Eduardo Falú es un artista no sólo del canto y la guitarra; 
es un hacedor de cultura. Para un pueblo, esta virtud lo hace síntesis de una parte de su idiosincracia.
La Universidad Nacional de Río Cuarto, por ello, lo distinguió con su título de Doctor Honoris Causa al cumplir sus primeros 25 años de existencia institucional.Ganado para siempre en Salta desde muy temprana edad por su instrumento y por la poesía, su carrera artística ha deparado para el país un símbolo de su cultura folklórica. Con severa humildad, recibió la distinción de la que lo invistió la UNRC, y al hablar del rol de la universidad del año 2000 Falú dijo que la institución académica «no sólo debe enseñar sino hacer cultura».

Eduardo Falú, compositor y guitarrista argentino, distinguido con el título de Doctor Honoris Causa de nuestra casa de altos estudios, sostuvo que “es ineludible crear en la universidad la enseñanza de la cultura. Salvar a la cultura es salvar al hombre”, remarcó.
Este depurado cultor de la música norteña y también representante de nuestra cultura autóctona, que ha paseado su arte por incontables escenarios mundiales, fue escogido entre otras personalidades del país y del extranjero, como el pedagogo brasileño Paulo Freire, el filósofo argentino Arturo Roig, el ex presidente constitucional Raúl Alfonsín, el escritor Ernesto Sábato y el cardiocirujano René Favaloro, para ser distinguido con la máxima condecoración académica que otorga la Universidad de Río Cuarto con motivo de cumplir en 1996 sus primeros 25 años de vida institucional.
Al hacerlo, la Universidad no sólo tuvo en cuenta el virtuosismo de su arte sino también su afanosa difusión de la cultura nacional en distintas latitudes.
Al hablar sobre el rol de la universidad en el año 2000, Falú dijo que “está muy bien que la universidad haga tecnología y cientificismo, pero la cultura en general no se puede descuidar nunca”.
A la prensa, además de pronunciar un discurso en la ocasión, le señaló que “no hay un país con buen intelecto si no hay una buena universidad. La universidad –prosiguió- debe ser un centro de divulgación y formación de cultura para que el país no esté estancado”.

«Un hito en mi vida»
En la oportunidad de pronunciar su discurso tras ser investido con la máxima condecoración académica, el ilustre folklorista dijo que «este 3 de octubre constituye un hito para mi vida; hay un antes y un después».
«Nunca en la historia de estas instituciones -añadió- se produjo un hecho así; por eso mi asombro y mi agradecimiento».
«Esta es la primera vez -recalcó Falú- que un reconocimiento de una Universidad importante del país se da a un artista, a un hombre que, en fin, ha luchado, ha fatigado caminos, que ha hecho todo lo posible por transmitir, por preservar, por rescatar del olvido muchas cosas, nuestras tradiciones, por dar a la gente joven una identidad. Como decía el Rector: ‘la gente joven debe saber de dónde viene para saber a dónde va’».
El artista distinguido afirmó luego que «ante casi la indiferencia de muchas instituciones del país, salvo la Secretaría de Cultura de la Nación y otras que me ofrecieron estas menciones, esta distinción es el corolario a una vida de difusión de nuestra música, de vigorizar el sentido nacional ante la penetración de otras expresiones musicales que viene recibiendo desde hace unos veinte años nuestro país y nuestra juventud».
«¿Cuál es el rol de la Universidad en el año 2000? Se preguntó Falú. Hablar de la Universidad -se contestó- es hablar del intelecto de un país hecho institución. El uno es impensable sin el otro; cuando una Nación es grande, también lo es su Universidad. No hay Nación grande si su Universidad no es buena. Pero lo mismo debe decirse de su política, de su economía, de su arte y de su cultura».
«La sociedad -dijo luego- necesita de buenos investigadores y profesionales, y para eso está la Universidad, para crear y difundir conocimiento».
Advirtió luego que «es ineludible crear en la Universidad la enseñanza de la cultura. El profesionalismo y el especialismo librados a sí mismos pueden llegar a ser nefastos para el destino de un país; por eso, con esto tenemos que la Universidad debe transmitir la cultura, enseñar las profesiones y educar nuevos hombres de ciencia».
   En la parte final de su mensaje, el flamante Doctor Honoris Causa sostuvo que «la Universidad tiene que estar abierta a la plena actualidad; la vida pública necesita de la Universidad. Ciframos, pues, la esperanza de que la Universidad no esté ausente ante el materialismo, la globalización, esa palabrita tan usada; la estandarización, que nos aquejan, para salvar la cultura, que es salvar al hombre».
   De esta manera, este cultor de la música popular dejó su impronta de cómo concibe el concepto de la Universidad del nuevo siglo.

(*) Nicolás A. Florio
Dpto. de Prensa y Difusión. UNRC

La nevidia de la sana admiración
Cuando uno elige el camino del arte no sólo debe tener talento para crearlo o interpretarlo, sino un mensaje para transmitir.
De pronto, más que elegir una senda, el artista con su sensibilidad e inspiración prologa un destino.
El creador, entonces, refleja cultura. Es decir, en su caso, hace trascender la idiosincrasia de un pueblo a través de la música y del canto.
Ese sentimiento se traduce en voces y acordes, que sirven para que otros sientan, interpreten y canten por uno. Si hay arte y mensaje, hay trascendencia.
Esta semblanza se me ocurrió después de ver y oír a Eduardo Falú en dos oportunidades en la Universidad, a quien no conocía personalmente pero que por supuesto había oído cantar e interpretar.
Es una envidia sana ver que otros tienen un arte para transmitir; esto es admiración. Me ocurrió con este maestro salteño que tiene sensibilidad para comunicar con sonidos y con tonada.
Alto y calvo, señorial y sencillo a la vez, es poderoso en la inspiración y pulcro en el interpretar.
Cuando pulsa la guitarra y entona su voz grave, la música folklórica norteña fluye como un manantial.
Instalado en un escenario que no le es el más habitual -el aula mayor del campus universitario- su arte me pareció más depurado y exquisito, porque me emocionó una música no desconocida, pero tampoco propia.
Si lo autóctono de otro lugar toca las fibras con una música y una voz es porque el arte es mayor.
Las cuerdas de su guitarra lanzaban notas y matices arrancados por dedos expertos y firmes.
Oyéndolo, se me ocurrió la idea de que otras manos no podrían sacar esos sonidos folklóricos del mismo diapasón.
La voz grave, casi dulzona como los frutales salteños y el vino torrontés, desplegaban vibraciones que llenaban cada uno de los intersticios del escenario extraño, pero acogedor para su arte, transformado en un santuario por el silencio envolvente
La estética interpretación de Falú, aunque venía de una provincia casi extraña para el centro cordobés, me depararon un disfrute impar.
Su música y su voz, asociada a la lírica folklórica de autores como Manuel Castilla, Jaime Dávalos o Buenaventura Luna, habían inundado el recinto con increíbles posibiliHay una grandiosa humildad en las inflexiones de su canto y en su capacidad interpretativa, que conmueven cuando se lo ve y se lo escucha.
Si a ese virtuosismo sumamos el mensaje capaz de transmitir con la poesía o el sentir de un lugar, la sensación de plenitud artística se colma.
De antaño, se decía que en la Universidad dictaba clase quien sabía, más que quien se graduaba.
La Universidad de Río Cuarto tuvo acierto cuando distinguió a Eduardo Falú con su máximo galardón académico.
También quien canta y ejecuta un instrumento puede hacerlo en un claustro con la elevación que sólo da el talento.