En el mundo contemporáneo ha existido una dicotomía entre los científicos y los hombres de letras. Según Snow, estos últimos se habrían apropiado del término “intelectual” el cual, así, cabe perfectamente para un Marcel Proust, pero no para un Edwin Hubble o un Albert Einstein. Frente a esto se ha hecho el planteamiento de una “tercera cultura” que aglutine a los científicos –incluidos los de las ciencias sociales- y a los intelectuales clásicos u hombres de letras. En esto, los medios pueden y deben jugar un rol importante para legitimar a la ciencia como parte indispensable de la cultura. 

 
Ultimamente se viene replanteando el antiguo problema de las dos culturas. De nuevo, y cada vez con más fuerza, se reivindica la existencia de una cultura común de ciencias, letras y artes. En La Tercera Cultura, un grupo de científicos y pensadores advierten la aparición de una nueva forma de discurso intelectual que completa y supera la dicotomía de Snow, “el abismo de incomprensión mutua” que separaba a los intelectuales literarios, en un extremo, y a los científicos en el otro, y ya entonces reclamaba llenar este vacío.  
Es curioso que esta división de los saberes se manifestó solo en las personas que se autodenominan cultivadas, ya que el gran público está dispuesto a interesarse y emocionarse por todo lo que se le cuente, con tal de que se sepa contárselo. También los medios informativos tienen su parcela de responsabilidad al creer que las cuestiones científicas son demasiado abstractas e ininteligibles para el público, con lo cual se le puede privar de conocimientos e informaciones importantes y de los instrumentos para poder seguir, más o menos de cerca, la aventura prodigiosa de la ciencia.  
Para Mauricio Goldsmith y para otros escritores científicos, el vacío es hoy más extenso que en 1959 y está demasiado arraigado en la experiencia cultural de Occidente como para llenarlo de la noche a la mañana. El científico y escritor mexicano Luis Estrada expresa la gravedad del problema con esta tesis: “La ciencia es una parte oculta de la cultura contemporánea y es necesario corregir esa anomalía”.  
El tema es polémico y su enfoque depende de factores muy diversos, entre ellos el debatido concepto de cultura. ¿Hay una o dos culturas en nuestro horizonte intelectual? Para Jean-Marc Lévy-Leblond, físico teórico y profesor de la Universidad de Niza, la ciencia no forma parte hoy de la cultura, aunque así era en otro tiempo.  

La cultura científica  
Se ha dicho que cultura es, básicamente, la capacidad de una sociedad para reflexionar sobre sí misma. Pero también puede considerarse, en un sentido amplio o integral, “toda forma de conocimiento o comportamiento de un grupo social determinado”. Con la claridad, la belleza y la precisión que le caracterizan, Laín Entralgo ha dado una interesante definición de hombre culto: “Un hombre capaz de dar razón de lo que él es y de lo que es el mundo en el que vive”.  
Para Laín, el humanismo por extensión  consiste en saber responder con una mínima precisión a cinco interrogantes:  
1.¿En qué mundo vivo, en tanto que ciudadano de él? Creencias, ideas, esperanzas, tensiones, conflictos y temores en él vigentes; muy especialmente lo que solemos llamar “occidental”.  
2.Haciendo mi vida en el mundo me encuentro con cosas. ¿Qué son las cosas, desde el “big-bang” originario hasta el universo actual, desde la partícula elemental hasta el antropoide?  
3.Haciendo mi vida en el mundo me encuentro también con los demás hombres, organizados en grupos humanos. ¿Qué son los hombres humanos, se pregunta Laín, y cuáles son los más importantes?  
4.¿Quién soy yo, en tanto que hombre? ¿Qué enseñanza hoy a tal respecto las ciencias positivas y la filosofía?  
5.Para que yo sea el hombre que soy, ¿qué ha tenido que pasarle a la especie humana, desde su aparición hasta hoy?.  
Parece evidente que en la mayor parte de estas definiciones la ciencia se considera como parte de la cultura.  

La cultura tecnológica  
Para Quintanilla, la cultura tecnológica de un grupo social es el conjunto de representaciones, valores y pautas de comportamiento compartidos por los miembros del grupo en los procesos de interacción y comunicación en los que se involucran sistemas tecnológicos. La cultura tecnológica es un componente esencial de la cultura sin más, y constituye un factor esencial para el desarrollo tecnológico de un país.  
Y ello porque una sociedad con vasta cultura tecnológica y en la que predominen las actitudes positivas hacia la técnica estará mejor preparada para incorporar y producir innovaciones tecnológicas y para extraer de ellas el máximo rendimiento.  
España -añade el profesor Quintanilla- no es un país que se caracterice por la pujanza y calidad de su cultura tecnológica. Nuestra historia cultural está plagada de héroes artísticos, literarios y religiosos. Pero nuestros héroes científicos y tecnológicos apenas si son conocidos por nuestros escolares.  

La tercera cultura  
Marcelino Cereijido, biólogo del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados de México, plantea, junto con otros investigadores, la necesidad de una cultura común de ciencias, letras y artes.  
Como los científicos -afirma- también los filósofos, los pintores, los poetas, los dramaturgos, los cineastas y los músicos trabajan en esa frontera, manejan el caos y tratan de descubrirle órdenes estéticos, de comprender el comportamiento del ser amado, o manifiestan su perplejidad bajo una bóveda celeste cuajada de estrellas.  
Como queda dicho, Snow subrayó la dicotomía entre los profesionales de las ciencias y de las letras y advirtió que estos últimos se habían apropiado del término “intelectual” y del que, según afirma John Brockman en su introducción al colectivo  La Tercera Cultura, quedaban excluidos astrónomos como Edwin Hubble, matemáticos como Von Neumann, físicos como Albert Einstein, Niels Bohr y Werner Heisenberg, y también Norbert Wiener. Sin embargo, la historia de la cultura en el siglo XX estaría incompleta sin ellos.  
En la segunda edición de Las dos culturas, Snow sugería la idea de que una nueva forma, una “tercera cultura”, emergería y trataría de combatir la incomunicación entre los intelectuales de letras y los científicos. La incomunicación continúa, pero los científicos han empezado a comunicarse directamente con el gran público y aprovechan su avidez de novedades para ir creando, quizá sin tener plena conciencia de ello, una cultura de carácter público y masivo, dentro de lo que sea posible.  
La tercera cultura reúne a aquellos científicos, incluidos los cultivadores de las ciencias sociales, y escritores que desempeñan el papel del intelectual clásico a la hora de reflexionar sobre quiénes somos y a dónde vamos.  

Los mediadores  
Ante esta situación, surgen iniciativas tanto desde los gobiernos y las administraciones públicas, como desde la comunidad científica y los mundos de la educación, la industria y los medios informativos. Aparece una figura, la del mediador entre la ciencia y la sociedad, entre los científicos y el público, para realizar esta tarea, sugestiva y compleja, de poner al servicio de la mayoría los conocimientos de la minoría, y promover una cultura de la información y una cultura de la ciencia.  
Estos mediadores necesitan vocación y formación. El número 55 de Chasqui supone una importante contribución al análisis de problemas planteados por el trabajo de estos profesionales que vienen a resolver un problema de nuestro tiempo, la popularización del saber para todos los miembros de nuestras sociedades. Y el propósito de algunos de mis libros ha sido ofrecer instrumentos actualizados para que periodistas, escritores, científicos y docentes puedan ayudar al hombre común a superar sus temores en relación con la ciencia y beneficiarse del conocimiento científico.  
Después de todo esto, una doble conclusión: la ciencia es inseparable de la cultura y todos los que tenemos alguna profesión relevante en la sociedad, como los docentes y los comunicadores, por ejemplo, hemos de asumir la obligación de poner todos los medios a nuestro alcance para que el conocimiento, lo más noble del espíritu humano, no sea causa de desequilibrios, desigualdades e injusticias, sino que se convierta en bien público al servicio de todos, y especialmente de los menos favorecidos por los bienes materiales o del espíritu.  

(*) Manuel Calvo Hernando  
Periodista español. Presidente de la Asociación Iberoamericana  
de Periodismo Científico.  
Fuente: Revista Chasqui, Marzo de 1997