El gol que Diego Maradona anotó con la mano frente a Inglaterra por el Mundial de México 1986 fue un gesto de viveza criolla, de quien gambetea el reglamento. 

No parece temerario afirmar que en Argentina se aplauden ardides semejantes en tanto no se tenga que sufrirlos. En ese marco, dudar de un periodista es dable ser pensado pues de él pueden imaginarse prácticas como cobrar sobresueldos a condición de callar ciertos sucesos.
Claro que ese periodista, que en primera instancia no sería digno de crédito, pasa a merecerlo si el gobierno se encuentra cercano, adherido o implicado respecto de casos de corrupción. Cuando no se porta como debería aquel que manda se busca acaso involuntariamente un sustituto, que permita creer que no todo está perdido. Enhorabuena si el mecanismo se da de forma inconciente; ante la presencia de malísimos, los malos se transforman en buenos. Si una parte de la lucha por vivir en un mejor mundo está afectada a causa de una conducción considerada corrupta, a los fines del optimismo es menester creer que no todos son así.  
Dados los protagonistas, la exigencia baja, como en la vecindad del Chavo en la cual una vez Don Ramón fue llevado en andas por expresar que los collares de perlas son hechos de perlas. O de manera semejante a lo que se observa en una casa de familia que llama a un plomero falluto y a un electricista que no es de los mejores: el plomero cobra diez pesos la primera visita y no hace una segunda en la que se lo suponía arreglando según lo diagnosticado. El electricista no cobra visita, va cuando promete la segunda vez, no lleva modernos fusibles, pero devuelve la luz en el hogar de un dueño de casa que, ignorante acerca de caños y de cables, lo admirará tanto como detestará al plomero. 
El incumplimiento de deberes de algunos funcionarios es tierra fértil para que se consientan deslices, en una lógica sintetizada por la expresión: “Robó, pero hizo cosas”. Tal combinación de palabras es hija de un contexto en el cual hay quienes están sospechados de haber robado y de no haber realizado obra alguna.  
Es innecesario ser un superdotado para notar que aquél que manoteó billetes ajenos y dio beneficios a la comunidad es superador del que quiso lo primero y pasó lo segundo. El periodista que denunciare a ambos podría ser considerado como una suerte de aliado de la Doña Rosa de Bernardo Neustadt. No obstante, si quienes deben dar el ejemplo desde el poder no lo hacen, las sombras de la desconfianza pueden caer también sobre los periodistas. Así, es factible que surja un pensamiento como “¿y éste no trabajará para la oposición?” en relación al columnista que criticare la supuesta deshonestidad de un funcionario. Viveza criolla subyacente -un empleador formal, dos sueldos, de los cuales uno es informal-, la falta de fe sobre la probidad del periodista tendría de dónde asirse. 
 

Tiro libre con barrera 
Las personas miran televisión, leen o escuchan radio provistas de filtros. En Televisión, Audiencias y Estudios Culturales, David Morley afirma que “las diferentes formaciones y estructuras subculturales que existen en la audiencia (...) estructuran la decodificación del mensaje para diferentes sectores de la audiencia”.  
Si un poblador de un paraje cualquiera de Argentina supiera que hay periodistas que además diseñan propagandas para candidatos a gobernantes, probablemente sería más cauteloso en sus juicios. Al fin de cuentas, el portador del mensaje incide en la interpretación, de modo que podría presumirse parcializado el contenido de lo que ese periodista dijera. ¿Por qué “podría presumirse parcializado” y no directamente “es parcializado”? ¿Por qué no explicar un ejemplo de relación texto / lector por una teoría universalista? Dado que, tal lo consignado por Morley, “conceptualizar así el momento de leer o de mirar televisión es desconocer la intervención constante de otros textos y otros discursos que también sitúan al sujeto” e incluso es desconsiderar que “las interpelaciones del pasado afectan a las del presente”. 
Interpelaciones, de ellas se habla. De ellas se ha sabido tal vez sin conocer la palabra, al sentirse “tratado” como haragán al escuchar “a ver si por lo menos hacés esto”, como tonto frente a “es una pavada, pero por las dudas te ayudo” o como ganador ante expresiones tipo “usted será irresistible (una vez que tenga este auto)”, tal el subtexto de alguna burda publicidad. 
¿Y por la secundaria cómo interpelamos? Mal se haría en generalizar. Bien se procede al reparar en una encuesta de 1998 suministrada por docentes del departamento a ingresantes de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional de Río Cuarto. De los 158 que devolvieron el cuestionario, 124 afirmaron leer diarios, aunque a la hora de señalar tres noticias internacionales que recordasen de los quince días anteriores apenas 41 apuntaron tantas como las pedidas, mientras 52 ni siquiera mencionaron una. 
“Lo que pasa es que él se fija en nuestro país”, diría, en plan de apañar, la novia de alguno de estos adolescentes. Lamentablemente para tal defensa, frente al requerimiento de nombrar tres ministerios nacionales y la identidad de sus titulares hubo 50 que no consignaron nada o se equivocaron, en tanto 39 supieron responder correctamente. Los restantes 63 se repartieron entre los que apuntaban uno o dos ministerios y sus responsables sin fallar en los nombres.  
“Es que no se interesan mucho por lo actual”, diría una madre sobreprotectora a la cual, antes de que agregase que “al nene le gusta la Historia”, cabría responderle con un dato contundente: sólo 8 sabían el siglo de ocurrencia y el lema de la Revolución Francesa. De los 158, 36 contestaron bien uno de los dos interrogantes. 
“Bueno, lo que pasa es que a mí me importa Argentina”, acotaría cualquiera de los que no sabían siglo ni lema de la Revolución Francesa. Y esgrimiría el dato de que al momento de marcar diferencias entre lo que se celebra al recordar el 25 de mayo de 1810 y el 9 de julio de 1816, hubo 98 respuestas correctas y 60 malas. 
Para los que desconfían de la representatividad de las cifras, estos detalles de autores anónimos:  
a) “Graciela Fernández Meijide pertenece al partido menemista”; 
b) “Mi autor preferido es Vioi (sic) Casares”; 
c) “El filme ‘Il Postino’ alude al argentino Pablo Neruda”; 
d) Uno de los premios nobel de Argentina es “Santos Viasati (sic)”. Otro es “Borocotó”; 
e) “El 25 de mayo se declara la independencia y el 9 de julio se habre (sic) la casa de Tucumán; 
f) Carlos Corach es “ministro de Educación y Cultura”. Y “Korach” (sic), titular de “Economía”; 
g) Una de las noticias internacionales planteadas fue la “asumición (sic) de Pinochet como senador vitalicio”. 

Groseros equívocos, de los que invitan a pensar si quienes los cometieron pasaron años siendo recompensados por ello.  
Si los estudiantes secundarios son interpelados por algunos como idiotas -a quienes se suele quitar del paso por las dudas que su condición sea contagiosa-, ¿cómo no se van a ofuscar cuando tienen que estudiar? Así, aquello que en la universidad es tenido por breve, para el alumno secundario ingresante a una casa de altos estudios es prácticamente como leer el Martín Fierro de un día para el otro. Alguien que durante 5, 6 ó los años que le hubiera demandado la secundaria ha sentido que representaba virtualmente una molestia de la que unos y otros se liberaban mediante aprobaciones discutibles, se incomoda en un régimen universitario donde le exigen saber para salir airoso de los exámenes. 
Si a muchos en el secundario les basta que lleguen diciembre o marzo para avanzar al año siguiente, esto es, la condición necesaria de aprobación es que transcurra el tiempo, ¿cómo no les va a ser duro el camino por la universidad en la medida que encuentren profesores que entiendan que deben exigir conocimientos?  
¿Cuál es la vía? Afirmarlo sería aventurado o un acto de fanfarronería. Sí se puede estimar que no son senderos dignos de ser recorridos aquellos por los cuales transitan los caminantes del facilismo y del desprecio por la inteligencia. Bastan dos dedos de frente para dejarse persuadir de que el ingreso a la universidad no sólo comporta el derecho al descuento en un boliche bailable sino el deber de conocer. 
Esa interpelación que reciben los estudiantes secundarios los condiciona en su presente, y así un par de páginas les significan un par de decenas. También ha de incidir el cúmulo de interpelaciones que pudieran haberlos hecho pensar que los docentes que no aprobaban a la mayoría eran ogros. Ni qué decir de aquellas frases vertidas por los vivillos de la cuadra que aconsejan “nueve meses de vacaciones y tres de clase”, sin pensar que tal lapso sin trabajar ni estudiar debería generar cierta incomodidad una vez que se ha renovado el documento. 
 
Medios  
Si en un examen de secundaria se presentasen 140 estudiantes y solamente uno aprobara se estaría ante un hecho inusual. Sería noticiable desde la perspectiva de Lionel Gioda pues contaría con la magnitud -no daría igual si el exitoso fuera único entre diez- y la alteración de la rutina. Por aquello de la proximidad del hecho y su actualidad resultaría aun más potable como material a ser publicado si sucediera el día anterior en la misma localidad o en alguna cercana a la del medio de comunicación. 
O por lo que expone Lorenzo Gomis: “Noticia es un hecho que va más allá de sí mismo, un hecho con trascendencia”.  
Al margen del probable enojo del docente referido, quizás no habría otros con bronca dado que se habría dedicado tiempo a un episodio con rasgos aptos para integrar un noticiario o las páginas de un periódico. 
Ahora bien, ¿qué tal quedaría al costado de la crónica una nota de opinión escrita tras haber escuchado únicamente a estudiantes nerviosos por el “bochazo” colectivo? Luciría mejor si hubiera también espacio para el profesor, a la usanza de los juicios, en los cuales además del acusador habla el acusado.  
Sería previsible que el docente que desaprobó a casi todos no quisiera hablar.  
Ante la página que todavía tiene espacios en blanco o el panorama informativo al que le faltan más de siete minutos para llegar a los 30 de costumbre, ¿qué hacer? 
Dar a conocer el hecho sería un buen recurso para salir del paso. En la medida que se corroborasen los datos se haría una aseveración que no por sus chances de incomodar a alguien es deshonesta. 
Si a la noticia se añadiesen opiniones contra el docente se caminaría en un sentido inverso al recomendable por quienes juzgan sí y sólo sí escuchan al que se siente perjudicado y a quien supuestamente provocó lo que es valorado como daño. Basta con suponer cómo se acomodaría en el banquillo el periodista si, acusado por el fiscal, fuese condenado por el juez sin derecho a mencionar palabra alguna. 
Tras esa nota no sería descabellado suponer otra con entrevistas a alumnos -no preguntas al pasar, sino periodista y estudiante sentados, lejos de la muchedumbre inquieta que reclama en el colegio-. Y sería dable pensar que unos cuantos interrogados admitiría que coquetea con la dejadez, lo cual provoca deseos de ir a un examen sin haber estudiado.  
El periodista escribe la nota que descalifica al docente primero y el mea culpa estudiantil después, cual muchachito que pintarrajea una pared y luego vende la pintura al dueño de casa para que la blanquee. 
¿Libertad de expresión? ¿Las famosas “dos caras de la verdad” mediante las cuales el noticiero Nuevediario hablaba de sí mismo? Aquella tarde en la cual desde la redacción se llamó por teléfono a un profesor que no contestó es parte de un pasado en el cual lo escrito significó situarse del lado de los que no tienen la facultad de poner notas. Hubo apenas un alumno aprobado, lo que abrió las puertas para ir a jugar a los dardos contra el docente. Tras esto se interrogó a quienes encontraron un 2 en sus libretas y se llegó a la conclusión de que el maestro no es un malvado. 

Dos días-dos notas. Cuantitativamente, el par mejora la idea de quince días-una nota de fondo relativa a educación. Vaya. Y pase, en un país desde cuya televisión privada se toman decisiones respecto de la continuidad de programas sólo en función de la cantidad de telespectadores, conducta cuyo principio rector sería algo así como “el televidente vale la pena únicamente si mira -y contribuye al rating de- nuestros programas”. 
Críticas que desatienden los márgenes de la hoja donde las personas escriben sus trayectorias. Divisiones entre héroes y villanos establecidas con la premura del comienzo del noticiero o la salida del diario. Viveza criolla admitida si no se la sufre. Guiños a estudiantes con capacidades adormecidas. Interpelaciones amigas de cosificar a las personas que ven televisión. En fin, estilo noticiero, conjunción de aspectos lamentables de diversa procedencia. 

 (*) por Alberto Ferreyra  
Dpto. de Prensa - UNRC.