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Pertrechado en los confines
de las sierras chicas de Córdoba,
veinte kilómetros
al Sur de Santa Rosa de Calamuchita, muy cerca de la central
eléctrica Cerro
Pelado, se encuentra la comuna de Amboy, con sus encantos
naturales y su rica historia.
El lugar llama la atención
al viajero desprevenido, por la belleza y armonía del paisaje,
por la estampa colonial
de las viviendas y, sobre todo, por la tranquilidad,
que parece de otro tiempo.
Lejos del ruido de las
grandes urbes, el caballo y el sulky tienen aún aquí singular
importancia como medio
de transporte, mientras que el viejo almacén de ramos generales
subsiste como fuente principal del suministro de víveres a
los vecinos.
Entre 1970 y 1990 con
la construcción de la central hidroeléctrica Cerro Pelado,
mediante el embalse del
río Grande, la villa tuvo una etapa de florecimiento. Pero por estos
días, como todos, no puede escapar a la crisis económica
y al azote del desempleo.Amboy se destaca, entre otras razones, por
ser la cuna del creador y redactor del Código Civil Argentino, doctor
Dalmacio Vélez Sársfield, de cuyo nacimiento se cumplieron
recientemente doscientos años.
En el núcleo urbano
de esta comunidad se encuentra el Museo Arqueológico Paleontológico,
de Historia y de Ciencias Naturales “Doctor Dalmacio Vélez Sársfield”,
donde se resume gran parte de la tradición y de las referencias
históricas y culturales de toda esta región.
VOCES mantuvo un extenso
diálogo con el responsable del museo, Néstor López,
quien durante la recorrida por las distintas salas hizo un
paneo de los hechos más significativos de la historia de Amboy.
Cuando llegó a la
zona de Amboy, la primera expedición de europeos encuentra una población
indígena a la que denomina Comechingones.
La organización social
de aquellos pueblos era de clanes de veinte a treinta casas -que se construían
en las cercanías de ríos y arroyos serranos- cuyos miembros
tenían algún tipo de parentesco. Vivían del trueque
y posiblemente su moneda de cambio fundamental hayan sido las hierbas naturales
con propiedades medicinales.
Las tierras de Amboy fueron
dadas en encomienda a parientes de Jerónimo Luis de Cabrera y el
poblado surge como un centro de reunión donde los pastores
comercializaban sus productos mediante el canje. Estos hechos habrían
transcurrido unos pocos años después de la fundación
de Córdoba en 1573 y de Alta Gracia en 1594.
La fundación oficial
se da el 23 de julio de 1896, cuando se aprueban en catastro provincial
los planos de la villa de Amboy, ya que en los últimos veinte años
del siglo XIX en Córdoba se cumple un proceso de creación
de los juzgados de paz, los registros civiles y se hace la primera medición
de catastro.
Los Jesuitas
Parte de la encomienda de
Amboy fue cedida a los jesuitas y es así que entre 1630 y
1650 se erige la primera capilla, que era por supuesto de adobe y techo
de paja.
La capilla tuvo una
incipiente influencia en la formación del pueblo, pues el
cura, cuando la gente bajaba de la sierra, le brindaba una parcela en el
éjido úrbano para que pudieran asistir a las reuniones comerciales
o a las fiestas patronales.
Así se fueron formando
la parcela de los Sánchez, la de los Torres, la de los Rivarola,
la de los Verde, cada una de las cuales quedó en manos de los descendientes
de estas familias. Pero gran parte de las propiedades del casco histórico
de Amboy no son de las personas que habitan la casa sino del Obispado de
Córdoba.
Los Jesuitas desarrollaron
un vasta actividad comercial, por medio de la estancia de San Ignacio,
uno de los tantos establecimientos de la orden en un amplio territorio
que se extendía desde el Dique Los Molinos hasta las postrimerías
del río Cuarto, con una anchura marcada por las dos sierras.
El centro neurálgico
de esta organización estaba en el camino que une hoy Santa Rosa
con San Ignacio, donde tenían las viviendas, hornos de cerámica,
hornos de fundición de metal y varias quintas y montes frutales,
todo concentrado alrededor de San Rosa y hacia el sur.
Allí cuentan que
existió una de las primeras obras hidráulicas de la Argentina,
consistente en un canal que sacaba el agua del río Santa Rosa y
proveía energía hidráulica a un molino harinero, tras
lo cual el agua era restituida al mismo río.
Dalmacio Vélez
La historia de Amboy, sin
embargo, tiene como referencia más destacada el 18 de febrero de
1800, cuando el nacimiento de Dalmacio Vélez Sarsfield, redactor
del Código Civil y activo político.
Muy cerca de la Iglesia
y del Museo se encuentran los restos de la casa nativa
del creador del Código Civil, de la cual sólo han quedado
los cimientos. Por iniciativa del Ejercito Argentino en 1.926 se
erige un monolito sobre los restos de la vivienda en memoria del célebre
jurista, en ocasión de maniobras de las tropas en Calamuchita.
El presente
Amboy constituye una comuna
de unos doscientos habitantes, casi todas familias tradicionales del lugar,
a las que se suman pocas familias provenientes de grandes centros urbanos
atraídos por la tranquilidad y el apacible clima.
A pesar de su ubicación
geográfica, el progreso en cierta manera ha llegado a esta comuna
expresado, por citar un par de modos, en el servicio de teléfono
y luz provisto por la Cooperativa de Provisión de Obras Servicios
Públicos y Créditos de Amboy y Villa Amancay.
La Escuela Fiscal Dalmacio
Vélez, cuya existencia data de principio de siglo, ofrece un ciclo
inicial, primario y ciclo básico rural a niños y jóvenes.
No obstante, los lugareños
reconocen la precariedad de la vida, la escasez de trabajo y la caída
que en los últimos tiempos registra la oferta de servicios.
«Antes al menos había
una estación de servicio, ahora hasta para cargar nafta tenemos
que ir a Santa Rosa», expresó un vecino vinculado a la vida
institucional de Amboy. «Si esto sigue así desaparecemos»,
se quejó.
Amboy dista
mucho de ser un pueblo fantasma, o al menos de dar esa imagen. Por el contrario,
el encanto del arroyo que atraviesa la población se conjuga con
antiguas construcciones de solemnes fachadas, ranchos de adobe y
casas de material, dando al paisaje un impresión de vida y
colorido.
La obra de Cerro Pelado
«fue un espejismo», decía Néstor López,
«ya que generó un movimiento inmigratorio de llegada de nuevos
habitantes en contra de los tradicionales movimientos de éxodo de
jóvenes que siempre sufrimos».
López aclaró
que «con la obra hubo una importante llegada de trabajadores
que dieron alguna prosperidad económica a la localidad, pero
la época de las vacas gordas concluyó junto con la obra en
1988 y ahora todo ha vuelto a la normalidad».
Museo Histórico
Un lugar de paso obligado
del visitante que busque elementos fundamentales de la historia de
la región, vinculada al pasado provincial y al nacional,
es el Museo Doctor Dalmacio Vélez Sarsfield. El asiento es
una vieja casona utilizada a principios de siglo como almacén de
ramos generales, que fuera propiedad de un inmigrante búlgaro.
El museo nace en 1.993
por iniciativa de un grupo de vecinos junto a la Cooperativa Eléctrica
y de Servicios y la Fundación Amboy. Las puertas se abren en 1994.
Entre las mil quinientas
piezas del museo, casi todas donadas por los vecinos, el material
más antiguo de la cultura europea es una placa de bronce, de trescientos
años de antigüedad, con una cruz labrada y simbologías
religiosas de inspiración jesuítica.
La placa, con una dedicatoria
a Jesús Cristo, tiene letras en griego, con iniciales que corresponden
a rezos de la religión católica escritos en latín.
El museo tiene también
una capilla ardiente de origen europeo de 110 años de antigüedad
importada por una casa fúnebre de Buenos Aires. Al pasar de moda,
este templo de cuatro paneles es llevado al Valle de Calamuchita.
Por esos años, la
capilla ardiente una vez utilizada en los velatorios iba quedando en el
galpón de algún vecino. Cuando alguien moría entraba
otra vez en uso.
De gran calidad, está
hecha de madera de roble, con vitrinas en técnica de vitraux y una
junta de plomo para unir los vidrios.
Se puede encontrar además
rastros de la cultura indígena con piezas traídas del
norte del país, donde se empleaba el metal y elementos típicos
de Córdoba, zona en la que el indígena trabajaba la piedra
en la construcción de implementos agrícolas.
Hay muestras de cerámica
aborigen, en este caso de regular calidad porque el cocinado de las
piezas era directo y no en horno, lo que provocaba un muy buen cocinado
por dentro, pero una mala cocción del material por fuera, lo que
favorece el proceso de alteración de la cerámica.
Existe una sala dedicada
al prócer Dalmacio Vélez Sarsfield, aunque la gran
mayoría de pertenencias de este codificador se encuentran en el
Museo Histórico Nacional en San Telmo, en el Museo Sarmiento y en
la Universidad Nacional de Córdoba.
La sala fue inaugurada al
cumplirse en febrero el bicentenario del nacimiento de Vélez. En
el interior puede verse un completo árbol genealógico
de la familia, sustentado en el libro La Cruz mi Pueblo, de Fernández
Vélez, y en el asesoramiento de entendidos en patrimonio cultural
de la provincia de Córdoba.
Permite esta referencia
observar que Dalmacio estaba emparentado, por líneas de sangre
directa, con los primeros conquistadores del territorio mediterráneo
como es el caso de Tristán de Tejeda.
Otros documentos a la vista
son una copia fotográfica del acta de defunción de Dalmácio
Vélez, una carta de pedido de tierras del padre de Dalmacio al Marqués
de Sobre Monte del año 1790-91 y el acta de casamiento de los padres
en la capilla de San Ignacio.
Restos arqueológicos
A través de tareas
de relevamiento e investigación en la zona, se extrajo recientemente
un cráneo perteneciente a un espécimen Hippidiom principale
(Owen 1870), familia Equidae, de unos 10 mil años. El hallazgo constituye
uno de los pocos en el país y el único en Córdoba
de un cráneo completo de caballo fósil.
En la misma sala se exhibe
la caparazón de un Glyptodonte, cuya edad oscila en los 10
mil años.
Cristiano o aborigen Dos
Culturas
A raíz de la escasa
inmigración llegada a este pueblo, con un fuerte componente de criollos
en su estructura demográfica, la tradición del lugar ha ido
conservando con el paso de una generación a otra una gran cantidad
de leyendas, algunas de remoto origen que reflejan a su vez el cruce de
la cultural aborigen y española-cristiana.
Cuentan los más memoriosos
que el hecho habría ocurrido en el siglo pasado XIX cuando un
gran comerciante había hecho un negocio en Amboy. Para evitar las
tentaciones de las juergas o de alguna de mesa de dinero partió
del pueblo cuando entraba la noche.
En el paraje San José,
a pocos kilómetros de Amboy, fue sorprendido por hombres
de mal vivir que lo robaron, lo asesinaron y enterraron su
cuerpo en una cueva del lugar.
Con el tiempo se empezó
a correr la voz entre la paisanada, que allí mismo,
donde yacía el cuerpo del malogrado comerciante, en las noches
claras se avistaban luces y de vez en cuando un aterrorizador
aullido ponía el alma en vilo de los transeúntes.
Los parroquianos, de profunda
raigambre religiosa, para auxiliar a esa «alma pena»
dispusieron la instalación de la imagen de una virgen
y de un oratorio donde se pueda decir misa y rezar un rosario para aliviar
el martirio del muerto.
Ya en este siglo, pocos
años atrás, un equipo de paleontólogos sintió
curiosidad por la tradición. Los científicos excavaron
en el lugar y ubicaron, en primer término, una cueva. En el piso
de la cueva un esqueleto rodeado de elementos aborigen, por la cual
deducieron que no se trababa de la tumba de un cristiano.
Además, los restos
hallados eran de una mujer joven que presentaba vestigios de haber recibido
un terrible golpe en la cabeza, supuestamente la causa de su deceso.
Quedó flotando en
el aire el interrogante obligado ¿Y el fantasma? Ni cristiano, ni
hombre, ni comerciante.
Alguien que ocasionalmente
por allí andaba se aventuró a dar una respuesta (vaya difícil
empresa): «Con el tiempo la leyenda se fue cristianizando y el mito
de la india muerta, posiblemente asesinada, fue siendo reemplazada
por el del comerciante» dijo.
Los restos de la mujer pueden
verse también en el Museo Vélez Sársfield.
(*) Lic. Tristán
Pérez
Dpto. de Prensa UNRC.
Fotografías:
Verónica Barbero |