LA CULTURA COMO BASE DEL DESARROLLO CONTEMPORANEO*
 
La noción de capacidad es básicamente 
un concepto de libertad, o sea, la gama 
de opciones que una persona tiene para 
decidir la clase de vida que quiere llevar. 
La pobreza de una vida, en este sentido, 
reside no en la condición de pobreza 
material en la que vive la persona, sino
en la falta de una oportunidad real 
dada tanto por limitaciones sociales 
como por circunstancias personales, 
para elegir otra forma de vida.
El Premio Nobel de Economía nos 
presenta dos posiciones contrastadas, 
acerca de cómo se entienden los 
procesos de desarrollo en estos tiempos. 

Existen dos maneras de  percibir el proceso de desarrollo en el mundo contemporáneo. Una de ellas está profundamente influenciada por la economía del crecimiento y sus valores subyacentes. Desde esta perspectiva, el desarrollo es esencialmente un proceso de crecimiento económico, una expansión acelerada y sostenida del Producto Bruto Interno per cápita, posiblemente con el requisito de que los frutos de esa expansión lleguen a todos los sectores de la población. Tenemos entonces una caracterización del desarrollo a través de un crecimiento económico, posiblemente condicionado por un principio de distribución. Yo la llamo la noción opulenta del desarrollo. En este enfoque, los valores y la cultura no tienen un lugar fundacional ya que todo funciona en términos de valores dados, es decir, aquellos que se centran en la opulencia económica.
En contraste, la otra noción de desarrollo lo considera como un proceso que enriquece la libertad real de los involucrados en la búsqueda de sus propios valores. A ésta la llamo la noción de desarrollo de la libertad real. La importancia que la opulencia económica haya tenido en esta caracterización de desarrollo, se deja a los valores de las personas involucradas, más que ser preestablecida por una definición en términos del PBI per cápita. Esta noción de desarrollo tiene, por tanto, un enfoque de progreso social y económico. Incluso si resultara que la opulencia económica es lo que tiene más valor para la gente, y que como resultado del concepto de libertad real, estos puntos de vista llegaran a coincidir en la práctica, seguirían teniendo principios distintos ya que sus orígenes son diferentes. Pero lo más importante es la posibilidad y yo diría que muy factible de que las dos concepciones de desarrollo difieran no sólo en sus principios sino en la práctica.
De acuerdo con la noción de desarrollo de la libertad real podemos caracterizar la expansión de la capacidad humana como la característica central del desarrollo. La capacidad de una persona es un concepto con raíces decididamente Aristotélicas. La capacidad se refiere a las combinaciones de distintos funcionamientos entre los que una persona puede elegir. De esta manera, la noción de capacidad es básicamente un concepto de libertad, o sea , la gama de opciones que una persona tiene para decidir la clase de vida que quiere llevar. La pobreza de una vida, en este sentido, reside no en la condición de pobreza material en la que vive la persona , sino en la falta de una oportunidad real dada tanto por limitaciones sociales como por circunstancias personales para elegir otras forma de vida. Incluso la importancia de los bajos ingresos, escasa posesiones y otros aspectos que son normalmente considerados como pobreza económica, se relacionan en última instancia con su facultad inhibitoria de capacidades (es decir, su papel como limitante de las opciones que tienen las personas para llevar una vida valiosa y respetable).
Cualquier aplicación práctica que demos a este concepto ampliado de desarrollo requiere, por supuesto, de algunas especificaciones, en particular cuáles pueden ser las capacidades que la gente valora. En cualquier ejercicio empírico, el enfoque involucra una hipótesis específica sobre los valores que la gente aprecia con razón. Hay varios indicadores de la calidad de vida que han llamado la atención de los economistas que han optado por esta vía, incluyendo longevidad, buena salud, alimentación adecuada, educación básica, ausencia de discriminación por el género y libertad política y social básica.
Si bien una especificación de este tipo debe basarse en conceptos particulares de lo que la gente valoraría, es distinta del radical juicio a priori implícito en el punto de vista de la opulencia del desarrollo. Si, dada la elección, la gente prefiere tener una vida más larga y libre de enfermedades con más autonomía, en vez de tener un nivel más alto de PBI per cápita, entonces el concepto de libertad real del desarrollo puede todavía capturarlo en términos de estadísticas disponibles, mientras que el otro concepto de la opulencia tiene que ir en sentido contrario (no sólo en sus principios, como es natural, sino en la práctica). El arte de un estudio democrático del desarrollo reside, en gran medida, en combinar el papel de los valores (fundamentales en el concepto de libertad del desarrollo) con la posibilidad práctica de utilizar información provechosa para disponer y organizar el escrutinio crítico de los logros y las políticas (de acuerdo con estos valores). El concepto de libertad real del desarrollo puede, de esta manera, verse forzado por aquellos valores que han resultado ser los más preciados y perdurables para la gente, ricos y pobres, en todo el mundo.

Conceptos instrumentales de cultura: importancia y limitaciones 
Independientemente del concepto de desarrollo que adoptemos, la cultura tendrá un papel muy claro que desempeñar. Pero no es el mismo en ambos casos. En el concepto de opulencia, el papel de la cultura no sería fundamental (carece de valor intrínseco), sino puramente instrumental, es decir, puede ayudar a promover un acelerado crecimiento económico y aumentar la opulencia. No todos los sistemas de valores son igualmente eficaces en la promoción del crecimiento económico. Según varios expertos en ciencias sociales, ciertos sistemas de valores (como la ética protestante, o las prioridades confucianas) desempeñan un papel en el impulso de la industrialización y el crecimiento económico de Occidente, y más recientemente en el Oriente asiático. En este análisis y en este contexto, la cultura es algo que no se valora en sí mismo sino como un medio par alcanzar otros fines, en particular, los de promover y sostener la opulencia económica.
No puede haber duda de que este vínculo instrumental es de gran interés y relevancia, en virtud de que el proceso de crecimiento económico es por una razón u otra muy apreciado . Sin embargo, la pregunta que surge es: ¿Debe valorarse el crecimiento económico en sí mismo, llevando así al atesoramiento de esos elementos (incluyendo los parámetros culturales) que promueven el crecimiento? ¿O es el crecimiento económico en sí un instrumento y no puede reclamar un papel fundacional como pueden tenerlo los aspectos culturales de la vida humana? Es difícil pensar que la gente tiene buenas razones para valorar los bienes y los servicios, sin tomar en cuenta cómo afectan nuestra libertad de vivir en la forma en que la valoramos. También resulta difícil aceptar que el papel de la cultura puede ser plenamente capturado en un concepto puramente instrumental, Ciertamente, aquello que tenemos razón de valorar, nuestro tribunal de última instancia, debe estar relacionado con la cultura y, en este sentido, no podemos reducir la cultura a una posición secundaria como mero promotor del crecimiento económico. ¿Cómo podríamos hacer de nuestra valoración razonada algo absolutamente carente de valor?.
Por tanto, es importante reconocer las funciones instrumentales de largo aliento de la cultura, en el proceso de desarrollo y, al mismo tiempo, reconocer que no todo es cultura en los juicios que se hacen sobre el desarrollo. Existe, además, un papel intrínseco en la evaluación del proceso de desarrollo. Este doble papel se aplica no sólo en el contexto de la promoción del desarrollo económico, sino a otros objetivos específicos externos, como la sustentabilidad del medio ambiente, la preservación de la diversidad de las especies, etc. En la promoción de todos esos objetivos específicos, algunos parámetros culturales pueden ser de ayuda y otros pueden ser un obstáculo. En tanto que tenemos razones para valorar estos objetivos específicos, tenemos bases derivadas e instrumentales para valorar esas posturas y características culturales que promueven el cumplimiento de dichos objetivos. Pero volvamos a la cuestión básica ¿por qué concentrarnos en estos objetivos específicos? La cultura debe ser considerada en grande, no como un simple medio para alcanzar ciertos fines, sino como su misma base social. No podemos entender la llamada dimensión cultural del desarrollo sin tomar nota de cada uno de estos papeles de la cultura.

El papel constituyente de la cultura 
Desde que el término sostenible se hizo frecuente en la literatura del desarrollo, ha habido una tendencia a encuadrar todo lo importante en el formato de esta expresión. Por lo tanto, no es de sorprender que la frase desarrollo culturalmente sostenido haya aparecido en este contexto. ¿Alejarse del concepto puramente instrumental de la cultura es marchar en la dirección correcta?
Existen dos inconvenientes en utilizar un lenguaje de este tipo. En primer lugar, se ignora el papel constituyente de la cultura. Si la cultura va a ocuparse sólo de lo sostenible, tendríamos que empezar por preguntarnos qué es lo que vamos a sostener. Enfocarse en el desarrollo culturalmente sostenible es aislar a la cultura de su papel fundacional al juzgar el desarrollo y es, además, tratarla sólo como un medio de desarrollo sostenible, no importa cuál sea su definición. Es, por tanto, una degradación de la cultura convertida en un celebrado instrumento del desarrollo sostenible, definida en forma independiente. Si vemos el desarrollo en términos de opulencia (como crecimiento del PBI per cápita) y resulta que la egocéntrica y la egoísta ética sostiene y promueve la opulencia, entonces el desarrollo culturalmente sostenible estaría más que satisfecho promoviendo sociedades egocéntricas y egoístas. Hacer de la cultura una parte de los sostenible, en vez de ser su base misma, sería rebajarla a una posición inferior.
El segundo problema tiene otra procedencia. La cultura admite el dinamismo, puede mantenerse al ritmo de la evolución y el progreso. La cultura en cada uno de los países de la Tierra, se ha transformado a lo largo de los siglos. La retórica de lo sostenible, a diferencia de tener libertad para crecer y desarrollarse, coloca el debate cultural en términos prematuramente conservacionistas. Una vez que pasamos del concepto puramente instrumental de la cultura y le asignamos un papel constructivo y creativo, debemos concebir el desarrollo en términos también del desarrollo cultural.

Conclusión
La cultura participa en el desarrollo en tres sentidos, distintos pero relacionados entre sí.
1. Papel constituyente: El desarrollo, en su sentido más amplio, incluye el desarrollo cultural, que es un componente básico e inseparable del desarrollo en general. Si se priva a las personas de la oportunidad de entender y cultivar su creatividad, eso es en sí un obstáculo para el desarrollo. Por tanto, la educación básica es importante no sólo por la contribución que puede hacer al crecimiento económico, sino porque es una parte esencial del desarrollo cultural.
2. Papel evaluativo: Lo que valoramos y que además tenemos razones para valorar está definitivamente influenciado por la cultura. El crecimiento económico o cualquier otro objetivo de esa clase, carecen de elementos externos importantes y las cosas que valoramos intrínsecamente, reflejan el impacto  de nuestra cultura.. Incluso si las mismas cosas tienen un alto valor en sociedades diferentes (si, por ejemplo, se busca vivir más tiempo y con mayor felicidad, en muchas sociedades muy diferentes), ello no las hace independientes de valores o de las culturas, sólo indica la congruencia de las distintas sociedades en sus razones para hacer tal valoración.
3. Papel instrumental: Independientemente de los objetivos que valoremos, su búsqueda estará influenciada, en mayor o menor grado, por la naturaleza de nuestra cultura y ética de comportamiento. El reconocimiento de este papel de la cultura es más frecuente que otros y si bien es cierto que no debemos limitarnos a este aspecto, no podemos ignorar el hecho de que los parámetros culturales desempeñan inter alia un fuerte papel instrumental. Esto se aplica no sólo a la promoción del crecimiento económico sino de otros cambios –como el mejoramiento en la calidad de vida- asociados con el desarrollo en un sentido amplio.

En este breve trabajo he tratado de distinguir entre tres formas distintas en que la cultura es importante para el desarrollo. El punto de vista pluralista –al que nos conduce- vuelve un tanto compleja la llamada dimensión cultural del desarrollo. He ofrecido argumentos en el sentido de por qué esta complejidad es ineludible. También he expuesto por qué resulta inadecuado y falaz optar por la simplicidad del concepto de opulencia del desarrollo (considerando a la cultura exclusivamente en términos instrumentales o abstrayendo a la cultura de su creatividad y dinamismo, convirtiéndola en un reducto de conservacionismo a ultranza).
La libertad es primordial para la cultura, sobre todo, la libertad para decidir lo que habremos de valorar y qué clase de vida vamos buscar. En última instancia, el papel instrumental, el evaluativo y el constructivo están todos relacionados con esta libertad.

(*) por Amartya Sen 
Indio. Premio Nobel de Economía 1998. Profesor de la Universidad de Lamont y Harvard. 
Extraído de Diálogo, UNESCO.