El maestro y la
educación
“Hay que educar a los niños hoy, para
no castigar a los hombre mañana”. Pitágoras.
El propósito substancial de la educación, manifiesto
en esta sentencia pitagórica seis siglos A.C., tiene vigencia hasta
el presente y constituye motivo prioritario de preocupación, estudio
y debate para los responsables del ejercicio y cumplimiento de esta actividad.
En nuestra Patria, relativamente joven comparada con los
demás países de la civilización occidental, la empresa
educativa sucedió en forma inmediata al proceso de organización
nacional y tuvo como impulsor inclaudicable a la personalidad paradigmática
de Sarmiento, justamente reconocido y consagrado por la posteridad como
el primer maestro de América. Su enérgica y decisiva participación
en el arduo y empinado proyecto destinado a la formación docente
y la instalación masiva de escuelas en todo el territorio del país,
justifica la denominación de normalista y sarmientina que se le
diera a la educación argentina.
La concreción de esa encomiable política
educativa marcó un hito trascendente en la historia de la cultura
nacional. El Estado asumió la responsabilidad insoslayable de proporcionar
enseñanza a todos los habitantes, pero a su vez los beneficiados
con tan favorable providencia tenían el deber de cumplir con el
ejercicio escolar, ya que la ley 1420 establecía que la educación
era “gratuita pero obligatoria”.
Los resultados del sistema fueron inmediatos, positivos
y concluyentes según probanza de los hechos que se mencionan: la
escuela desterró el analfabetismo; la evolución intelectual
de la población posicionó a la Argentina como el primer país
de América Latina por su nivel cultural y la instrucción
al servicio de la sociedad, la administración y la economía,
permitió que nuestro país, a mediado del siglo anterior,
se ubicara entre las diez primeras naciones del mundo.
No hay presunción, soberbia ni ponderación
si se declara que ese milagro histórico –que hoy sólo alimenta
la nostalgia de algunos memoriosos- tuvo como fundamento una conjunción
formativa llamada escuela-maestro.
La escuela que no preferenció clima, paisaje o
geografía para su asentamiento y se instaló sin hacer distingo
en sierras, llanuras, montes y desiertos; y el maestro o maestra, que indiferente
a la pobreza, la soledad y el olvido, consagraron su vida al desempeño
del apostólico oficio de transmitir nociones, virtudes y saberes
a una niñez analfabeta.
Tres virtudes basales
A través de una larga y fecunda trayectoria la figura del
maestro argentino fue ganando perfiles imborrables por obra de su consagración,
empeño y abnegación, a tal punto de convertirse en personaje
singular y emblemático de historias, tradiciones, relatos y otras
expresiones de la cultura nacional. Sin ninguna duda contribuyeron a esa
espontánea mitificación de tres virtudes basales que conformaron
la modesta personalidad de los docentes y que son: vocación, esfuerzo
y humildad.
La humildad, que tal vez sea la más hermosa
de las virtudes cristianas, pero también la más difícil
de encontrar en grandes y chicos, ricos y pobres, fuertes y débiles,
constituyó en el docente la esencia de su destino y misión.
Humilde fue su vida, humilde su trabajo y humilde su futuro. Acaso no la
predicaba pero inevitablemente la transmitía con su ejercicio cotidiano
a los niños, a los padres y a toda la comunidad escolar.
Gabriela Mistral, maestra, Premio Nobel de Literatura
y conocedora por ejercerla, buriló en estos versos esa faceta
esencial de la imagen de los educadores:
Señor, tu que enseñaste. Perdona que yo enseñe,
que lleve el nombre de maestro.
que tú llevaste por la tierra.
“El hombre es la medida de todas las cosas”, expresa la
filosofía socrática. Los maestros consecuentes con el pensamiento
de tan eminente antecesor, lo hicieron propio y a través del
esfuerzo denodado y permanente probaron que todas las cosas útiles
y provechosas eran de posible realización y estaban al alcance de
su capacidad. Por eso levantaron escuelas -muchas veces sin el apoyo
del Estado- armonizaron comunidades, apuntalaron sus instituciones y sobre
todo educaron sin horario ni limitaciones de tiempo o espacio como lo manifiesta
este poético adagio: siembra donde vaya, en alguna parte lloverá.
Y la vocación fue la tercera condición
substancial del magisterio argentino. Fieles a su inclinación
y obedientes al llamado, los hombres y mujeres de la legión
educativa se afincaron en los parajes más remotos para cumplir con
el imperativo categórico de esa vocación que permite hacer
lo que se quiere y querer lo que se hace.
Almafuerte, que a la humildad de su quehacer docente
adicionaba la grandeza de su genio poético, definió con la
fuerza de su emotividad ese don provindencial en esta cuarteta inolvidable:
Yo renuncié a las glorias mundanales
por el arduo desierto solitario
para sembrar, también abecedario
donde mismo sembraban los trigales.
Reflexiones
Así fue ayer y felizmente todavía perduran
en un porcentaje considerable de nuestro magisterio los méritos
iniciales que dieron lustre y jerarquía a la escuela argentina.
Pero el tiempo cambia y las ideas evolucionan. La transformación
rayana en preocupante descomposición socio-politica y económica
ha afectado negativamente en nuestro sistema educativo. Ante esta perspectiva
incierta me permito –como un maestro más- esta simples y elementales
reflexiones.
-El Estado no debe hacer oídos sordos a los justos reclamos
de un sistema vulnerado por sucesivas restricciones económicas.
Por eso resulta oportuno y conveniente recordar, que los países
que ahora son ricos, fueron los que más invirtieron en educación
cuando transitaban la pobreza y la destrucción. Además la
educación, también es patrimonio de un pueblo y tal vez el
más valioso.
-Las instituciones educativas de cualquier nivel deben integrarse a
la comunidad donde ejercen su ministerio, compartiendo sus inquietudes
y proyectos y coadyuvando a sus esfuerzos, afanes y sacrificios.
-Escuela y maestro tienen el compromiso irrenunciable de defender nuestra
cultura, cimentada en valores inalienables como idioma, religión,
arte, familia y tradiciones. Cultura que nos enorgullece y diferencia sin
dividirnos de los otros pueblos del mundo.
-Y el maestro, hoy y siempre, debe instruir y educar teniendo presente
que para los verdaderos educadores se acuñó este sabio decir
de Luis Sixto Clara:
“No basta llenar la memoria de recuerdos sino también de colmar
el corazón de valores”.
*Nació en Achiras en 1932. Ejerció el magisterio
en las sierras puntanas. Es autor de, entre otros, los libros Achiras Histórica,
Estampas Lugareñas, Crónicas Achirenses y el libro de poesías
Cantares Terruñeros.
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Miguel Angel Gutiérrez. Achiras (Cba)*
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