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Los
espacios del futuro
La trama urbana comienza
a recubrir el planeta, en este nuevo siglo, con el cambio en la forma de
las ciudades, habrá una notable extensión de los medios de
comunicación. Desaparecerán las fronteras terrestres pero
surgirán nuevas fronteras, marcadas por el conocimiento y la tecnología.
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Entramos al siglo XXI y
todo lleva a pensar que los grandes cambios espaciales que conoció
nuestro planeta en el siglo XX van a aumentar y, tal vez, acentuar y desarrollar
ciertas contradicciones que hoy ya son perceptibles en nuestras sociedades.
El primer cambio está representado por la expansión urbana,
que fue particularmente notable en el transcurso del siglo pasado y que
se desarrolla a un ritmo acelerado, en especial en los países del
Tercer Mundo. Esta expansión urbana tiene varios aspectos. Ante
todo, hoy no corresponde a una excesiva concentración de población.
En Europa, es cierto que la población urbana aumenta de una manera
continua, pero la superficie que ocupan las ciudades aumenta a una velocidad
mayor. La trama urbana comienza a recubrir el planeta. Esta constatación
puede sorprender en un país como la Argentina, donde todavía
existen inmensos espacios libres, cultivados o dedicados a la ganadería.
Pero es incuestionable y ya apreciable en todos los espacios periurbanos
y, en especial, obviamente, en los países de Europa o en el Japón,
que disponen de espacios más reducidos.
El segundo aspecto de esta
extensión urbana afecta la forma de la ciudad en sí misma.
O, más bien, es la noción misma de ciudad la que parece insuficiente
para calificar los nuevos espacios de población. En las zonas más
densamente pobladas, pasamos de una ciudad a otra sin atravesar, sin embargo
espacios rurales. La continuidad de la red urbana a lo largo de las costas
marítimas y de los grandes ríos es particularmente notable.
El segundo cambio está
representado por la extensión, también sin precedentes, de
los medios de circulación, de comunicación y de información.
Los cuerpos humanos haoy circulan fácilmente de un lugar a otro
del planeta, cada día con mayor rapides. |
Desplazamientos
Pero estos desplazamientos
físicos son cada vez menos útiles. Uno puede imaginar que
estarán reservados, en su gran mayoría, a los turistas que
recorrerán todos los rincones del planeta cada vez más pequeño
para hacerse la ilusión de que los viajes todavía son posibles.
Desde un punto de vista funcional, el desarrollo de los medios de comunicación,
que crea las condiciones de instantaneidad y de ubicuidad, hará
que muchos de los desplazamientos físicos resulten inútiles.
Hoy ya aparecen teletrabajadores que pueden realizar su tarea sin moverse
de su casa: las empresas del futuro, en varios campos, también podrían
obviar toda realidad material y geográfica masiva; una oficina podría
ser suficiente para las tareas de coordinación y de dirección.
Las teleconferencias en pantalla que se llevan a cabo hoy en día
en ciertas empresas internacionales agregan a la instantaneidad de la comunicación
la presencia de la imagen y de la voz, el fantasma del cuerpo físico.
Esta presencia de la imagen del cuerpo físico va a multiplicarse
(ya tenemos teléfonos con pantalla), de la misma manera que el fax
y el correo electrónico agregan a la rapidez de la transmisión
la reproducción del gesto y el fantasma de la escritura. Estas perspectivas
pueden ser preocupantes. Hay quienes se preguntan si el desarrollo de los
medios de comunicación no va a crear nuevas desigualdades o reforzar
las ya existentes.
El arquitecto y filósofo
Paul Virilio se pregunta incluso, al vincular la cuestión de la
expansión urbana a la del desarrollo de las tecnologías de
la comunicación, si no existe un riesgo grande de que se constituya
polos tecnológicos fuertes, tecnopolos, que, al disponer de todos
los medios de transmisión y de información, puedan evitar
todo control de naturaleza estatal. Al reconstruir los estados-ciudades
de otros tiempos, estos nuevos centros solo estarían interesados
en sus interrelaciones y podrían, así, amenazar las garantías
de la vida democrática.
Uno puede precisar esta
inquietud en términos de espacios y fronteras. Los diferentes estados
del planeta hoy se ven afectados de distinta manera por los fenómenos
de aceleración y de exceso que constituyen nuestra supermodernidad,
el exceso de acontecimientos o la aceleración de la historia evidentemente
asociadas a la planetarización de los riesgos y, al mismo tiempo,
al superdesarrollo de los medios de información, al encogimiento
del espacio o al exceso de imágenes vinculadas al superdesarrollo
de conjunto de las técnicas de comunicación
Mirada individual
La recomposición
de la mirada individual cada día más habituada a detenerse
más allá de su horizonte cercano se observa en todas partes,
pero no concierne al conjunto de la sociedad. En casi todos los países,
incluso, en los menos desarrollados, existe por lo menos un esbozo de sector
supermoderno (y de condición supermoderna, en el sentido en que
Lyotard hablaba de la condición posmoderna). Pero fragmentos enteros
de la sociedad escapan total o parcialmente, (en la medida en que ‘consumen’
lo audiovisual y, eventualmente, la tecnología de comunicación)
a la supermodernidad. Es así que se construyen nuevas fronteras,
reales y simbólicas, en el interior de las fronteras nacionales.
La solidaridad objetiva instituida por las redes interconectadas de la
vida económica de punta se construye a expensas de las solidaridades
históricas de los estados-naciones.
Western del espacio
Un tercer cambio al cual,
paradójicamente, le prestamos menos atención hoy que hace
algunos años, en el que introdujo la conquista des espacios. El
término ‘conquista’ es ambicioso y, a la vez, desplazado y, en consecuencia,
hasta revelador. Pertenece al vocabulario de la epopeya y la ciencia ficción
se apoderó de él como si la conquista del espacio se asemejara
a la conquista del oeste. Pero al western espacial le falta la realidad
fascinante de la frontera. La única frontera del espacio es la que
nos imponen nuestros conocimientos y nuestra tecnología: mide tanto
el estado de nuestro saber como de nuestra impotencia. Cuando desaparece
toda frontera terrestre frente a nuestros medios técnicos, se reconstituye
una frontera en el límite de estos últimos –más allá
de la zona donde juegan las leyes de la gravedad terrestre-. Esta frontera
también fue franqueada, pero este salto no anunciaba ninguna conquista.
Enviamos algunos cohetes al sistema solar como un náufrago lanza
botellas al mar, por si acaso.
Si el desarrollo de las
tecnologías espaciales no nos hace soñar tanto (a pesar de
las imágenes de Marte y de Venus retransmitidas en nuestras pantallas
de televisión) como los primeros pasos del hombre sobre la Luna
es, sin duda, por dos tipos de razones.
Ante todo, hasta hoy no
se nos reveló ningún signo de vida extraterrestre, ningún
signo que nos hiciera tomar conciencia de nuestra identidad común
como habitantes de la Tierra. Por el momento, seguimos confrontados al
‘silencio eterno de estos espacios infinitos’ del que hablaba Pascal en
el siglo XVII. Pero desde el siglo XVII, en nuestra imaginación,
la Tierra se ha encogido, el recorrido alrededor del globo retorna rápidamente
a su punto de partida: el romanticismo carece de aire y de espacio y no
se descarta que la conciencia simultánea de la estrechez del planeta
y de la inmensidad turbulenta y sin vida que los rodea no forme parte de
nuestras angustias presentes y futuras.
En segundo lugar, a falta
de aventuras demasiado costosas, demasiado arriesgadas y sin sentido, la
explotación del espacio se realiza principalmente en perspectivas
funcionales que prolongan la puesta en red del planeta. Algunos de los
satélites que ponemos en órbita sirven para la comunicación
y participan en la constitución del vasto sistema que permite transmitir
en un instante imágenes de un lugar a otro del mundo: son los grandes
mediadores de la relación entre los hombres que ocupan hoy nuestro
cielo. Tal vez los dioses paganos tenían en otra época las
mismas funciones. Las acompañan satélites de observación.
Algunos nos informan sobre el estado del medio ambiente y sobre las
evoluciones de la meteorología. Otros montan guardia, pero su observación
no está dirigida hacia las galaxias lejanas: observan la tierra
y detectan, aparentemente, movimientos de amplitud muy reducida. La Guerra
del Golfo fue uno de los primeros ejercicios aplicados que puso a prueba
las capacidades de observación del sistema panóptico que,
desde los satélites, hace que la tierra se asemeje a un supermercado
o a una prisión muy bien vigilada.
Ya se habla de los embotellamientos
en el espacio como de los que existen en nuestras rutas un día antes
de salir de vacaciones. La quincalla celeste se presenta, de este modo,
como un conjunto de prótesis. Son las prótesis de las sociedades
tecnológicamente más avanzadas que les permiten asegurar
la transmisión de sus mensajes y sus imágenes, ‘tener en
la mira’ a los países menos avanzados y muy literalmente ejercer
(incluso si el espacio de los satélites pertenece por derecho a
todos) un dominio absoluto sobre el planeta. El espacio extraterrestre
cercano traduce y amplifica las jerarquías del espacio terrestre;
de un cierto modo encierra a la Tierra en su destino terrestre . También
puede suscitar inquietudes legítimas y hoy no parece esencialmente
dirigido hacia la conquista del espacio. En la manera en que los Estados
Unidos pusieron de rodillas al imperio soviético fue imponiéndose
la preparación ruinosa de una ‘guerra de las galaxias’
En suma, la tendencia general
de la disposición del espacio humano parece emparentarse con lo
que podría llamarse una ‘deslocalización’. Si utilicé
la expresión ‘no lugares’ para caracterizar algunos de los nuevos
espacios contemporáneos (los supermercados, las autopistas, los
aeropuertos, las estaciones de servicio, las vías aéreas,
el habitáculo mismo de miles de aviones que recorren el cielo día
y noche cargados de pasajeros, y también todas las redes que transmiten
instantáneamente la imagen, la voz, los mensajes y los códigos
de un lado a otro de la Tierra) era para sugerir que, a diferencia de los
lugares tradicionales, no llevaban la marca de ninguna identidad, no constituían
ninguna sociabilidad y no eran portadores de ninguna historia. Es evidente
que estos tipos de espacios van a desarrollarse en este siglo y, con ellos,
zonas de anonimato y de soledad.
Conflictos localizados
Pero también sabemos
que los grandes movimientos de uniformación suscitan movimientos
de sentido inverso, reafirmaciones locales, territoriales, singulares.
En nuestra época abundan los conflictos localizados y territoriales:
los imperios estallan bajo la presión de las minorías, hay
pueblos que luchan para recuperar la tierra de su patria, las ideologías
religiosas y políticas hablan con gusto el lenguaje de la tierra
y de las fronteras. Es posible que la tensión así manifestada
entre la mundialización y la uniformación de los espacios
de comunicación y la reafirmación singular del territorio
de lo local encuentra otras expresiones en este nuevo siglo.
El sector de la ‘supermodernidad’,
en efecto, no es más que una de las regiones de lo social. No más
que el ‘desencanto del mundo’ en el que Weber veía el signo del
acceso a la modernidad, no concierne al conjunto del tejido relacional
que llamamos sociedad. Por lo tanto, todo conduce a pensar que pronto tendrá
lugar, en los espacios terrestres y periterrestres, una partida de tres
animada por las preocupaciones paralelas y, en ciertos aspectos, incompatible
con la conservación ecológica, la comunicación planetaria
y la reivindicación territorial: ¿quizás una lucha
de clases a nivel global?
(*) por Marc Augé
Presidente de la Escuela
de Altos Estudios en Ciencias Sociales desde 1985. París. Francia.
© Clarín.
50º Aniversario. Agosto de 1995 |