La palabra crisis ha perdido crédito, banalizada por el uso retórico. Hay resistencia psicológica a profundizar en los aspectos más amenazantes de la realidad. El verbalizar es, a veces, una defensa, una especie de exorcismo para alejar los peligros. Se pueden hacer insistentes referencias a la crisis sin entrar realmente en las vivencias, sin un verdadero compromiso íntimo.

En toda crisis hay una tensión entre amenaza y posibilidad de avance. La persona madura en crisis siente el riesgo de la declinación y la apertura a la sabiduría. El adolescente está, consabidamente, polarizado por la búsqueda de identidad y la alternativa de la difusión, mientras lo atenazan las necesidades opuestas y complementarias de independencia y dependencia.
Mirando el mundo como un todo, se da la evidencia de un crecimiento tecnológico increíble y de un malestar generalizado, porque se frustran necesidades tan elementales como las de comer, tener aire puro o contar con acceso a una comunicación profunda.
Ubicándose desde la perspectiva del desarrollo, se da un enfrentamiento entre lo que es la tendencia visible de las políticas gubernamentales y los centros de poder económico sociales, el predominio de la producción de cosas, sobre lo que aparece esbozado en los proyectos alternativos, los intereses de los seres humanos.

Las personas y las cosas
Las bases del desarrollo alternativo están en la aprehensión de esta crisis de fondo. El ser humano está siendo deformado, alienado, por sus medios, los objetos, los instrumentos, las cosas. Frente a ello va emergiendo una opción, los seres humanos son más importantes que las cosas.
Los humanistas, las personas sensibles, los seres espirituales, han advertido siempre sobre la exigencia ética de valorar a los humanos y subordinar los objetos, lo externo, a la riqueza en valores, su sensibilidad.
Lo que distingue al desarrollo alternativo es la postura a favor de un cambio global, en la vida cotidiana y en la política gubernamental, expresándose en indicadores tan substanciales como los que apuntan al nivel de vida. Los países post industriales y los pre industriales, los cristianos y los budistas, las social democracias, socialismos, capitalismos liberales y fascismos, identifican su riqueza con su producto nacional bruto, su balanza fiscal. ¿Quién intenta evaluar cómo están las personas, su creatividad, su armonía personal y social, su desarrollo como seres humanos?

Los actores, sujetos del cambio
En esta dirección hacia “un desarrollo para las personas” existe, de hecho, una convergencia entre múltiples movimientos, directrices ideológicas, utopías. Representan el lado positivo de la crisis, la esperanza. Podemos nombrar, entre los “afluentes” de esta corriente alternativa, al movimiento emancipador femenino, diversas expresiones autónomas juveniles, las tendencias autogestionarias en la economía y la organización social, los proyectos a favor del desarrollo local, de las autonomías regionales y étnicas, las múltiples facetas de las acciones a favor de visiones participativas y holísticas de la salud, las organizaciones y las luchas por los derechos humanos, el creciente movimiento hacia una psicología humana y transpersonal y la riquísima variedad de expresiones del renacer espiritual con sus vertientes orientales, esotéricas y cristianas sociales.
En ese fluir dispar, vivo, situamos las corrientes principales de la educación popular, en cuanto se afirma la importancia de lo más propio del ser humano, el desarrollo de su conciencia y se propende a facilitar el camino para la emergencia de un protagonismo popular con sujetos en construcción liberadora.
Con frecuencia se pasa de este enunciado general, desarrollo para el ser humano, a una fase operativa, intentando llegar a la planificación en función de esquemas generales y sin problematizar. Sin preguntarse, por ejemplo, qué sostiene el desarrollo dominante, qué obstáculos encuentra la opción a favor de las personas, qué posibilidades hay que la alternativa sea también “cosificada” y se cambie de nombres , de cúpulas de poder o de gurúes teóricos, sin transformaciones reales en la vida cotidiana, en el quehacer político.

Sentido antropológico del autoritarismo
A nuestro juicio, el desarrollo “realmente existente” se apoya en características profundas del ser humano y de su situación, importantí-simas en la cultura capitalista industrial, pero que son anteriores a ella.
Las cosas, los objetos, la técnica, entran en el mundo de los previsible. Es el “umwelt” existencial, una realidad “dominable”, manipulable. El auto, el televisor, el carro del mercado, el botón de la computadora, son, esencialmente, obedientes. El “mitwelt”, mundo con los otros, el “eigenwelt”, mundo propio, están atravesados por lo más humano del hombre, lo subjetivo, terreno de sorpresas, de lo inédito. De la libertad.
Nuestra época, en especial nuestro país, ha asumido la existencia de una gran enfermedad colectiva, la patología de la obediencia, el autoritarismo.
En el corazón del modo de ser autoritario está  un problema propio del ser humano, una especie de crisis estructural, la tendencia a rechazar lo subjetivo, lo que se llama la intracepción. El autoritarismo descalifica, se aleja de lo subjetivo, en la misma forma que no acepta lo débil, que le fascina la fuerza, que no puede asumir lo incierto, que no tolera la ambigüedad, que tiene prejuicios y estereotipos.
En términos de Sartre, en el autoritarismo hay un miedo a la condición humana, al juego permanente entre el ser y el conocer.
El capitalismo, negando al ser humano, al trabajo, se identifica con un objeto abstracto, el dinero. Este “fetiche”, al decir de Marx, imprime un sello a la cultura dominante que se enlaza con la fascinación por la tecnología. La fantasía envasada en la televisión, la radio, el cine, la música, la web, afianza el proceso de distanciamiento de las potencialidades subjetivas personales.
En la opción autoritaria todo está mediado por las relaciones de dominio-sumisión, como las personas, aparentemente, manejan las cosas. La vida es rígida. En el país manda un jefe grande. En la burocracia un jefe menor. En la familia, otro jefecito. Hay que obedecer al dirigente, al esposo, al líder, al militar de más alta graduación.
La opción autoritaria, ajena a los seres humanos, está detrás de la increíble pesadilla del armamentismo y los riesgos de accidentes o guerras nucleares. Es, también, la racionalidad que subyace a la relación destructora, de dominio sumisión, con la naturaleza.

Racionalidad integradora y unidad
El desarrollo a la escala humana exige una racionalidad integradora que supere al autoritarismo, que descosifique al ser humano. Para ello existe un antiguo hilo conductor, la aceptación de la igualdad y, al mismo tiempo, de la diferencia entre los seres humanos. Hay una igualdad básica en derechos, en constitución biológica, en necesidades humanas. Tenemos un yo diferente, una identidad, una diferenciación de proyectos.
El sujeto, el actor de la alternativa, no es una sola clase social, un solo país, una sola idea Es un conjunto de movimientos hacia una sociedad para el ser humano, muy heterogéneos, como ya lo señalamos. Son ideas fuerzas que provienen del marxismo, del cristianismo, del psicoanálisis, la psicología humanista del existencialismo, de las religiones orientales, de la experiencia de los pueblos, del arte, de los nuevos movimientos contestatarios, del uso de las tecnologías apropiadas.
El desarrollo para el ser humano incluye y desborda la economía alternativa, el desarrollo local, el trabajo en la cotidianeidad popular, la emergencia comunitaria espiritual. Se trata, necesariamente, de una alianza de muy diversos actores.
Para poder asumir esa unidad en la diferencia, se necesita un desarrollo de conciencia. Se requiere la capacidad de trascender aparentes dicotomías, encontrando puentes, entre lo reflexivo y lo intuitivo, la acción y la contemplación, el trabajo y el juego, las relaciones significativas y los proyectos sociales, el desarrollo de sí y el compromiso con los cambios sociales.
A nivel personal, ese desarrollo implica la integración del hemisferio cerebral derecho, analógico poético,  con el izquierdo analítico, racional.
En el plano social es la asociación de la autogestión con la perspectiva de cambio estructural de la sociedad.
En relación a las tecnologías es el equilibrio entre los frutos de la sabiduría popular y el uso de los medios que faciliten la absorción de los conocimientos científicos más actualizados.
A nivel de la perspectiva de desarrollo es la superación del quiebre entre lo micro y lo macro. Es pensar globalmente y actuar localmente. Es pensar lo local y asociarlo a lo universal. Es luchar por la paz mundial y la armonía económico cultural del orbe y abrir camino a la riqueza de la vida cotidiana, de los grupos cara a cara, de los vínculos profundos.

Las pobrezas, las necesidades y la salud
Una de las perspectivas más interesantes en el desarrollo a la escala humana es la revisión de los conceptos de pobreza y riqueza. Se procura ampliar la visión en el sentido de que hay pobrezas económicas, pero, también políticas, afectivas, estéticas y espirituales. Alguien puede ser rico en desarrollo humano y pobre en recursos económicos. Así, una nación desarrollada en lo tecnológico es, con frecuencia, subdesarrollada en el agrado de vivir, en la comunicación, en la participación ciudadana, en la capacidad de concebir síntesis, de pensar con imaginación sociológica.
Otra idea fuerza importante es la de ir más allá de la noción esquemática de necesidades básicas, asumiendo la problemática del ser humano, las necesidades de creatividad, de trascendencia, de comunicación, de “completud”, de sentido, de relación finito-infinito.
En el ámbito de lo utópico, el desarrollo a la escala humana apunta a una utopía posible, aprehensible, concreta, la salud.
La salud, como desarrollo colectivo, como actualización de las potencialidades humanas, no es la ausencia de enfermedad, es creación humana. Su medida es la creatividad social, la intervención armoniosa de los humanos en la realidad global, haciéndose a sí mismos en un proceso inseparable de la transformación de sus circunstancias. De esa manera se expresa el gran derecho humano, el derecho a ser humano. A perder el miedo a ser humano.

La politización de la identidad
La nueva visión sobre la relación entre las personas y entre las personas y las cosas, la valoración de la salud, las necesidades humanas, la trascendencia de las dicotomías a nivel personal, social, tecnológico y del desarrollo no pueden lograrse sin apuntar a una transformación constitutiva de los seres humanos, a un proyecto que incida en la identidad.
Yo soy yo y mis circunstancias, decía Ortega y Gasset. Es en esa conjunción donde parece existir la clave del cambio. Somos esa entidad delimitada con que se nos individualiza, pero estamos relacionados con los otros, con la naturaleza y, a través de ello, somos también los otros y la naturaleza. En el fondo, no es nuestra pertenencia lo que es importante. Es la realidad de que “somos”, nuestra adscripción al “ser” es más relevante que nuestro “tener”. De ello se infiere que todas las lealtades parciales deben ser relativas. Al final, el desarrollo a la escala humana requiere una identificación con lo humano. El fenómeno humano íntimo, dentro de cada uno y el gran conjunto, ese todo que es la humanidad, nuestra circunstancia.
Es en la problemática de la identidad donde toma su relieve el encuentro en desarrollo personal y desarrollo para las personas. La meta histórica es la creación de condiciones para esa identidad integrada yo-humanidad.
El camino pasa porque los movimientos emergentes que van en esa dirección, que deben unirse asumiendo sus diferencias, incorporen, concienticen, politicen el tema de la identidad.

(*)  por Luis Weinstein
Santiago. Chile.

Detalle de la obra «Barriada Nº 7» de Bill Caro (Perú). 1973.