Ya se trate de visionarios o de pronosticadores profesionales, el mundo contemporáneo está atento a la futurología. Desde 1970, Alvin y Heidi Toffler convirtieron en próspera industria lo que hasta entonces había sido el ejercicio de ficción literaria de personajes como Herbert George Wells, Julio Verne y George Orwell. Con el famoso libro El Shock del Futuro, y el programa de televisión del mismo nombre, presentado por Orson Welles, los esposos Toffler inauguraron una prospectiva al alcance del público y describieron el shock como lo que sucede cuando el cambio ocurre más rápido que nuestra capacidad para adaptarnos a él.

Los comunicadores nos hemos visto forzados, si no a adaptarnos, por lo menos a tener muy en cuenta la dimensión y la dirección del cambio, en este caso, comunicacional. En 1980, al mismo tiempo que el mundo conocía los resultados del famoso Informe McBride de la UNESCO, un futurólogo y periodista francés, Jean Jacques Servan-Schreiber, plasmaba así el porvenir en las comunicaciones: el desarrollo del otro pilar del universo postindustrial, el de las telecomunicaciones, ha permitido ahora multiplicar las aplicaciones de la electrónica y concebir su próxima etapa, la integración mundial a partir del momento en que la comunicación a distancia en sus formas conocidas, pueda adoptar el mismo código que la electrónica. […] A partir de entonces, las redes de comunicaciones forman un solo universo con el de los ordenadores y los robots. Permiten realizar toda una serie de otras tareas, donde la distancia es abolida […] Han acabado de completar y unificar el sistema. […] No se trata ya de hablar de transferencia, de ayuda, de restablecimiento del equilibrio entre el universo industrializado y el Tercer Mundo […] pues los microprocesadores en acción reclamarán una aportación humana tan diferente de todo lo que conocimos hasta ahora, que todos los seres humanos, tanto si proceden del Norte como del Sur, se verán progresivamente llamados a tareas de la misma naturaleza, para las cuales serán adiestrados y equipados de la misma manera. […] Los microordenadores, poderosos, ligeros y baratos, adaptados al lenguaje y adaptables a todas las funciones, llegarán a ser tan indispensables para el hombre, tan omnipresentes, tan íntimos, como el propio aire que respiramos y en el que vivimos.
Sin embargo, pese a que la nueva era digital y la globalización confirman hoy, parcialmente, este optimista pronóstico, a casi 18 años de distancia es evidente que el sueño tecnológico de un proceso evolutivo sin distingos y al alcance de todos los seres humanos, no se cumplió: la segmentación desigual de los consumos y la presencia de políticas restrictivas en el acceso a las tecnologías de comunicación, demuestran que estamos muy lejos de que desaparezca el desequilibrio entre “el universo industrializado y el Tercer Mundo”.
En América Latina, diversos tiempos históricos coexisten con dificultad; ninguno de nuestros Estados completó el proyecto nacionalista de la modernidad, mientras que pueblos y regiones viven todavía en contextos premodernos, al tiempo que sólo pequeños sectores sociales tienen acceso a los beneficios “posmodernos” de la revolución tecnológica. Por tal razón, cualquier ejercicio de prospectiva en nuestro contexto debe tener en cuenta las enormes diferencias que nos separan de la futurología optimista del Primer Mundo, en la cual los gurúes y profetas de la revolución digital son, a la vez, prósperos asociados de oficinas de consultoría profesional, interesados en hacer cumplir sus propias profecías.
Sin embargo, a pesar de exclusiones y desigualdades en el acceso, las llamadas tecnologías de comunicación son el sistema nervioso de cualquier sociedad contemporánea: transmiten y distribuyen todo tipo de datos e informaciones, conectan a cada vez más personas, grupos y unidades técnicas interdependientes, de manera que resultan vitales para las relaciones interpersonales, el comercio y el control de procesos productivos, a tal punto que todo cambio en dichas tecnologías tiene la capacidad de generar consecuencias profundas en cada área social. Prueba de ello es su generalizada presencia, visible, desde la perspectiva del usuario, en tres grandes bloques (ver cuadro).
Además de la parte tangible de los soportes materiales (hardware), abarcar la tecnología de comunicación requiere considerar los mensajes que transitan en ella (software), así como el contexto del cual participa una infraestructura organizacional (grupos de entidades involucradas en la producción y distribución de la tecnología), relacionada con sistemas políticos, económicos y mediáticos, así como con diversos grupos de individuos que realizan funciones en esas áreas sociales, hasta alcanzar a los usuarios finales.
Dentro de este panorama transformado aceleradamente por la revolución digital, la tecnología hasta ahora dispersa y multiplicada en aparatos y servicios sin aparente relación, vive un proceso de convergencia que tiende a generar un único fenómeno comunicacional: un solo cable para todos los servicios y un solo lenguaje digital para todos los lenguajes. Al mismo tiempo, la base tecnológica permite también la convergencia entre sectores (informática, telecomunicaciones, información, educación y entretenimiento).
Por eso, futurólogos como Nicholas Negroponte, Director del Laboratorio de Medios del MIT (Massachusetts Institute of Technology) y autor del libro Ser digital, afirman que “la computación ya no se refiere a los computadores, sino a la vida”, y que el nuevo dilema existencial radica en “ser o no ser digital”. A propósito, ya en 1703, Gottfried Leibniz, filósofo y matemático alemán, había presentado a sus colegas el sistema binario –base del lenguaje digital de las computadoras–, como posibilidad de demostrar que el mundo había sido creado por Dios.
Hoy, transcurridos tres siglos, ya nadie busca esas demostraciones, pero la computadora, corazón de la revolución digital, está considerada como el último eslabón entre las máquinas, pues se distingue de las otras porque ya no transforma ni produce objetos, sino información: la materia sobre la que opera es abstracta y simbólica, constituida apenas de datos. Sin embargo, en el caso de la radiodifusión sonora, en general, y de la radio popular, en particular, no es preciso ser futurólogo para afirmar que el “ser digital” no es ni será la respuesta a todas las preguntas.
A pesar de encontrarse en un mundo impulsado por la tecnología digital, la industria radiofónica mundial mantiene una predominancia de la transmisión analógica en Amplitud Modulada y Frecuencia Modulada, que no va a cambiar de inmediato, y mucho menos en el contexto de América Latina. Es decir, y aquí vale la pena hacer la distinción, una cosa es la aplicación inmediata y generalizada de algunos –más que otros– elementos del audio digital, y otra cosa, muy diferente, la transición en bloque hacia un totalmente nuevo sistema de radiodifusión sonora digital, que envolvería complejos acuerdos entre radiodifusores públicos y privados, fabricantes de equipos, operadores de redes de telecomunicaciones y administraciones públicas de servicios afines.
En el primer caso, es evidente que la radiodifusión se ha beneficiado con la evolución incesante de las tecnologías de audio, hasta llegar a sus actuales innovaciones digitales. El disco analógico –en especial el de larga duración– dominó durante décadas el sonido de las radios, junto con la cinta magnetofónica. Desde que Philips patentara, en 1963, el audiocasete, aparecieron sistemas de corta vida (4-Track; 8-Track; PlayTape; Elcaset). Prácticamente nada cambió hasta 1982, cuando Sony y Philips lanzaron en conjunto el Disco Compacto Digital: la digitalización del sonido cambió para siempre la calidad y la capacidad de reproducción sin pérdidas de generación a generación.
A partir de ese momento, el disco de acetato o vinilo perdió su larga soberanía, hasta casi desaparecer, y se introdujeron nuevos productos digitales que no han prosperado: audiocinta digital (Digital Audiotape, DAT, de Sony), en 1985; audiocasete compacto digital (Digital Compact Cassette, DCC, de Philips), en 1992; y minidisco compacto (MiniDisc, MD, de Sony), en 1992.
Por tanto, si el DCC o el MD no serán los formatos del futuro, todo indica que la producción se enfilará hacia tres posibilidades: el disco compacto grabable (CD-Recordable), disponible desde 1995; el disco versátil digital (DVD), lanzado en 1996 para video y audio, cuya particularidad es que, a pesar de tener exactamente el tamaño y características del CD, cuenta con su capacidad ampliada (siete veces más que un CD normal, es decir, ocho horas y cuarenta minutos de música), y, finalmente, el audiochip (Solid State Audio), lanzado en 1994 para grabación de 30 minutos de voz, que en un futuro cercano podría reemplazar a los discos mientras su grabadora/reproductora cabrá en la palma de la mano. Así, la misma información almacenada en el archivo sonoro digital (en soporte de disco duro, CD o cinta) podrá guardarse y transportarse en pequeñísimas cajas que conformarían lo más cercano a una discoteca actual: la ¿chipoteca?
Ahora bien, volviendo a la distinción, un nuevo sistema de radiodifusión sonora digital es lo que, definitivamente, no prosperará de inmediato en el contexto latinoamericano, aunque llegue a hacerlo en países del llamado Primer Mundo y a pesar de sus indudables ventajas operativas. Su introducción, contando con la adopción masiva del público, y más allá de sus altos costos generales, exigiría cambios drásticos en asuntos como el régimen concesional y los aspectos jurídicos adyacentes, las posibles bandas de uso, los nuevos equipos –tanto transmisores como receptores– y los nuevos servicios agregados, que van desde datos de tráfico e información meteorológica hasta publicidad e información personalizada por canales adyacentes, incluso con posibilidades de visualización en pequeñas pantallas, como un ejemplo más de convergencia tecnológica.
Por el momento, hay tres categorías básicas que abarcan las tendencias actuales en el área de transmisión radiofónica y permiten ver posibilidades evolutivas hacia la llamada “segunda revolución del transistor”, así sea mediante aprovechamientos parciales:

- mejoras en el sistema analógico actual;
- servicios suplementarios dentro del sistema actual;
- nuevos modos de envío para desarrollar servicios de transmisión incompatibles con el sistema actual (Sedman, 1996).

En la primera categoría, desde la década del ochenta se ha iniciado el tránsito de la transmisión monaural a estereofónica en la banda AM. Pero desde 1996 se aprobó en Estados Unidos la extensión de dicha banda, tradicionalmente limitada entre 535 KHz y 1.605 KHz, hasta una porción entre 1.605 KHz y 1.705 KHz. Con medidas semejantes se haría posible solucionar problemas como las alegadas bandas saturadas en muchas ciudades y regiones de nuestros países.
En la segunda categoría se encuentran los servicios de audio suplementarios, también conocidos como servicios subsidiarios de comunicación (Subsidiary Communications Services o SCS). Se trata de posibilidades de oferta de servicios en FM, aprovechando bandas laterales de la señal de transmisión, que se vienen usando desde los años cincuenta, mediante receptores especiales (con música ambiental, por lo general). En la actualidad, el uso más aprovechable es el sistema de radiodifusión de datos (Radio Broadcast Data System o RBDS), que permite utilizar las bandas laterales para enviar información a nuevos equipos denominados “radios inteligentes”, capaces de recibir en la pantalla datos útiles para el usuario (desde el título de la canción y el nombre del intérprete, hasta informes de tráfico, alertas meteorológicas y publicidad local especializada). De hecho, el aparato también puede programarse para transmitir un mensaje de emergencia, todo lo cual explica su alto costo de introducción (US $7.000 dólares en 1995) y su precio actual que ronda los US $2.700.
Por último, la tercera categoría se desplaza a la antesala de lo que será el nuevo sistema de radiodifusión sonora digital (Digital Audio Broadcasting o DAB). Por una parte, ya se encuentra generalizado el uso de la Internet como un nuevo modo de envío de audio mediante aplicaciones informáticas (p.e. Real Audio, Active Movie Streaming), aunque todavía se encuentra en una fase muy incipiente, caracterizada por sonido deficiente, dificultades de compresión y descompresión y tiempo excesivo de transmisión en el caso de conexiones punto a punto.
Por otra, la radio asistida por computador (RAC) y la creciente introducción de audioestaciones de trabajo (Audio Workstation o AWS) para digitalización (grabación), modificación (edición y mezcla) y almacenamiento en archivos sonoros digitales, están conformando todas las bases para que una radio llegue a tener una completa y permanente salida (output) digital, de manera que el siguiente paso sería la estandarización de sistemas DAB y el establecimiento de criterios políticos y económicos para el período de transición y doble emisión analógica y digital.
En particular, dado que la nueva tecnología permite, por sus condiciones digitales de modulación y compresión, que cada frecuencia tenga capacidad para transmitir seis programas simultáneos de sonido estereo, desaparecerá la clásica gestión de frecuencias analógicas y deberá crearse una nueva definición de concesiones en la cual varios proveedores de programas, constituidos en grupos de interés, lleguen a compartir recursos en la difusión de una misma frecuencia, incluyendo el equipo emisor. Al mismo tiempo, será necesario definir las posibilidades de transmisión satelital o terrena y los estándares de compatibilidad entre bandas, dado que el DAB puede operar igual en AM y FM como en nuevas bandas del espectro radioeléctrico, todavía tan esquivo para muchas radios populares.
En Europa, la discusión sobre normativa internacional comenzó en 1987 y en 1995 se publicó la aprobación de la norma europea, conocida como Proyecto Eureka 147, que ha optado por la nueva banda del espectro para la radiodifusión digital. En Estados Unidos, los proponentes de los servicios digitales por satélite obtuvieron autorización oficial en 1997 para utilizar una porción del espectro, con lo cual ya se prevé que la radiodifusión digital partirá con base satelital.
Las normatizaciones definitivas están en manos de la UIT (Unión Internacional de Telecomunicaciones), en cuyo seno sólo tienen representación dos tipos de miembros: 184 Estados y 375 grandes proveedores de servicios de telecomunicaciones, fabricantes de equipos y organizaciones que manejan satélites. De hecho, el Secretario General de la UIT, Pekka Tarjanne, señaló en 1996 que el papel del sector privado en el seno del organismo “representa quizás la estrategia más importante a la que debe hacer frente la UIT actualmente. Si queremos mantener nuestra capacidad de acción y nuestra pertinencia con relación al sector de las telecomunicaciones, es necesario incrementar la participación del sector privado”. De ahí la urgente necesidad de prospectiva en nuestra propia área de trabajo, y de creación paralela de plataformas públicas de discusión, para evitar que estas innovaciones obedezcan sólo a objetivos de lucro corporativo transnacional.
Una vez más, el problema frente a la tecnología es de acceso legal y costos: nada indica que las tendencias excluyentes en el sistema analógico actual se revertirán en un futuro sistema digital. De hecho, las actuales legislaciones de los países latinoamericanos, por muy anacrónicas que resulten frente a toda esta problemática, están sentando las bases de una exclusión asfixiante para las radios populares, mientras la tendencia internacional para enfrentar el reto de la transición digital en la radio comercial es la consolidación de la industria mediante fusiones y adquisiciones muy frecuentes entre los grandes grupos y cadenas del sector. Sin embargo, la coexistencia de tiempos históricos en nuestros países deberá garantizar, también, una larga convivencia entre sistemas analógico y digital que podría llegar a ampliar el actual espacio de acción de la radio popular, en términos de acceso al espectro, aunque también fortalecería la creciente infopobreza en América Latina.
Sea como sea, la inexistencia de políticas claras de vinculación con otros proyectos y organizaciones que persiguen objetivos similares a los de la radio popular, impide, por el momento, acumular fuerzas y dirimir diferencias de concepción con que se opera en las mismas zonas y en función de los mismos destinatarios. Y ello, sumado al hecho de que se mantengan objetivos o metas no logradas en las propias emisoras, en relación con aspectos como desconocimiento de la audiencia, ausencia de proyecto comunicacional, falta de participación de los destinatarios, baja incidencia en la opinión pública y deficiencias de calidad en la programación, entre otras, indica que, además de la urgencia referida a la reflexión y acción en torno a las consecuencias de la introducción de las nuevas tecnologías, las radios populares tendrán que agruparse y preocuparse más por enfrentar problemas para los cuales la digitalización no es, desde ningún punto de vista, una solución.
Atrás quedaron los días en que los impulsos utópicos bastaban para guiar y justificar las acciones de la comunicación popular en pro del desarrollo y la democracia. Hoy, la tecnología, corazón del espíritu modernizador, ha erigido la eficacia como valor supremo y relegado el universo axiológico tradicional. Los números de la productividad, el lucro y el desarrollo tecnológico, están sustituyendo progresivamente el poder regulador de los valores comunitarios, con la consecuente crisis de horizontes éticos. Grande es, pues, el desafío que enfrenta la radio popular para mantener en alto sus banderas. Y es un hecho que no sólo de digitalizarse vivirán nuestras emisoras.

(*) por Carlos Eduardo Cortés Secretario Ejecutivo. 
Servicio Conjunto de Comunicación
(OCIC-AL, UCLAP, Unda-AL). Colombia.