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La experiencia republicana y el problema de la ciudadanía y la representación

04 de Agosto de 2014 - En Argentina, “la representación política está en crisis, la ciudadanía atraviesa la conflictividad de desarrollarse inclusivamente en el campo político y con exclusiones en el mercado laboral. Pero además la calidad republicana requiere un debate que aún hoy parece soslayado, al menos por la clase política”, reflexionó la doctora Celia Basconzuelo, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Cuarto y del CONICET, en un trabajo de su autoría de reciente publicación titulado “La experiencia republicana y el problema de la ciudadanía y la representación”.

En su trabajo, expuesto en las Jornadas del Bicentenario “La República en Perspectiva: Pasado y Presente”, que se realizaron en la UNRC, la profesora Basconzuelo vertió algunas reflexiones sobre la experiencia republicana del siglo XIX y su conexión en particular con el problema de la ciudadanía y la representación, referidas a la Argentina aunque entendiendo que la cuestión abraza al conjunto de las comunidades políticas latinoamericanas.

Según la investigadora, “el estallido de la unidad del imperio español en la primera década del siglo XIX plantea para las élites criollas el desafío de encontrar principios, formas de legitimar el poder, edificar instituciones y ensayar prácticas políticas nuevas”.

“En esa búsqueda y más allá de las diferencias, será rasgo común la adopción de formas republicanas de gobierno fundadas sobre el principio de la soberanía popular como fuente de legitimidad del poder”.

Señaló la docente universitaria que esa búsqueda compitió con la monarquía constitucional, que fue el gran debate posterior a la independencia, y competirá con la tradición norteamericana cuando se trate de proponer el vínculo confederal antes que adoptar la república.

En el análisis de la experiencia republicana, sostuvo, se pueden distinguir dos momentos.

En primer lugar, el discurso republicano. “La idea Nación es entendida –bajo la impronta de la tradición francesa y en el contexto revolucionario– en términos de construcción política”. Influye allí la tradición francesa, particularmente bajo la vertiente rousseaneana, en hombres como Moreno y Artigas.

Dijo Basconzuelo: “Pensar la Nación en términos de construcción política implica que las élites deberán pensar cómo definir y materializar institucionalmente esa relación entre la construcción política y los miembros de la comunidad. Quiénes y desde qué posición legitiman el poder. Aparece aquí pues el problema de la ciudadanía”.

Indicó la docente que la institución de la ciudadanía es pensada por las élites, es implantada desde arriba sobre sociedades de arraigo colonial. “Entonces –se preguntó– qué idea tenían de la ciudadanía. El concepto abreva de la modernidad: es el universo de iguales, individuos autónomos, hombres libres, portadores de virtudes (virtudes cívicas) que gozan de derechos y asumen obligaciones. En el contexto revolucionario, y según la tradición francesa, la libertad es inseparable de la igualdad”.

Tensiones

Basconzuelo precisó que “hay entonces tensiones en torno de la ciudadanía, que devienen por un lado de las definiciones normativas que aluden al universo de iguales y sin embargo excluyen a las mujeres y minusválidos, dependientes, clérigos, hombres de las armas; a nivel municipal los que no contribuyen o no ejercen profesión liberal. Excluidos serán en los primeros tiempos los individuos que pertenecen a la población suburbana y rural”.

“Otra tensión –indicó– deviene de las tradiciones representativas: las de Antiguo Régimen y las modernas que invocan a los diputados de la Nación, en vez de las corporaciones”.

El segundo momento, según comentó la investigadora universitaria, se refiere a la adopción de la forma republicana, que es cuando los principios fueron plasmados en la Constitución de 1853. “En el marco de esa opción republicana, las élites han sabido idear mecanismos que encubren esas desigualdades: recogen del Derecho Natural de Gentes la idea de los derechos civiles; éstos preceden a la norma”.

“Pero este momento en el cual se adopta la forma republicana no se corresponde con aquella tradición ilustrada que equiparaba libertad a igualdad”, agregó.

Luego acotó: “Se continúa con una tensión entre la definición normativa sobre ciudadanía y exclusiones en el ejercicio. El liberalismo no deviene en democracia; ésta ha sido pensada en términos de que la soberanía del número debía ser reemplazada por la soberanía de la razón”.

Por otro lado, sostuvo que “la forma de gobierno republicana entendida en clave moderna implica entender la mediación del sistema representativo. La opción republicana significó avanzar además en la idea de representación: las élites pensaron en definirla quebrando las tradiciones representativas de Antiguo Régimen de índole corporativa, territorial y en este sentido nos apartamos de la herencia española hasta cierto punto también”.

“Los ciudadanos de la República están representados en el cuerpo político por representantes con calificación para serlo y además son representados por identidades ya no corporativas, hasta adoptar finalmente un criterio de representación mixto que dará cuenta de una representación en función de la población y otra en función de la territorialización de la política. Los diputados representan a la población, los senadores a las provincias”.

Siguió comentando: “En la dinámica republicana hay una tensión entre la normativa y la práctica electoral: el principio de la soberanía popular como fuente de legitimidad y la práctica que crea ‘representaciones invertidas’, el sufragio mediado por sistema de elección indirecta pero sobre todo por el control electoral, los agentes electorales”.

Sin embargo, “las investigaciones locales aportan la idea de que, si bien algunos individuos no eran aún ciudadanos (mujeres y extranjeros), supieron recorrer por otro camino –el de los derechos constitucionales– la forma de desarrollar prácticas ciudadanas”.