Destellos del espejo

una lectura de la obra poética de Olga Orozco

escribe

Claudio Asaad

Docente del Departamento de Ciencias de la Comunicación, UNRC.


"su voz corroe la distancia entre la sed y la mano que busca el vaso. Ella canta".

Alejandra Pizarnik1

Una mujer esta en el poema. Lo habita desde el día en que decidió persuadir a las pa-labras para que transiten los mundos de la magia.

Una mujer disminuye los espacios en blanco y otra vez inaugura rituales de despe-didas y tránsitos en vigilia. Es-cribe desde las transparencias opalinas. Gira alrededor de los límites texturados de lo objetos y los destrona de su cómodo sitio en esta tierra:

"allá, donde el pájaro de la piedad canta sin cesar sobre la

indiferencia del que duerme,

donde el amor reposa su gastado ademán sobre las hierbas

cenicientas,

y el olvido es apenas un destello invernal desde otro reino".2
 
 

En las experiencias de lec-tura de sus poemas su voz transporta y se va, este acto de abandono singular es el que nos ubica en el centro de sus constelaciones. Las pala-bras designan los objetos y participan del engaño, se mue-ven, se transforman y mues-tran las caras de la memoria de la que recoge los recuerdos y sus visiones con manos y látidos para hacer la arcilla de la poesía.

Olga Orozco nació en 1920 en Toay, provincia de La Pam-pa en un lugar donde, según ella, antes hubo mar (Noy, 1998 :1). Su casa, la abuela de la infancia y un paisaje casi selvático donde convivían viñedos y árboles frutales, fue-ron los encargados de construir un mundo de experiencias inol-vidables: "Es muy distinta la vi-da de un niño que empieza a descubrir el mundo en un pai-saje semejante. Hay miles de cosas para investigar, desde el misterio de una lagartija a la escarcha que se forma sobre las tinajas encerrando flores y hojas como un herbario".(Ib: 2)

A pesar de que la obra de Orozco se ubica dentro de la generación del cuarenta, su poesía -que los críticos y estu-diosos literarios la relacionan con el neorromanticismo por su sensibilidad y el surrealismo por su alusión a elementos oníricos y la proliferación de imágenes- es "desde el inicio absoluta-mente única" (Gelman, 1998: 2) y "presenta desde un co-mienzo un tono propio e in-confundible" (Zalbajáuregui, 1997 :7)
 
 

Los Poemas

Olga Orozco publica por pri-mera vez hacia 1946 "Desde Lejos", una obra de poemas sostenidos sobre claro oscuros delicados y refulgentes evoca-ciones a lo amado "resucitar del polvo el resplandor pri-mero". No hay desesperación, ni llanto, ni dolor. Las exclama-ciones son mesurados puentes hacia los objetos cotidianos "¡Tanta fatiga inútil entre un golpe de viento y un resplandor de arena pasajera!" y a la que fue, aquella revive para decirse y trazar un continuo con el futuro "y este largo destino de mirarse las manos hasta en-vejecer". La escritura de Oroz-co se imprime sobre los bordes de lo cotidiano y desde allí provoca a lo incierto y cuestio-na los fundamentos de la vida y del poema. Amparada por la libertad de un espacio propio desde donde recrea los movi-mientos del tiempo, Orozco se permite desafiar a la muerte y recobrar de los ausentes los símbolos cuya eternidad sigue latiendo y golpeando con sus significados perennes sobre su vida y, a partir de su escritura, en la nuestra.

En 1952 publica "Las muer-tes", un libro de escenarios burbujeantes donde los perso-najes desfilan muñidos con su desnudez más heroica. "He aquí unos muertos cuyos hue-sos no blanqueará la lluvia". La poeta se antepone a la muerte y habla desde la iden-tidad de los otros. "Mi vida no fue amor, ni piedad, ni espe-ranza" dialoga con las marcas de esas vidas en la suya. "Tu soledad me duele como un cuerpo violado por un crimen". La muerte de los personajes de la literatura emergen hasta lle-gar al Maldoror en las manos de Lautreamon. Fantasma y enigma que roza con caricias frías el mundo poético de Oroz-co para siempre "Su paso es un llaga sobre el rostro del tiempo". El desamparo que de-ja el olvido se desgaja en el tiempo y cierra el libro con un poema donde la poeta asume su propia muerte y así abre las puertas al cuerpo poético que vive desde la palabra en un fulgor implacable, bello y so-brecogedor que se revitaliza hoy cuando su vida humana partió de este mundo:

"Ame la soledad, la heroica perduración de toda fe,

el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,

la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios

y entre alucinaciones,

y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.

Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron."

(Orozco, 1997:44).

Los talismanes, el mundo esotérico de amuletos y azares que deciden el destino: "No trates de encontrar tu talismán de huesos de pescado". Las marcas de un Dios que esta presente en la hondura de los tiempos y los ambientes de es-cenografías que abundan en arcones y vestiduras secretas son el material de una búsque-da incesante de respuestas a las preguntas que nacen de la desesperación del que no sabe los porqué ni los donde.

¿En qué rincón de ti,

en que desierto corredor resuenan los pasos clamorosos de una alegre estación,

el murmullo del agua sobre alguna pradera que prolongaba el cielo,

el canto esperanzado con que el amanecer corría a nuestro encuentro,

y también las palabras, sin dudas tan ajenas al sitio señalado,

en las que agonizaba lo imposible?

(Orozco, 1988:7)

Orozco creía en "las pala-bras como si fueran mariposas en libertad" (Gelman, 1998: 2), también afirmaba que la poesía "es una interrogación permanente, por más que ten-ga la fuerza de otra asevera-ción" "una apuesta esperanza-da y desesperanzada al mismo tiempo" (Noy, Op cit :4) y esto nos recuerda aquella frase de Roberto Juarroz "la poesía es siempre indagación de lo impo-sible" "consiste en no confor-marse con las cosas como están"3

En 1962 publica "Los Jue-gos peligrosos". Un libro don-de la cartomancia, de nuevos los talismanes y el mundo mis-terioso de los astros se trans-forman en puertas hacia la búsqueda de los otros que ha-bitan detrás el espejo: "Y otros rostros te soplan el rostro en los espejos". El misterio y la magia se funden en una bús-queda de los límites de la fe: "Siete respuestas tienes para siete preguntas/ Lo atestigua tu carta que es el signo del Mun-do:/ a tu derecha el Ángel,/ a tu izquierda el Demonio". En esos juegos peligrosos que se emprenden desde la poesía hasta el universo de los desti-nos terrestres, la poeta mueve sus pasos sobre el ardor de la desesperación para luego des-prender de la oscuridad una belleza orgánica y corpórea: "Dejo mi cuerpo a solas igual que una armadura de mi in-temperie hacia adentro/ y de-pongo mi nombre como un arma que solamente hiere/ ¿Dónde salgo a mi encuentro/ con el arrobamiento de la luna contra el cristal de todos los albergues?

Doce años después, en 1974 en "Museo Salvaje" Olga Orozco emprende un desafío donde la palabra y el cuerpo se unen en un todo capaz de re-ducir los espacios a un instan-te de fascinación, dolor y de-seo: "Por no hablar de este cuerpo,/ de este guardián opa-co que me transporta y me re-tiene/ y me arroja consigo en una náusea desde los pies a la cabeza".

El cuerpo atestigua la pre-sencia de un identidad que se desarrolla y crece entre los objetos y las sensaciones, es la unidad del poeta reclamando por sus voces, murmurando entre los significados una bús-queda de esplendores y luces que le ayuden a reconstruir el caos de su cuerpo disperso. Una dispersión que en el caso de Orozco es necesaria para ir hasta el centro de la expresión más pura de la palabra. Bús-queda y huida en el tránsito de la duda: "¿Y la pupila enton-ces?/ ¿Quién puede descifrar esta pupila cautiva entre cris-tales,/ este túnel contráctil siempre alerta a la inminencia a solas, / esta palpitación a medias con la muerte?. El cuerpo no puede con la ex-presión, no alcanza a decir y se abandona. Admite la imposibi-lidad y hace de su confesión el nacimiento del cuerpo poético: "Estos dos pies, mi error de nacimiento". (...) "Son mis dos pies para el paso, / paso a paso sobre todos los muertos," (...) "pies de horizonte que huye, /pulidos como joyas al aliento del sol y al roce del guijarro:/ dos pródigos radian-tes royendo mi porvenir en los huesos del presente,/ disper-sando al pasar los rastros de ese reino prometido/ que cam-bia de lugar y se escurre deba-jo de la hierba a medida que avanzo".

Olga Orozco, según nos in-forma Marcelo Pichón Riviere, no perteneció a ningún grupo ni a una revista literaria, tam-poco "se la ha visto merodear por los pasillos del poder políti-co en busca de alguna sine-cura". (Gelman, Op Cit: 3). Su mundo fueron los amigos, los poetas Enrique Molina, Alberto Girri y Alejandra Pizarnik, los psicoanalistas Enrique pichón Rivière y Arminda Arebastury (Rivière,1999 :28). Su gran amor fue Valerio Peluffo quien murió unos años antes que ella y a quién le dedico el poe-ma "En la brisa, un momento": "Ah si pudiera encontrar en las paredes blancas de la hora más cruel / esa larga fisura por donde te fuiste, ese tajo que atravesó el pasado y cortó el porvenir/ acaso nos veríamos más desnudos que nunca, como después de nunca,/.

El dolor de la ausencia no busca situarse en la palabra, no busca hundirse en las ceni-zas del poema. Se repliega so-bre sí para curarse. Será por esa inspiración de Orozco a escribir en un estado de armonía. No cuando hay dolor, ni tampoco cuando se es muy feliz: "yo te reclamo ahora en nombre de tu sol y de tu muer-te una sola señal/ precisa, in-confundible, fulminante, como el golpe de gracia que parte en dos el muro/ y descubre un jardín donde somos posibles todavía,/ apenas un instante, nada más que un instante,/ tu y yo juntos, debajo de aquel árbol,/ copiados por la brisa de un momento cualquiera de la eternidad."

En 1977 dedica un libro en-tero a Berenice, su gata. "Can-tos a Berenice" es de sus li-bros, quizás el más intimista. Un diálogo entre dos seres que comparten un código de luga-res comunes y hacen de esa relación un emblema donde a veces el lector es apenas un espía que se alimenta de las evocaciones y las tramas tibias y cotidianas. Allí el silencio y el pacto de amor se escurren en-tre cimientos sonoros y paisa-jes envueltos en una paz que contagia desde el primer verso: "Si la casualidad es la más empeñosa jugada del destino,/ alguna vez podremos interrogar con causa a esas escoltas de genealogías/ que tendieron un puente desde tu desamparo hasta mi exilio/ y cerraron de golpe las bocas de azar."

Berenice no pierde sin em-bargo su identidad animal, la sagacidad felina, los pasos si-lenciosos y la presencia enig-mática. La relación se desbor-da hacia los gestos compar-tidos y la mudanza de las ac-titudes de una hacia otra: "Si, tu, mi otra yo misma en la horna hechizada de otra piel/ ceñida al memorial del rito y la pereza." Otra vez el reclamo por al menos una señal que haga menos vacío el sitio de la ausencia y deje las huellas de un tiempo sin límites: "Pero déjame en el aire la sonrisa:/ la leve vibración que azogue un trozo de este cristal de ausen-cia (...) Déjame tu sonrisa/ a manera de perpetua guardia-na,/ Berenice.»

La década termina con otro libro de Orozco "Mutaciones de la realidad". Publicado en 1979. Para ese entonces ha-bía obtenido varias becas de estudio para el extranjero y premios importantes de poe-sía, más un primer premio de teatro por pieza inédita.

"Mutaciones de la reali-dad" la reencuentra con sus mundos, pero el viaje se em-prende hacia las marcas que la vida va dejando en el camino trazado por la muerte. Son re-currentes los tránsitos a través de túneles y espacios de oscu-ridad donde el lenguaje no al-canza a convertirse en esa luz necesaria que sirva para des-velar el sentido del paso de los años y del abismo entre tiem-pos. No ilumina su sendero ni ayuda a embarcar a los sen-tidos en una ruta hacia la designación de los deseos: "¿Dónde fue sepultada la semilla de mi pequeño verbo aún sin formular" (...) ¿Y cómo asir el signo a la deriva / -ése y no cualquier otro-/ en que debe encarnar cada fragmento de este inmenso silencio?/."

Casi en un balance de lo vivido y presumiendo los años cercanos al ocaso, los versos se instalan en el umbral de la defensa y se vuelven contra la muerte y contra el estallido in-minente del tiempo: "Tiempo:/ te has vestido con la piel carcomida del último profeta;/ te has gastado la cara hasta la extrema palidez;" (...) "No me importan ya nada todos tus desvaríos de fantasma incon-cluso, / miserable anfitrión./ Puedes roer los huesos de las grandes promesas en sus des-vencijados catafalcos."

Los ochenta son los años de reconocimiento nacional e internacional. Es el año de los premios y de dos obras "La no-che a la deriva" en 1984 y "En el revés del cielo" en 1987.

La presencia ya definida de un estilo que regresa a su lu-gar de nacimiento para seguir esculpiéndose; transforma a estos dos libros en piezas de incomparable magia y belleza. Un encantamiento de reflejos espontáneos y una transición hacia el sendero despejado de los laberintos lleva al lector por esos corredores cargados de imágenes profundas y en relie-ve: lo destierra, lo exilia hacia su propia ceguera para aban-donarlo luego en un desierto de resplandores absolutos y únicos: "Noche alfombra, no-che sigilosa/ que aprenda yo lo que quieres decir, lo que susu-rra el viento/ y pueda al fin leer hasta el fondo de mi pequeña noche en tu pupila inmensa". La poesía esta más allá del cuerpo del poema y es posible admitirlo en cada verso: "Cambia, cambia de vuelo co-mo la ráfaga del enjambre bajo la tormenta". "Sólo con-seguirás un presagio de plumas y un resabio de hielo". "Las piedras, los rincones de la sangre y las madrigueras don-de el tiempo acecha". La ne-gación a morir y la disputa con la falta de prudencia del tiem-po se amplia a través de la interrogación como apuesta y advertencia a las certezas que otorgan la experiencia de los años y el dolor sobre la carne: "Ésa es tu pena./ Tiene la for-ma de un cristal de nieve que no podría existir si no exis-tieras./ y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven." (...) "Si observas el trasluz verás pasar al mundo rodando en una lágrima".
 
 

Los últimos poemas

La poesía de Olga Orozco "es poderosa, tiene oleajes de furia", dice Juan Gelman y agrega: "Sus palabras no co-sen un vestido, suturan una herida". (Gelman, Op. Cit. :3).

En 1994 escribe "Con esta boca, en este mundo".

Y en 1995 vuelve a incur-sionar en la narrativa con "También la luz es un abismo" género en el que había incur-sionado hacia 1967 con la pu-blicación de "La oscuridad es otro sol".

Es en "Con esta boca, en este mundo", donde Orozco termina de coronar sus proyec-tos poéticos. Allí están los ho-menajes a dos afectos: Valerio Peluffo y Alberto Girri. También hay un poema, "Les Jeux sont faits", donde la figura de la madre aparece como el desti-no de regreso necesario para reconstruir la historia y reparar los fragmentos inciertos y per-didos. "Madre,/ madre,/ vuelve a erigir la casa". Y bordemos la historia./ Vuelve a contar mi vida." El tiempo es un muro que no reconoce ni un antes ni un después. El fluir de la vida contenido en una temporali-dad interna y estancada que sin embargo dilata la caída ha-cia un adelante indeseado: "Nada me trae el día./ No hay nada que me aguarde más allá del final de la alameda./ El tiempo se hizo muro y no puedo volver".

"En la brisa, un momento", ese maravilloso poema que mencionáramos más arriba y que dedica a Valerio Peluffo, las aluciones al amor con sus perdidas y sus provocaciones realzan la fuerza poética de una personalidad que desborda las fronteras del lenguaje:

"Aún nos queda el amor:

esa doble moneda para poder pasar a uno y otro lado.

Haz que gire la piedra, que te traiga de nuevo la marea,

aunque sea un instante, nada más que un instante."

...........................

"y otra vez descubrimos que la muerte se parece al amor

en que ambos multiplican cada hora y lugar por una misma ausencia."
 
 

En el final

En 1984 se publica "Pági-nas de Olga Orozco" una anto-logía de su obra a la que ante-pone lo que titulo "Anotaciones para una autobiografía":

"En cuanto a mi vida, espe-ro prolongarla trescientos cua-renta y nueve años, con fervor de artífice hasta llegar a ser la manera de saludar de mi tío abuelo o un atardecer rosado sobre el Himalaya, insomnes, definitivos. Hasta el momento sólo he conseguido asir por una pluma el tiempo fugitivo y fijar su sombra de madrastra perversa sobre las puertas ce-rradas de una supuesta y anónima eternidad.

No tengo descendientes. Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron. Mi heredad son algunas posesiones subterrá-neas que desembocan en las nubes. Circulo por ellas en ber-lina con algún abuelo enmas-carado entre manadas de ca-ballos blancos y paisajes girato-rios como biombos. Algunas ve-ces un tren atraviesa mi cuarto y debo levantarme a deshoras para dejarlo pasar. En la última ventanilla está mi madre y me arroja un ramito de nomeolvi-des.

¿Qué más puedo decir? Creo en Dios, en el amor, en la amistad. Me aterran las espon-jas que absorben el sol, el mis-terioso páncreas y el insecto perverso.

Mis amigos me temen por-que creen que adivino el porve-nir. A veces me visitan gentes que no conozco y que me re-conocen de otra vida anterior. ¿Qué más puedo decir? ¿Qué soy rica, rica con la ri-queza del carbón dispuesto a arder?." (Orozco, 1984 :304).

Una mujer se niega a ocu-par la silla de Victoria Ocampo en la academia de letras "Les dije que tenía muchas predic-ciones y que ni en ellas ni en mi horóscopo se captaba nin-gún aviso de que pudiera llegar alguna vez a ser académica. Tampoco en las líneas de mi mano veía ningún sillón." (...) "En seguida alguién hizo correr la voz salvadora "Olga Orozco no acepta por motivos estricta-mente esotéricos". (Noy, Op. Cit :3).

Esa mujer fue niña y dictó a su madre palabras porque aún no sabía escribir. Cuando fue más grande le ofreció esos papeles al fuego.

Decía que la poesía "Es un organismo vivo, rebelde, en permanente revolución, en per-manente metamorfosis" (Oroz-co, 1997 :297)

Es 1998 y esa mujer reci-be un premio. Un reconoci-miento que llega cuando tiene setenta y ocho años, se trata del prestigioso premio Juan Rulfo, escritor de quien la poe-ta tiene una foto que guarda junto a una virgen a la que reza diciéndole poemas.

El 15 de agosto de 1999, la mujer llora con los puños cerrados porque sabe que el fin terrenal, humano está cer-ca; pero seca sus propias lágri-mas. Hugo Mujica, quién la acompaño hasta los últimos instantes, dice que la recorda-rá siempre por una frase suya: "El alma que te habita es también la mirada del cielo que te incluye". (Riviere, Op. Cit. :28).

Esa mujer de nombre Olga, de apellido Orozco y de voz ronca que atendía las angus-tiosas llamadas telefónicas de Alejandra Pizarnik a las tres de la mañana y consolaba su al-ma desesperada dejó el tapiz de su mirada, los amuletos de su gloria, los acertijos infinitos de sus signos alados en forma de poemas, dentro de crisáli-das aromáticas y oráculos transparentes desde donde es posible advertir la vacilación de nuestra fragilidad hasta volver-nos poderosos en un relámpa-go invisible4. El poema se des-viste del tiempo y enciende las presencias suyas (nuestras) en un solo encuentro de este y el otro lado del espejo.

Los intentos por decir algo de su poesía, en esta lectura inconclusa y limitada son ape-nas unos pasos que tratan aún de acercarse a su brillo, a su fulgor de amanecer ámbar después de la lluvia. Son ma-notazos del enceguecido por el fuego y la luz en la frescura de una tarde despejada, silen-ciosa pero atenta. Desanudada del tiempo y proclive a trave-sías hacia noches de inimagi-nable esplendor.
 
 

Un poema

Repetición del sueño

Como una criatura alucinada

a quién ya sólo guiara la incesante rotación de la luna entre los médanos,

o como un haz de mariposas amarillas sumergidas por el farol de las tormentas

en el vértigo del miedo y de la oscuridad,

o quizás más aun como la ahogada que desciende hasta el fondo del estanque

girando con un lento remolino del adiós,

así voy convocada, sin remedio,

hasta alcanzar mi sombra de extranjera en la niebla,

hasta pasar los muros que llevan paso a paso ala condena,

hasta entrar en la noche en que el malhechor asume las apariencias del sueño

para mejor herir sin ningún desafío.

Ese es mi más allá tras la única puerta que se abre cada día hacia la misma jaula

en donde la costumbre grazna sobre sus alimentos de naufragio.

El me espera vestido de terciopelo negro,

envuelto por la dulce pesadumbre del duelo que no llega jamás,

y su rostro vacío, fundiéndose en la nieve dorada de otro tiempo,

exhala una luz muerta,

un fulgor como de viejas lágrimas guardadas para la acusación.

Yo me acerco a través de esos relampagueantes espejismos de ayer que me anuncian una vez más mi

propio sacrificio,

pero debo llegar

igual que un personaje prometido por las mareas del pasado para un día cualquiera,

a la hora azul pálido de las inmolaciones,

hasta un lugar que ahora es del sueño que se pierde conmigo y nadie sabe.

Porque ahora él separa con este solo golpe de cuchillo la envoltura del mundo

y abre de par en par los grandes cielos de las transformaciones.

Sin embargo, esta herida del corazón por donde salgo,

estas gradas sin fin por donde ruedo con la velocidad de la distancia,

estas aguas que giran y se aquietan de pronto para cristalizar en una sombra igual a mi destino,

me conducen de nuevo a la cárcel de espejos que arroja cada noche a la noche en que muero.

Aunque nada me diga al despertar que yo sea yo misma.
 
 

Olga Orozco5

Notas

1. Del poema «Cantora Nocturna», dedicado a Olga Orozco por Alejandra Pizarnik (Pizarnik, 1994 :233).

2. Fragmento del poema «Quienes rondan la niebla» del libro «Desde Lejos» (1946) de Olga Orozco (Orozco, 1997 :19).

3. Extraído de «La vida también es poesía». Grabación en CD, Track 1, Disco 2. Roberto Juarroz y otros poetas. 1997.

4. Nombre de la obra antológica publicada en 1997 por el Fondo de Cultura Económica. ‘Relámpago invisible’ es una frase que Olga Orozco utilizaba cuando se refería al concepto de realidad en el acto creativo: «partes de la realidad visible son, en el fondo, relámpagos de lo invisible» (Noy, 1999 :4).

5. Extraído de «Repetición del sueño y otros poemas», 1988, Centro Editor de América Latina. Buenos Aires.
 
 

Referencias

AAVV. 1981 La historia de la literatura argentina. Las escritoras. 1940-1970. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires. :516-517.

AAVV. 1985 La poesía del cuarenta. En Cuadernos de literatura argentina. Nº 8. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. :226-231

Barbieri, V.; M. Etchebarne y otros 1981 La poesía del cuarenta. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. :122-126

El Universal 1998 Edición digital en Internet. Caracas. [http://www.eluniversal.com/22313FF.html].

Gelman, Juan 1999 Olga Orozco. En edición digital en Internet de La Jornada Semanal [http://www.semanal.com.mx/sem-orozco.html].

Infoset, Olé Club Libros 1998. Edición digital en Internet. España. [http://www.olé.com.es/wysinwyg/798.html].

Noy, Fernando. Entrevista a Olga Orozco, 1999. En edición digital en Internet de Página 12. Buenos Aires. [http:// www.radar,com.ar/notas5.htm]

Orozco, Olga 1986 Escrito con humo. En Vuelta 16, Volumen 1, número 3, Octubre de 1986. Ed. Sudamericana, Buenos Aires. :16-19.

Orozco, Olga 1987 Diaz Casanueva: la fiesta de los abismos. En Vuelta 16, Volumen 1, número 6, enero de 1987. Ed. Sudamericana, Buenos Aires. :64-65.

Orozco. Olga 1987 Poemas. En Vuelta 16, Volumen 2, número 16, noviembre de 1987. Ed. Sudamericana, Buenos Aires. :17-18.

Orozco, Olga 1988 Repetición del sueño y otro poemas. Centro Editor de América latina. Buenos Aires.

Orozco, Olga 1997 Relámpagos de lo invisible. Antología. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires.

Pichon Riviere, Marcelo 1999 "El adiós a una creadora tenaz y apasionada". Nota periodística en diario Clarín, 17 de agosto de 1999. Buenos Aires, :28-29.

Pizarnik, Alejandra "Obras Completas", Ed. Corregidor, 1990. Buenos Aires.

Premios Konex, 1999. En publicación digital en Internet. Buenos Aires. [http://www.konex.com.ar/oorozco.html].



                                                                             
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