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A muy poco de andar,
el hombre se dio cuenta de que su gran valor era el pensar,
y su plenitud fue
el pueblo griego.
A muy poco de revelarse
Dios, el pueblo sujeto de la revelación se dio cuenta de que lo
más valioso era orar, y su plenitud se dio en el pueblo cristiano.
Pensar es la luminosa presencia
del ser en mí constituyéndome sujeto inteligente, pensante.
Pensar es la posibilidad de sumergirme en el cosmos, tomando a esta palabra
en su origen: lo bello, lo ordenado, lo armónico. Todo lo ordenado
es pensable; solo lo absurdo queda excluído.
Y cuando a ese pensar va
unido el amor en la certeza de la fe en Dios, el pensar es orante. Y ese
es otro mundo, otro cosmos.
¿Qué es pensar?
Ciertamente no es únicamente conocer, porque el pensar es anterior
al conocer, es su posibilidad; como es la posibilidad de la oración.
Cuando a veces, en circunstancias
difíciles de la vida, decimos “no quiero pensar”, sabemos que es
un deseo imposible porque sería lo mismo que dejar de ser hombre.
Somos sujetos pensantes.
Y no es que pensemos para vivir, o que vivamos para pensar. Simplemente,
y grandiosamente, somos vivientes pensantes.
Hay algo tan grande, tan
hondo en este sencillo pensar que no podemos sino afirmar un reclamo teológico.
El principio de mi pensar no puede ser sino Principio infinito, eterno,
vivo y amante.
¿Hay alguien que niega
el pensamiento? Hoy se niega el ser, la metafísica, pero desde el
pensamiento. Todo el idealismo moderno puso la primacía en el pensar,
a tal punto que el pensamiento vino a poner el ser, o a sustituirlo. Hubo
como una rebelión contra la objetividad del ser, y una afirmación
categórica del pensar.
¿Es que hay contradicción
entre ser y pensar?
Partamos de una realidad:
somos pensantes, pero somos criaturas. Criaturas pensantes. Y porque somos
criaturas, también limitadas. Tenemos el ser, no somos el ser.
No queremos renunciar a
ser pensantes por ser creyentes, como tampoco queremos renunciar a ser
creyentes por ser pensantes.
¿En dónde
encontrar el punto armónico de convergencia? En nuestro interior,
donde el pensar al ahondarse se hace orante, y donde la oración
es corona del pensamiento.
¿Es que el pensamiento
justifica la oración, o la oración el pensamiento? O mejor,
¿el sujeto pensante justifica la oración?
El solo hecho de ser pensante
no puede justificar ni la afirmación de Dios, ni de la moral y ni
de la realidad, si no se aclara antes dónde reside la fuerza objetiva
del pensar. Muy acertadamente nos dice Rosmini: La criatura inteligente
ve todo lo que ve en el ser, el cual es visible por sí mismo. El
ser ideal no tiene límites, por lo cual se puede afirmar que la
criatura inteligente no tiene límites, su conocer es ilimitado.
Su conocer tiene algo de infinito: un infinito análogo.
O sea que su infinitud le
viene por el medio formal que es el ser ideal. Los objetos van poniendo
límite, y por más objetos o seres reales que la criatura
humana vaya conociendo no llega al conocimiento real de Dios, el Ser infinito
y subsistente.
Dios sólo puede ser
conocido realmente si El se da a conocer, abajándose hasta la criatura
y produciendo en ella el sentimiento de Sí. La última perfección,
por consiguiente, de toda criatura inteligente no se da sino por la gracia
mediante la unión real de Dios con ella por el intelecto.
El ser, el pensamiento y
la gracia van conformando la unidad armónica del hombre cristiano,
del hombre en plenitud.
Es Rosmini quien nos dice:
Que si la razón hace vislumbrar al hombre el umbral de la fe, a
ésta la encomienda, como a cierta guía y a más sublime
maestra. Más aún: la fe misma lo vuelve a conducir más
tarde a la razón, que se hace maestra segura y guía infalible
cuando la conforta y la sostiene.
Fundamento del Pensar
II
La base, el fundamento que
a nuestro entender –y siguiendo en esto a Rosmini- nos constituye pensantes
es el ser, pero el ser en nosotros como idea, IDEA-LUZ, idea del ser indeterminado.
Soy sujeto receptor de un
objeto no puesto por mí, sino dado a mí. Ese objeto es el
ser, la esencia del ser. Al ser que de esta forma se da al sujeto, lo llamamos
Idea (que no es un concepto, sino la posibilidad de todo concepto).
El ser ideal es luz y objeto
de mi inteligencia, como lo anterior y presupuesto para cualquier juicio
que mi razón pueda hacer; es la presencia de la verdad en mí.
Es objeto de cuanto es constitutivo del ente inteligente. Es la esencia
del ser. Existe en sí y con relación a una mente, en la que
él en sí significa que es objeto presente a la mente. El
ser ideal es forma de la mente, lo cual es anterior a ser forma del conocimiento,
o función. Por eso, lo que Rosmini ha llegado a plantear es nada
menos que “el problema de la verdad”. No hay verdad sin una mente que la
piense. Verdad y mente son inseparables; en Dios son idénticas.
Si no tengo la noción
de entidad en general, jamás podré decir: “esto es un ente”.
Ahora bien, si a la esencia del ser la hemos llamado ser ideal, a sus realizaciones
las llamaremos entes reales. Y al ente real lo afirmo con ocasión
de un sentimiento. Así el hombre tiene intuición del ser
ideal, y el sentimiento de lo real. Lo real pasando por la sensación
llega a la inteligencia. La percepción intelectiva será la
unión del ente y las sensaciones; o la actividad sintética
entre la idea del ser y las sensaciones. La luz de la razón es el
ser ideal, el ser inicial.
Ahora bien, el ser puede
considerarse en su posibilidad o en su subsistencia, y en la relación
entre ambas formas. El ser tiene tres actos que llamamos categorías
o formas: la objetividad, la subjetividad y la moralidad. El ser se muestra
en modos distintos, pero permanece entero en cada una de las formas. La
esencia es la forma objetiva; la subsistencia es la forma subjetiva; y
entre ambas hay un vínculo que es la forma moral.
De todo esto nos va quedando
claro que de inmediato se nos presentan dos modos del ser: el ideal y el
real, y que a cada uno de estos modos los preside una facultad. Corresponde
al intelecto el ser ideal, y al sentido el ser real. Pero es el hombre,
el yo, el que conoce y siente a un mismo tiempo.. en el sentimiento común
del que el hombre está dotado, en su yo, está la percepción
del ser completo. Cuando se unen conocimiento intelectual y percepción,
el conocimiento del ser es pleno.
Como la IDEA-LUZ, la idea
del ser indeterminado, venga determinada y cambiada en idea particular,
me ayudaré de una semejanza. Tomemos el ejemplo de una superficie
muy plana sobre la cual se pusieron unas planchuelas de metal, cada una
cubriendo su parte, y así cada porción de la superficie estaría
determinada por el tamaño y figura de la planchuela correspondiente;
de modo semejante, a cada ser real percibido por el sentido responde una
porción del ser ideal que está en la mente, cuál porción
es justamente el modo ideal, o sea la idea propia de la cosa percibida.
Por eso lo que el hombre debe hacer es advertir esta correspondencia y
relación, o sea cotejar qué parte del ser ideal se manifiesta
y expresa juntamente con la cosa real percibida: examinando este cotejo,
he llegado a la conclusión que pertenece a la operación del
juicio: puesto que la síntesis primitiva no es sino un primer juicio.
Es imposible que de los
sentidos nos venga la idea de la cosa. Ellos solamente precisan y señalan
los confines dentro de los cuales contemplando el ser ideal, se contempla
con esto aquella porción de él que es justamente la idea
de la cosa real irruente en los sentidos.
La percepción de
la cosa agrega un sentimiento que pone en nosotros la persuasión
de la subsistencia de la cosa real. Y cuando nos persuadimos de que una
cosa subsiste pronunciamos un juicio: juicio de subsistencia.
¿Se da un conocimiento
negativo? Sí, es posible un conocimiento negativo, pero la diferencia
con el conocimiento positivo reside en que en lugar de la percepción,
debemos poner un signo o un indicio de la cosa. Así, cuando yo pienso
una cosa existente, en realidad mi pensamiento es el sujeto del que predico
la existencia. Y a esto me lleva un indicio, como cuando alguien dice que
va a cerrar la puerta y me muestra un puño cerrado convirtiéndose
éste en un indicio de que lleva en él una llave.
El conocimiento negativo
del que hablo comprende tres partes: 1) un argumento desde el cual arguyo
que un ente subsiste y por consiguiente lo afirmo; 2) un indicio o signo
que es siempre una relación de este ente, que no es percibido por
mí, con otro ente percibido por mi, determinando esta relación
a aquel ente y distinguiéndomelo de los otros; 3) y finalmente,
como consecuencia, que yo pueda negar con certeza muchas cosas de aquel
ente...
Tal el conocimiento de Dios
que yo puedo tener en esta vida, porque el argumento que yo puedo tener
de su existencia es la relación entre el universo y su autor o principio.
Algunos negaron la validez
de esta argumentación, tal es el caso de Kant, porque niega la posibilidad
de afirmarla como subsistente a la primera causa a la que la razón
pueda arribar. O sea que niegan la posibilidad de un razonamiento por el
cual la criatura puede ascender hasta el Creador. Pero el problema de Kant
y sus seguidores reside en que lo que afirman como universal y necesario
es subjetivo.
Rosmini, por el contrario
(y aquí reside la abismal diferencia con Kant), afirma que la naturaleza
y el principio del conocimiento a priori (el ser como Idea) es esencialmente
objetivo. Reivindicando así la objetividad metafísica del
principio de causa.
Por eso es que tienen validez
los argumentos de Santo Tomás con sus Cinco Vías, o el argumento
de San Anselmo porque razonan desde una buena metafísica, desde
la objetividad del ser.
(*) por Calixto Camilioni
Córdoba - Argentina
ilustración: Paco
Ortega |