La literatura, ese gesto del azar que el hombre suele cometer, construye sus molinos, sus castillos y sus héroes con el filo de una palabra, con el vacío inescrutable del silencio y  a veces,  con una imagen definitiva y  el pulso firme de un mago sin trucos, pleno de magia. Juan Filloy es uno de estos magos implacables. En sus obras no hay dudas, visteos, fintas, 
ni demoras. Hay literatura en estado puro, construida al cobijo de una erudición inapelable y  de un amor sin trabas por la palabra.

Escritor por y para las  palabras, Filloy dejó correr su pluma para dar vida no sólo a infinidad de personajes entrañables, sino también para construir a cada paso un nuevo escritor, reinventándose en cada obra y a la vez, profundizando las marcas de un estilo personalísimo. En esa tensión, Filloy fue el feroz crítico social que en  “¡ESTAFEN!” ”escruta sin piedad las vergüenzas de un sistema judicial eternamente corrupto y  las mezquindades de la  sociedad que lo prohíja; el profeta de “OP OLOOP” que intuye al hombre del siglo XX como una máquina racional hasta las lágrimas, roto por los miasmas de un amor indefectible que sólo conduce a la muerte; y es también  el poeta de “CATERVA” que construye desde el dolor y la ausencia la épica de un proyecto humano que parece insostenible: la solidaridad. Y es el novelista que en su búsqueda empecinada y crucial de formas nuevas de contar, da por abolido al narrador tradicional y le entrega a sus personajes la andadura coral de sus historias. Allí está la impecable “L`AMBIGÚ”  para probarlo y sus novelas posteriores, deudoras de ese logro. 
Porque Filloy es un escritor único y múltiple como la caterva que reina en su novela fundamental. Y es aún el escritor oculto en sus obras inéditas, que atesoran, sin dudas,  aquello que Don Juan prefirió no reclamarle al silencio,  desde el  extraño privilegio de haber podido  elegir qué escritor quiso y decidió ser. Ese escritor que tomó por las solapas a las  formas y cánones literarios decimonónicos  e instaló a la narrativa argentina en el siglo XX. El escritor que llenó de tensión al discurso narrativo desde el juego exacto y vigoroso de un léxico apabullante, que brilla preciso en  la expresión refinada y sutil y brama aún más certero en la desnudez de  la palabrota atrabilante pero necesaria.
Es que Filloy es el escritor de las palabras y de las audacias, los límites difuminados y la voluntad inapelable de reclamar a la palabra que vaya más allá, que diga un poco más, que devele los laberintos intrincados de la pasión, la razón y el destino, que es como decir la vida y la muerte.  Para que la palabra nos diga cómo, cuándo y por qué. Y que tome por asalto las, a veces y para muchos, inexpugnables fortalezas del significado. Así, la palabra en Filloy es materia y forma de la literatura, instrumento y centro de sí misma, corazón y brazos que buscan aquello que la realidad oculta. Por eso Filloy puede convertir en cómplice de su juego literario a sus lectores, por eso puede construir “CATERVA”, su novela definitiva,  como un friso lingüístico, sociológico y político. Y a la vez, contar una historia en donde la solidaridad como acto y la apariencia como fundamento existencial imponen sus reglas y envían ferozmente a la realidad histórico social y ciudadana en que la novela fue escrita.  Ese es Juan Filloy, escritor argentino. El hombre que fue juez y parte en el destino de sus obras y que nos confió la aventura, el placer  y el compromiso de su lectura. 
Ese es Juan Filloy, y digo es y digo bien, porque los artistas genuinos como nuestros afectos verdaderos no mueren, simplemente cambian de casa y se ponen a vivir en nuestro corazón, para siempre. Por eso, cada vez que un nuevo lector se asoma a un texto de Don Juan, la obra se anima y el viejo mago pone una vez más en funcionamiento la maquinaria sin trucos de su voz. Y lo inusual sucede, lo banal  se rinde  ante la voluntad del arte de derrumbar los límites de lo esperado y esperable. Y la realidad se inunda con la desesperación de Op Oloop, la dignidad de Estafen, la lucidez abismante de Elvirus, la calidez precisa de la caterva o el destino inapelable y cabal de los héroes. Y de pronto y por un rato, la realidad se vuelve otra y algo nos dice que podría ser distinta.  Lo demás, lo demás es sólo trucos, industria, moda, artería, brillo sin alma: vacío. 
Y así, nos damos cuenta de que ese milagro indescifrable que es el arte le ha ganado (otra vez) a la materia. Y levantamos la vista del libro y pensamos que no está mal que estas paredes y este techo donde las palabras del mago pueden asaltarnos una tarde cualquiera, lleven su nombre para siempre,  en honor de su palabra y de su voz... nada mal.  Porque es algo así como una venganza de la ficción literaria sobre el imperio inabarcable de la ciencia, ese otro gesto de la palabra creado por el hombre. Don Juan acogería esta revancha con su habitual elegancia y con una sonrisa cómplice que lo diría todo, incluso aquello que no nos imaginamos o que simplemente no decimos.
 

(*) por Prof. Hugo Aguilar
FCH - UNRC