaciones entre constituyentes lingüísticos, permitiendo
establecer diferencias y parentescos léxicos, relaciones morfosintácticas,
diferentes efectos de sentido, entre otros.
Los
argumentos presentados contribuyen a cuestionar las concepciones pedagógicas
dominantes y a revisar un conjunto de intervenciones docentes involucradas en
los procesos de enseñanza y aprendizaje de lo ortográfico ya que hay aspectos
de la lengua que sólo son accesible desde lo escrito, por lo que es necesario
propiciar instancias de reflexión conceptual acerca de las distinciones y
demarcaciones que el sistema ortográfico introduce en el texto escrito.
La reflexión
ortográfica deberá complementarse con una información más objetiva acerca de
las relaciones entre lo oral y lo escrito, advirtiendo acerca de las
inconsistencias en la correspondencia fonográfica -ya que no siempre
diferencias gráficas suponen diferencias fónicas [ase/hace]-, destacando que
las constancias gráficas conservan constancias de significado y que las marcas
demarcativas y enunciativas en lo escrito no equivalen necesariamente a las
marcas prosódicas y entonativas en lo oral.
Los saberes
involucrados en el aprendizaje ortográfico
Analicemos
los supuestos a veces contradictorios acerca del aprendizaje ortográfico. Una
creencia profundamente arraigada en el folklore pedagógico considera que el
aprendizaje ortográfico radica en la disponibilidad de ciertas habilidades
independientes o en el predominio de memorias específicas: visual y auditiva,
entre otras. De modo que las modalidades instruccionales frecuentemente
adoptadas reflejan que la concepción predominante en los ambientes pedagógicos
es que la ortografía se adquiere mediante un aprendizaje meramente acumulativo
de estímulos aislados, palabra por palabra, resultantes de la repetición (Gomes
de Morais, 1995).
Los trabajos
de Treiman (1993), Treiman y Cassar (1996), Díaz y Ferreiro (1998), Matteoda y
Vázquez de Aprá (1995), Nunez, Bryant y Bindman (1997) y Ribeiro Moreira y
Pontecorvo (1996) se dedican a investigar la elaboración del conocimiento
ortográfico y parecen arribar a algunas conclusiones coincidentes pese a
haberse realizado en diferentes idiomas. La coincidencia en los resultados se
evidencia, por una parte, en la cronología de las adquisiciones, y por otra, en
las competencias y procedimientos implicados en la elaboración del conocimiento
ortográfico.
Los estudios
de Díaz y Ferreiro (1998) basados en la oposición mayúscula-minúscula en el
inventario gráfico del español, los de Ribeiro Moreira y Pontecorvo (1996) que
comparan las producciones gráficas del portugués y del italiano, así como los
trabajos de Treiman y Cassar (1997) que se concentran en el estudio de las
letras dobles en las palabras escritas del inglés, revelan que la adopción del
sistema gráfico es una adquisición precoz en los escritores incipientes
cualquiera sea su lengua de origen y que precede a las construcciones puramente
ortográficas.
Un resultado
coincidente en la investigación ortográfica es que las graficaciones producidas
por los niños reflejan sus competencias lingüísticas -sin discutir el grado de
determinación que poseen- constituidas por informaciones fonológicas,
gramaticales, semánticas y lexicales que interactúan con la información
convencional que proporciona el sistema escrito (Ribeiro Moreira y Pontecorvo,
1996; Matteoda y Vázquez de Aprá, 1992; 1995).
Una
observación adicional que procede de los ambientes pedagógicos y revela que
disponer de un conocimiento acerca de los principios o enunciados que
vehiculizan las normas ortográficas (saber
qué) desarticulado del conocimiento de las condiciones y funciones de
empleo de los componentes gráficos y ortográficos (saber cómo) no garantiza el aprendizaje convencional de lo escrito.
En los
trabajos realizados por Jaffré (1996), se postula que el conocimiento o la
competencia ortográfica supone la comprensión de los aspectos funcional y
estructural de las unidades gráficas lo que supone la articulación de
instancias de reflexión y acción –que la mera enunciación de la norma no
garantiza- porque sólo cuando el sujeto logra la construcción de “una representación clara de la forma
gráfica y de la función de una unidad dada, más posibilidades tendrá de
utilizarla de un modo más pertinente en sus actividades como escritor”
(Jaffré, 1996 :127-128).
La
investigación ortográfica coincide en que los factores que intervienen en el
conocimiento ortográfico son diversos: fonológicos, gráficos, gramaticales y
morfológicos, pero la realidad muestra que la investigación ortográfica aún
está lejos de ofrecer una explicación integral acerca de la complejidad del
conocimiento ortográfico.
Las relaciones entre el leer y el saber ortográfico
Es innegable que
la interacción con la lengua escrita provee un residuo cognitivo de exposición al impreso necesario para
familiarizarse con el dominio, sin embargo, no parece una explicación
satisfactoria. La investigación cognitiva y la experiencia pedagógica nos plantean
constantes contraevidencias a esta creencia. Es cierto que los niños
provenientes de sectores semianalfabetos demoran su acceso a la complejidad
escrita, pero también es cierto, que niños, e incluso adultos, con elevados
índices de exposición a la lectura no escriben convencionalmente.
La pregunta
es qué relación se establece entre lectura y escritura convencional, entre la
actividad de leer y la elaboración del conocimiento ortográfico para ser más
precisos; ya que evidentemente esta relación no es lineal ni directa. Si lo
fuera, la exposición al texto impreso seria un factor determinante en la
calidad de la producción ortográfica.
Para analizar
esta relación nos resulta particularmente funcional la diferencia que Flower
(en Cassany, 1991) realiza entre los que denomina la prosa del escritor y la prosa
del lector. La primera, la prosa del escritor, es un texto escrito para sí
mismo, refleja el pensamiento del autor y el descubrimiento que se va haciendo
del tema, es un texto centrado en el contenido desprovisto de marcas
convencionales por lo que el sentido atribuible al escrito depende del
contexto. Contrariamente, la prosa del lector, tiene el propósito de comunicar
información a un lector, presenta una estructura retórica basada en el
propósito comunicativo, emplea un lenguaje compartido con el lector; el texto
es autónomo ya que puede interpretarse independientemente del contexto. La
prosa del escritor y la prosa del lector constituyen dos estilos de escritura
con propósitos y resultados diferentes.
En efecto,
difieren también en lo que concierne a los procesos de revisión y evaluación
del escrito, la prosa del escritor no
tiene más destinatario que él mismo, quien como conoce el contenido de lo
escrito no requiere mejorar la calidad del texto. En cambio, producir con el
estilo de prosa del lector implica
autonomizar el texto para garantizar su interpretación. La autonomía del texto
se logra mediante la introducción de claves ortográficas y léxicas que orienten
al lector respecto del significado y del sentido que el escritor intenta
compartir.
Así como se
diferencian los estilos y propósitos de escritura y el tipo de texto obtenido,
mediante un modelo analógico podemos sugerir que hay dos estilos de lectura,
una lectura de lector y una lectura de escritor.
Una lectura,
el leer como lector, aquella que
capturó la atención de la mayor parte de las investigaciones cognitivas, hace
referencia al leer para obtener información e incrementar el conocimiento5.
Es una lectura estratégica en la que intervienen procedimientos claramente
identificables, concebida como un proceso cíclico en el cual se activan saberes
específicos disponibles en la estructura cognitiva del sujeto lector6,
centrada en el contenido del escrito y en el contexto y básicamente reconocida como
‘comprensión lectora’ o ‘leer para aprender’.
Podemos
suponer que existe un estilo diferente de lectura, aquella que procede de un
propósito de escritura. La lectura del
escritor o el leer para aprender a
escribir constituye un evento de lectura singular, es una lectura que,
eventualmente, prescinde del contenido y opaca los significados, para
concentrarse en la forma cómo está escrito el texto7. Este estilo de
lectura privilegia las dimensiones cognitiva y metacognitiva, su cometido es
comprender los aspectos lingüísticos, discursivos, textuales y retóricos
conservados en el lenguaje escrito, cada actividad de lectura desencadena
procesos de reflexión metalingüística.
Ambos estilos de lectura nunca aparecen simultáneamente, ni siquiera en el lector avezado, sino que siempre predomina un estilo u otro en relación con el propósito de lectura y el tipo de texto.
Una vez
realizada esta distinción es posible introducir la relación entre lectura y
conocimiento ortográfico. Un corolario de los diferentes tipos de lectura,
muestra que no es cualquier lectura la que produce efectos en el aprendizaje
ortográfico sino un estilo singular de lectura, cuando se ‘lee para escribir’,
un tipo de lectura que es escasamente reconocida, y en consecuencia, poco
promovida en el entorno del aula. Es evidente que la intencionalidad que
presuponemos no caracteriza espontáneamente a cualquier evento de lectura y
escritura, por eso es necesario generar circunstancias propicias, especialmente
en el ámbito pedagógico, para promover la lectura
del escritor y la escritura del
lector ya que son estos estilos los más vinculados a la escritura
convencional8.
Resulta interesante cuestionarse si los diferentes estilos de escritura y los diferentes estilos de lectura deben ser considerados como alternativas dicotómicas o como procesos continuos. La investigación cognitiva los ha concebido como procesos claramente diferenciables y antagónicos; sin embargo, es probable que el circuito para desarrollar las competencias comunicativas en el plano del lenguaje escrito involucre los siguientes procesos:
|
Escribir |
Leer |
Escribir |
De este modo, la interacción no se produce sólo al interior de los procesos de lectura ni la recursividad es intrínseca a los procesos de escritura sino que constituyen instancias de articulación entre procesos de lectura y procesos de escritura.
Entendemos que el desarrollo de las competencias comunicativas en el dominio de lo escrito puede interpretarse mediante un modelo que relacione e integre a la lectura y a la escritura como procesos articulados en una secuencia de orden superior. En el marco de este modelo, la relación entre lectura y adquisición del conocimiento ortográfico se complejiza considerablemente, ya que la funcionalidad de las claves ortográficas se comprende como consecuencia de transitar el circuito completo.
Esta
interpretación nos conduce a cuestionar las fragmentaciones que en el ámbito
escolar se producen entre las clases de lectura y las clases de escritura, y el
desconocimiento de los propósitos del leer y del escribir como si los eventos
de lectura y de escritura fueran similares y homogéneos. Una alternativa de
trabajo didáctico comprometido con la formación de lectores y escritores
competentes es la organización de los proyectos y secuencias didácticas, que
además de contemplar situaciones de producción e interpretación de textos las
integren en procesos complejos atendiendo los diversos propósitos y resultados
de los eventos de lectura y escritura.
La tecnología del corrector ortográfico
Una creencia que ha concitado la adhesión de un amplio número
de docentes y especialmente de alumnos es que el corrector ortográfico
constituye una tecnología suficientemente desarrollada en la cual se puede
delegar el proceso de revisión y disminuir la compleja tarea asignada al
productor del texto.
Esta concepción se encuentra estrechamente vinculada a aquella que considera al proceso de corrección ortográfica como una actividad rutinaria una vez culminada la escritura de un texto y responde a una versión mecánica y simplificada, que desconoce la naturaleza recursiva, de las estrategias y tareas comprendidas en el proceso de composición escrita.
Pero sucede que la tarea que realiza el corrector ortográfico, incluso en los procesadores de textos de última generación, precisamente por realizarse como una actividad automática, simplifica los procesos complejos involucrados en la tarea de revisión textual.
En efecto, Blanche-Benveniste (1998) sostiene que en la actividad de corrección intervienen funciones muy complejas. En principio, más que una actividad de lectura, demanda una actividad de ‘relectura’, que debe atender el sentido del texto pero que debe atender también a la claridad del discurso, a la ortografía, al empleo de una puntuación sobria y lógica, datos y citas erróneos. La corrección consiste en una doble operación: la lectura con la mente y la lectura con la mirada, de modo de conceder atención simultánea a los aspectos más superficiales del texto escrito como al sentido profundo del texto.
La actividad que realiza el corrector informático es bien diferente. El mecanismo del corrector opera como un ‘lector óptico’ analizando sólo la estructura de las palabras, detecta los elementos omitidos, las adiciones o las inversiones gráficas. El corrector informático no lee el texto, procesa la información escrita en el nivel del sistema gráfico pero desconoce la complejidad del sistema ortográfico.
Desde esta perspectiva, la corrección informatizada de un texto resulta siempre incompleta, rara vez identifica la ausencia de mayúsculas nominales, no detecta la puntuación inadecuada, ni advierte las alternancias gráficas no convencionales en relación con las estructuras profundas del sistema de la lengua cuya definición ortográfica depende del contexto textual.
Pese a las restricciones que presenta este tipo de corrección, puede pensarse que obtiene algunas ventajas en relación con la corrección que realiza el docente que siempre es diferida y que difícilmente los alumnos reconsideran. Generar situaciones didácticas con el procesador de textos permite a los niños ‘dialogar’ con la lógica de la corrección ortográfica, el corrector informático muestra facetas acerca del escrito infantil que de otra forma sería muy difícil vislumbrar. Por ejemplo, ¿por qué destaca una palabra aparentemente escrita sin errores?, o bien ¿por qué no marca una palabra que está mal escrita? Estas cuestiones mediatizadas con la intervención del docente pueden convertirse en promotoras de reflexión ortográfica explícita. De este modo, el corrector informático y las falencias del corrector también pueden ser mediatizadoras de análisis, interpretación y transferencia del saber ortográfico.
Reflexiones
finales
Los argumentos y los avances en la investigación psicológica y lingüística que hemos desarrollado nos autorizan a concluir que aprender a ortografiar es un intrincado proceso cognitivo, en el que intervienen diferentes factores y estrategias, a la vez que ofrecen potenciales derivaciones para generar procedimientos de intervención pedagógica durante los procesos de enseñanza y de aprendizaje en la escolaridad básica.
Aunque en el
estado actual de los conocimientos resulta difícil proponer estrategias
específicas, el consenso de los especialistas asume que en el desarrollo
conceptual del dominio ortográfico intervienen estrategias diversas
determinadas por la competencia metalingüística y comunicativa del sujeto y la
naturaleza del sistema gráfico y ortográfico que se procura comprender.
La
intervención pedagógica que parece potencialmente más efectiva para promover el
conocimiento ortográfico es la diseñar situaciones didácticas en la que se
requiera la intervención de estrategias metalingüísticas múltiples y combinadas
para la resolución de tareas de escritura.
Finalmente,
es preciso contribuir a desmitificar la insistencia con que se sostiene que el
desarrollo de la competencia ortográfica es considerada una cuestión cosmética
y la puntuación como un aspecto relativamente idiosincrásico, creencia que
parece subyacer a las analizadas en este trabajo; ya que de la eficacia en el
empleo del sistema ortográfico depende, en múltiples circunstancias, el
significado y el sentido de lo escrito.
Agradecimientos
La autora
reconoce la lectura criteriosa y los oportunos comentarios formulados por
Gisela Vélez al remitirle una primera versión del trabajo, agradece a María
Eugenia Probst la cesión del material que contiene información acerca de las
creencias pedagógicas sobre el aprendizaje ortográfico recolectado en el ámbito
de su actuación profesional y a los numerosos docentes asistentes a la
Conferencia en la que se disertó sobre esta temática ya que sus planteos y
cuestiones posteriores motivaron la revisión del trabajo.
Notas
1. El trabajo constituye una versión elaborada de la conferencia homónima que se dictó en el Curso para Graduados: La Alfabetización Inicial. Escuela de Ciencias de la Educación. Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad Nacional de Córdoba en octubre de 1998.
2. Las entrevistas se realizaron a treinta docentes de escolaridad básica procedentes de diversas escuelas de gestión pública y privada localizadas en sectores urbanos y suburbanos de una pequeña ciudad en el interior del país.
3. Discurso expuesto en el I Congreso Internacional de la Lengua Española realizado en Zacatecas (México) en abril de 1997.
4. El Premio Nobel de Literatura, García Márquez no es el primer latinoamericano en postular la necesidad de una reforma ortográfica, ya en el siglo pasado Bello y Sarmiento impulsaron movimientos de simplificación ortográfica de la lengua escrita en América (Contreras, 1994).
5. Una completa sistematización de
las investigaciones cognitivas sobre la lectura es desarrollada por Vélez
(1998).
6. Goodman (1982) entiende que el lector tiene como propósito esencial obtener significado de un texto mediante una serie de transacciones entre el sujeto y el material escrito. Así, la construcción del significado no es directa sino que implica un proceso cíclico que comienza con un ciclo óptico, continua con un ciclo perceptual, luego con un ciclo sintáctico o gramatical y culmina finalmente con un ciclo de significado; proceso que se reitera sucesivas veces hasta la comprensión acabada del sentido del texto.
7. Cuando el lector obtiene el significado, puede retrospectivamente retornar a los ciclos anteriores e identificar la estructura de la oración, los ítems léxicos, los índices ortográficos con la intención de advertir las estrategias empleadas y los recursos introducidos por el escritor para ejercer el control del proceso de interpretación (Ibídem, 1982).
8. El escribir como lector, según Teberosky (1998), complejiza notoriamente el proceso de escritura, porque involucra no sólo el trabajo de producción del escrito sino también el proceso de edición asumiendo una nueva tarea como lector. La lectura de revisión implica una relectura y no sólo una lectura, centrarse en las letras, las claves gráficas, la organización sintáctica, los aspectos cohesivos y no sólo en el sentido como se requiere para la comprensión del texto.
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María
Celia Matteoda. Profesora Adjunta Efectiva. Departamento de Ciencias de la
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Oficina
Postal Nº 3 (5800) Río Cuarto, Córdoba. Argentina. Tel (0358) 46 76 290 - Fax
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