A propósito del trabajo de Miguel Zapata Ros sobre Internet
y Educación, Nicolás Babini, autor de La informática
en la Argentina. 1956-1966 (1991 Ediciones Buena Letra) y de numerosos
artículos referidos al tema, a la historia y a los problemas de
informática y computación, nos envió las líneas
que transcribimos y que entendemos como Algo más que un comentario...
El autor acompañó sus reflexiones con el artículo que recientemente preparó para del Instituto Tecnológico San Bonifacio, en el que desarrolla las ideas que apuntó en la misiva y artículo que se transcribe aquí con la debida autorización. La Revista es una publicación del establecimiento homónimo, dependiente del Obispado de Lomas de Zamora, cuyo Laboratorio de Ciencias lleva el nombre del matemático e historiador de la ciencia José Babini, padre de nuestro corresponsal. (Nota del Director) |
Algo más que un comentario...
Nicolás Babini
Internet es simplemente un sistema que combina mass-media con telecomunicaciones.
Equivale a una colección de diarios y revistas que se distribuye
universalmente por vía telefónica, a la que se accede con
todos los recursos que pueda ofrecer una computadora. Desde el punto de
vista didáctico tiene las ventajas e inconvenientes, los vicios
y virtudes, de los distintos medios que integra: el periodismo, la telefonía,
la radio, la televisión, la computadora y la teleducación,
cuyas utilizaciones y eficacias fueron en su momento acogidas con alborozo,
debatidas, criticadas y descartadas o aceptadas en sus justos términos.
El entusiasmo y las expectativas que despierta Internet en el campo
educacional recuerdan las provocadas en su momento por la radio, la televisión,
los videodiscos y la propia computadora, reacciones ingenuas que suelen
acompañar a muchas innovaciones (supongo que pasó lo mismo
cuando inventaron el pizarrón o apareció el lápiz
Faber).
El artículo Internet y Educación refleja esta reacción
tradicional, a la que concede más espacio que el que debiera otorgar
a los efectos formativos e instructivos del único aporte auténticamente
novedoso de Internet: la difusión y captación indiscriminada
de cualquier comunicación, sea benéfica o maléfica,
que se le ocurra a alguien en cualquier lugar del mundo. A la extensa lista
de las páginas 6 a 8 habría que agregar las recetas para
fabricar bombas caseras, los libelos racistas, la pornografía degradante
y demás manifestaciones del lado humano oscuro, que suelen impresionar
más las psiquis tempranas que las expresiones del lado humano valioso.
En mi opinión es más urgente definir el papel que deberían
jugar autoridades, docentes y familias ante este problema, que estimular
el aprovechamiento correcto de los recursos integrados en Internet, que
son bien conocidos.
NB
Revista del Instituto Tecnológico San Bonifacio, 3 :10-11 1998
La computadora replantea el dilema del uso responsable de las conquistas
técnicas.
Nicolás Babini
A esta altura del siglo XX ya se pueden apreciar algunos de los efectos
visibles de la computadora. Por un lado, está conduciendo a que
la producción de bienes y la prestación
de servicios prescindan cada vez más de la intervención
humana (o sea hacia la automatización universal) y a que, paradójicamente,
la gente pueda desempeñarse con mayor autonomía y capacidad
de decisión individual (o sea una creciente personalización)
en sociedades que se están desmasificando. Todo ello acarreará,
sin duda, profundos cambios económicos y sociales. Por otro lado,
se está produciendo la formación de un “ciberespacio”1 que
envuelve al planeta y contribuye a la globalización que ya se advierte
en los ámbitos financieros y económicos.
Actualmente la mayor parte de las escuelas de electrónica y
de informática preparan profesionales para atender las computadoras
y para programarlas. No se preocupan de los efectos a largo plazo, que
serán también los más duraderos. Deberían enseñar
también a afrontar las consecuencias del paso de la mecanización
universal a la automatización universal, de la producción
en serie a la producción individualizada y de la sociedad de masas
a la sociedad de personas.
El uso del “ciberespacio” está trayendo problemas nuevos, cuya
solución enfrenta la tradición norteamericana, hoy dominante,
que se resumió antaño en la Declaración de los Derechos
del Hombre (no de la mujer, ni del negro, ni del pobre) y ha cobrado ahora
la forma de Declaración de los Derechos Humanos. Aquella concepción
del siglo XVIII era propia de una sociedad de granjeros pudientes que se
preocuparon, sobre todo, de que no se limitaran esos “derechos naturales”.
La irrupción de la sociedad industrial creó una categoría
de trabajadores que también reclamaron sus derechos. La participación
laboral femenina en ambas guerras mundiales incluyó en sus alcances
a las mujeres. En Estados Unidos las luchas por los derechos civiles de
la década de 1960 hizo lo mismo con los negros. Pero el tema fue
siempre el de los derechos, no el de los deberes y responsabilidades.
Por otra parte, los prodigiosos avances técnicos de este siglo
mostraron con dolorosa y terrible evidencia, su rostro maléfico.
Bombas atómicas y misiles intercontinentales son la contracara del
descenso en la Luna, los viajes espaciales y los usos pacíficos
de la energía nuclear. No es un fenómeno novedoso. El martillo
del carpintero y el cuchillo de cocina sirvieron muchas veces de armas
letales. La pólvora inventada para los fuegos artificiales abatió
los castillos feudales.
La computadora nos permite comunicarnos con millones de personas y
acceder a los mayores refinamientos científicos, artísticos
y literarios, pero es también vehículo de recetas para fabricar
bombas caseras y de difusión de doctrinas criminales. Algo parecido
ocurrió con la imprenta, que comenzó difundiendo los Evangelios
en el siglo XV y sirvió para propagar libelos racistas y delirios
bélicos en el siglo XX. A ello se suma la plaga de los sembradores
de virus, en quienes la travesura irresponsable se convierte en obsesión
enfermiza por el crimen gratuito.
La sociedad halló medios racionales para contrarrestar los efectos
nocivos de muchos inventos. No se permite despachar telegramas que amenacen
o injurien. Para conducir automóviles se exige identificar el vehículo
y poseer registro de conductor. El “ciberespacio” no es tierra de nadie.
Para acceder a él hay que pertenecer a un servicio autorizado porque
–como ocurre con el coreo postal- los mensajes son recibidos y transmitidos
por centrales de comunicación, que pueden ser controladas. Hasta
ahora la mayor preocupación ha sido preservar las seguridad de las
grandes organizaciones, únicas capaces de afrontar los enormes gastos
que ello requiere. La gente común está más desprotegida.
Parece llegada la hora de pensar a más largo plazo. Muchos alegan
que las novedades siguen siendo tan importantes que no queda tiempo para
ocuparse del futuro (ni del pasado, agregamos nosotros, ante el desinterés
general por la historia de la computadora). Es un razonamiento erróneo
porque las consecuencias ya están a la vista.
Los establecimientos educativos que dan prioridad a los valores del
espíritu fortalecidos por la fe, están en condiciones de
promover una acción conjunta, en la que participen educadores, electrónicos,
programadores, sociólogos y juristas, para analizar la posibilidad
de prevenir el uso irresponsable del “ciberespacio”, en doble sentido:
para estudiar los instrumentos jurídicos y legales que serían
necesarios y para estimular en los estudiantes un sentido de responsabilidad
social que haga repugnante el uso de la computadora con fines mezquinos
o delictivos.
Recordemos que muchas innovaciones fueron introducidas en las máquinas
que precedieron a la computadora fueron, desde Blaise Pascal hasta Konrad
Zuse, obra de personas muy jóvenes. Otro tanto ocurrió con
el paso de la computadora a la microcomputadora, con figuras como las de
Steve Jobs y Bill Gates, fundadores de Apple y de Microsoft. Lo que se
debe estimular, junto a esa prodigiosa madurez intelectual, es la madurez
moral, para que las chicas y muchachos que quieran hacer de la computadora
su medio de vida sepan y sientan que la sociedad les está entregando
un instrumento capaz de dignificar la existencia de sus semejantes y que
tienen que ser, cada vez más, mejores electrónicos, mejores
programadores y mejores personas.
Nota
1- Se suele dar el nombre de ciberespacio al territorio imaginario
que es atravesado por los millones de mensajes que se intercambian entre
computadoras. Si bien circulan por redes telefónicas, dan la sensación
de pertenecer a un mundo sin fronteras nacionales ni limitaciones horarias,
lo que les confiere una falsa sensación de autonomía en estado
puro, no sujeta a otra voluntad que la personal de cada usuario. La palabra
proviene de cibernética, adoptada por Norbert Wiener para designar
la disciplina que estudia la comunicación y el control en máquinas
y organismos vivientes. Fue utilizada también durante cierto tiempo
en lugar de la actual informática. “Ciberespacio” apareció
por primera vez en una novela de anticipación de William Gibson,
llamada Neuromancer.