Opinión
La memoria imprescindible
Hace hoy exactamente treinta años, el 17 de marzo de 1975, un
grupo de no docentes concursados éramos expulsados de la Universidad.
La llamada Ley de Prescindibilidad del gobierno justicialista había
concluido el 31 de diciembre del año anterior, pero el impedimento
legal fue superado mediante una resolución con número bis
insertada en el Protocolo de 1974. De todos modos, el temido telegrama
del ministro Ivanissevich había llegado en tiempo y forma el 30
de diciembre y tanto nuestra reincorporación de mediados de enero
como el trabajo durante los dos meses siguientes, resultaron datos absolutamente
insignificantes a la hora de la toma de decisiones.
Corrían tiempos muy difíciles. El contexto era el de
un período formalmente democrático pero se vulneraban la
letra y el espíritu de las leyes que debían sustentar la
democracia, mientras se creaban otras, propias de gobiernos autoritarios
y se aplicaban, obviamente en forma arbitraria, de acuerdo con criterios
políticos de la más variada especie.
Vivíamos el peor momento del período 1973-1976, el de
la confrontación sin tregua entre las vertientes derecha e izquierda
del peronismo que produjera, en nuestra universidad, tres rectores en menos
de tres años
Cuando a nivel nacional, la “tendencia” logró ocupar espacios
en las universidades, en la nuestra el rector fue Augusto Klappenbach,
filósofo, admirado por sus alumnos, respetado por sus colegas, quien
se convirtió en la esperanza de todo el espectro de izquierda que
se había generado en una institución casi recién estrenada.
Fue una experiencia de poco más de un año a la que puso
fin drásticamente el triunfo de la derecha peronista. Desde finales
del ’73 hasta finales del ’74 se vivió el momento más alto
de la participación directa de estudiantes, no docentes y docentes
en las comisiones tripartitas que todo lo debatían, pero la lucha
por los espacios de poder a nivel nacional comenzó a hacerse más
virulenta en el campus, el asambleísmo se hizo casi permanente y
muy poca gente conocía realmente qué pasaba, quiénes
y dónde estaban decidiendo el presente y el futuro de nuestra Universidad.
La mayoría éramos gente comprometida, ilusionada, participativa,
trabajadora y pacífica, respetuosa de las libertades y de los pensamientos
propios y ajenos. Claro que las nuevas autoridades menospreciaban esto
si la persona había osado apoyar a Klappenbach.
Fue durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón,
cuando el lopezrreguismo y la “Triple A” arrasaron sin limitación
alguna con todo lo que tuviera un halo de progresismo, dentro y fuera de
su propio partido. Todo se invirtió y la peor subversión
fue la de los valores.
Fue una época de intolerancia, de ausencia de libertad, de falta
de respeto al pensamiento diferente. Podíamos realizar el
trabajo bien o mal, responsable o irresponsablemente, hacernos cargo de
nuestras obligaciones o no, todo eso era intrascendente.
Al lado de docentes y no docentes dignos y respetables, creció
el clientelismo político y el temible estilo del verticalismo, la
sumisión al poder de turno y la complicidad silenciosa con sus abusos.
Los correveidiles por los pasillos y caminos del campus, las sonrisas irónicas,
los comentarios sarcásticos y las miradas soberbias de quienes creían
que ese tiempo de poder sería eterno. Esa es una limitada y muchas
veces ofuscada mirada del propio presente que hace perder la perspectiva
y recurre a las memorias y olvidos selectivos para justificar lo injustificable.
Fue el inicio, en período democrático, de la persecución
ideológica que llegó a los niveles que todos conocemos en
la subsiguiente dictadura.
De aquella mayoría olvidada víctima de la intolerancia
de hace treinta años, unos pocos volvimos y unos pocos estamos.
Es reconfortante reconocer todo lo que ha cambiado en nuestra sociedad
y en nuestra Institución. Aunque la mayoría de nosotros valoramos
el ejercicio pleno de la libertad con responsabilidad en todos los campos
de la actividad humana y, muy especialmente, en nuestro maravilloso ámbito
de la educación superior, lamentablemente aún persisten conductas
autoritarias y clientelísticas que requieren de todos un “ejercicio
vigilante” para que no logren torcer nuestras voluntades.
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Prof. Zulma Larrea
Decana de la Fac. de Cs. Humanas |