Distintos y capaces de pensar *

Entre las diversas alternativas laborales de los comunicadores está la docencia, mal que les pese a todos los que rápidamente dicen “ah, periodismo” cuando a la pregunta “¿qué estudiás?” se les responde “Comunicación”. 

Dentro de la docencia es posible orientarse a, entre otros, los adolescentes que cursan la enseñanza media o los que dan sus primeros pasos en la universidad. O situarse en algún programa destinado a quienes tienen más de 50 años, tal el caso del Programa Educativo de Adultos Mayores (PEAM) de la Universidad Nacional de Río Cuarto.
Vaya si existen diferencias entre adolescentes y aquellos que sobrepasan el medio siglo. Al margen de las de aspecto exterior y de las posibilidades que unos tienen y otros no de aproximarse al récord del corredor Carl Lewis en 100 metros llanos, hay otras, más ligadas a la experiencia educativa.
Cuesta pensar en jovencitos que pidan por favor a sus profesores que los visiten cuando, en el hogar de algún compañero, se juntan para hacer un trabajo práctico. Más aún: ese tipo de reuniones suele ser sumamente provechoso para despedazar a quien solicita para la semana siguiente la entrega de un práctico cuyas consignas se dan en números porque si fueran en letras se agotaría el alfabeto.
Los alumnos del PEAM, en cambio, prefieren que un profesor los acompañe en las reuniones de producción de programas de radio.
Comprobada esta diferencia podría decidirse que es apropiado cambiar todo en relación a lo actuado con adolescentes. Proceder así sería un error desde el momento en que no existen razones valederas para tratar a alguien como inteligente o estúpido por la mera edad, de la cual nadie tiene culpa ni mérito.
Además, es preferible no arriesgarse a hacerse eco de la profecía de autocumplimiento tratando constantemente a un alumno como si fuera idiota. 
Acaso sea conveniente dejar sentado que al docente le gusta la lógica del entrenador bonachón de la película Karate Kid, quien a su alumno le enseñó karate por medio del lustrado de autos. Cree el que remite que eso abre las puertas a un mérito mayor por parte del estudiante, que no tendrá que recibir las herramientas y el completo manual de uso sino que las recibirá, pero deberá aplicar su ingenio para usarlas. 
Con esta preceptiva, y con nociones tales como la capital diferencia entre hacer un programa pensando para receptores acríticos y llevarlo adelante para perceptores criteriosos se encaminó el trabajo. Al final del camino se registraron doce envíos de Al Filo de los Años, programa semanal de una hora emitido en el segundo semestre de 2001, con producción, musicalización y conducción de los alumnos del PEAM más la fundamental operación técnica del personal de Radio Universidad.
Fue así como los mayores de 50 años salieron al aire, en directo, con su producto que trató de dejar desde lo temático un mensaje de respeto por las diferencias. Cada semana hubo, pues, una caja de pandora: un lunes se habló de viajes y en los sucesivos, acerca de costumbres pasadas y presentes, amistad, teatro, plazas de la ciudad, libertad, diez años del PEAM, aborígenes, entre otros tópicos.
Conclusiones hay muchas, de las cuales se destacan dos: por cierto que no son iguales quienes tienen más de 50 que quienes rondan los 20. Pero también fue empíricamente cierto que exigirles despliegue intelectual motivó programas con destacables niveles de producción y calidad estética. Superaron, por lejos, a unos cuantos que, hechos por jóvenes cuanto por veteranos rentados, molestan por lo ostensible que resulta su idea rectora de llenar tiempo y castigar a receptores en vez de aprovecharlo y ponerlo a consideración de perceptores.
 

(*) por Prof. Alberto E. Ferreyra. 
Docente PEAM. / Prensa y difusión, CCI.  UNRC