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Uno de los debates
centrales que año a año vuelve a repetirse en el contexto
del debate público de la UNRC es el que se promueve en torno del
sistema de ingreso y los mecanismos de admisión, ello
en función del desfase existente entre el perfil real del ingresante
y el perfil deseado como expectativa académica por la universidad,
en tanto se pone en juego no sólo el
ingreso a la Universidad
de jóvenes que -cada vez más masivamente- aspiran a recibir
enseñanza superior, sino también el tema de la deserción,
la permanencia y el egreso con un rendimiento académico de
calidad.
Los resultados de la deserción,
permanencia y tasa de egreso siguen siendo altamente deficitarios mirados
desde la perspectiva del número elevado de alumnos que desaprueban
los primeros parciales, que quedan libres tras el cursado o no logran aprobar
los exámenes finales; pero además, lo más preocupante
es que este proceso se ve acompañado por un desgranamiento progresivo
de los ingresantes -fundamentalmente en el primer cuatrimestre- y por una
deserción numéricamente significativa que año tras
año sigue manifestándose pese a los importantes esfuerzos
que la institución realiza para revertir tal situación. Si
tomáramos estos datos como indicadores de situación, debiéramos
estar pensando en la necesidad imperiosa de continuar interrogándonos
y reflexionando para generar políticas globales, estrategias superadoras
y procesos transformadores para mejorar el rendimiento académico
de los alumnos que ingresan a la Universidad haciendo converger este eje
con la discusión política relativa a los mecanismos de ingreso.
Presentado a debate este
punto debe decirse que las opiniones se dividen entre sectores que sostienen
que el ingreso irrestricto garantiza per se las condiciones de igualdad
y de equidad y entre quienes sostienen que “no obstante las excepciones
y los cambios más recientes, los resultados del ingreso irrestricto
que ha operado de hecho en la mayoría de las universidades públicas
de Argentina en los años setenta y ochenta, ha generado una situación
extremadamente desventajosa con relación al alto índice de
deserción y de duración media de las carreras”. Sin embargo,
un análisis más profundo de la situación revela que
–simultáneamente a los “índices de bajo nivel de aprendizaje”
en los estudiantes- debe reconocerse también la existencia de “bajos
índices de eficiencia interna” en el sistema, lo cual nos plantea
que no es sólo un problema de sistema de ingreso universitario,
sino un problema de calidad en el sistema educativo en su conjunto:
a) índices de bajo
nivel de aprendizaje, según atestiguan los diagnósticos de
graduados de nivel medio que no pueden comprender un texto elemental y
tienen dificultad para utilizar, en la resolución de problemas,
los conocimientos que supuestamente se les ha transmitido; y
b) bajos índices
de eficiencia interna, los cuales arrojan altas tasas de repitencia y deserción,
mostrando que algo falla en un sistema educativo que no puede motivar,
retener y promover con calidad a sus educandos.
En este sentido, debe tomarse
en consideración la situación reconocida en Argentina con
relación a las dificultades de una masa grande de estudiantes provenientes
del nivel secundario, para superar pruebas de aptitudes para el ingreso
a la universidad, tal como lo prueban los Operativos Nacionales de Evaluación
de la Calidad en congruencia con los resultados de la evaluaciones diagnósticas
administradas a los ingresantes a la Universidad. Piffano sostiene
en relación con esta situación que “La reacción generalizada
que se advierte sobre este fenómeno, es la de formular un juicio
negativo respecto de los logros obtenidos en la enseñanza
de los niveles primario y secundario, sin advertir suficientemente, sin
embargo, la existencia de situaciones diferenciales que es posible encontrar
entre jóvenes pertenecientes a familias con diverso nivel de desarrollo
humano relativo. Lo que intentamos señalar aquí es que los
condicionantes socioeconómicos implican la creación de barreras
académicas o intelectuales muy difíciles de superar al momento
de alcanzar la edad escolar universitaria... castigando en mayor medida
a las franjas con menor desarrollo humano, las que naturalmente coinciden
con los grupos de familias más pobres”.
Esta perspectiva de análisis
nos sitúa ante la necesidad de posicionarnos institucionalmente
asumiendo frente a la situación una mirada crítica, un compromiso
y una estrategia política alternativa frente a las concepciones
sobre eficiencia interna, eficiencia externa y equidad social, aspectos
estos que tienen relación directa con el Ingreso a la Universidad.
Desde el primero de estos aspectos, esto es la eficiencia interna, debemos
reconocer la necesidad de mejorar aquellos factores que hoy limitan la
calidad académica de la instituciones universitarias, asumiendo
como centrales aquellos que hacen a la deserción, la repetición,
la duración de las carreras y los mecanismos de evaluación,
en tanto estos factores de eficiencia interna afectan a la eficiencia externa
de la institución universitaria en función de su posibilidad
de respuesta a las demandas y necesidades estratégicas del conjunto
de la sociedad en la que está inserta y el impacto que se pretende
lograr en el medio socio-económico y cultural, a partir de
la generación e inserción de sus graduados y el desarrollo
de sus programas y proyectos científicos, tecnológicos, educativos,
sociales, económicos y culturales. Asimismo, debemos reconocer también
que la equidad social se vincula no sólo con igualdad de oportunidades
en el interior del sistema universitario, sino con factores exógenos
como son el conjunto de políticas socioeconómicas que impactan
en la distribución del ingreso y en la Universidad misma como una
parte indisoluble del sistema social.
En este sentido, Hidalgo
afirma que es conocido que “la exclusión de un elevado porcentaje
de la población estudiantil proviene de etapas educativas previas
a la universitaria y en la gran mayoría de los casos la razón
es económica”, razón por la cual debe tenerse en cuenta que
la desigualdad de la calidad educativa en los niveles previos a la educación
superior es uno de los factores productores de deserción, sobre
todo en estratos de población de menores recursos.
A ello debe agregarse el
fenómeno, potenciado en los años noventa, de una política
educativa global condicionada por una baja asignación presupuestaria
para el sostenimiento de la educación pública, que no ha
hecho sino generar y aumentar la fragmentación del subsistema de
educación de nivel medio y la existencia de circuitos de formación
diferenciados sobre la base de las diferencias socioeconómicas y
culturales de su propia población estudiantil. Este hecho puede
ponerse de manifiesto a partir de algunos ejemplos evidentes, que pueden
observarse en una franja que en sus extremos va desde el fomento de las
políticas sociales compensatorias -en detrimento de proyectos pedagógicos
y didácticos justamente en instituciones en que su población
más necesita de estas últimos para generar sus conocimientos
y movilizar estímulos previos-, hasta la existencia de sistemas
de doble escolaridad en escuelas privadas que, naturalmente, potencian
las capacidades, habilidades y conocimientos de alumnos que ya de por sí
poseen un plus diferencial frente a los primeros, lo cual confirma desde
esa fragmentación del sistema la heterogeneidad y variabilidad de
la población que potencialmente ingresa a las universidades, en
condiciones de desigualdad estructural previa.
Frente a ello, y ante estos
condicionamientos, no debe centrarse la Universidad en la discusión
sobre la promoción de un sistema de ingreso restricto para superar
una diversidad, una heterogeneidad y una desigualdad externa previa que
impacta en el ingreso al sistema universitario, sino considerar la necesidad
de desarrollar políticas educativas para facilitar la orientación,
la continuidad, el seguimiento y el apoyo para una retención con
calidad, por un lado, y para contribuir a una más adecuada transición
entre el nivel medio y el universitario, por otro.
En este sentido, debe decirse
que la U.N.R.C. sigue sosteniendo frente al problema la firme necesidad
de mejorar el rendimiento académico de sus estudiantes, favoreciendo
los procesos de enseñanza involucrados durante el primer año
de estudios y, consecuentemente, generando las bases para que el mejoramiento
de dicho rendimiento académico se sostenga en la potenciación
de las bases que permitan la apropiación y re-construcción
de aprendizajes significativos en orden a las estructuras disciplinares
y curriculares de cada una de las carreras. Esto último implica,
por un lado, favorecer los procesos de articulación con el nivel
medio durante los últimos años de dicho nivel, y, paralelamente
por otro, apoyar los procesos involucrados en la enseñanza de grado
universitaria sobre todo durante el primer cuatrimestre del primer año
de estudios.
(*) por
Lic. Marisa Moyano
Secretaria Académica
- U.N.R.C. |
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