El mundo en que estamos...
El mundo que viene...
El desafío
de la educación por mantener la magia...
En uno de los tantos
viajes por el sur argentino, por allá por el camino de los Siete
Lagos -que en realidad son más- hay carteles y señalizaciones
de todo tenor. Desde las consabidas indicaciones de las sinuosidades y
accidentes geográficos de la ruta, pasando por señalamientos
de comunidades religiosas y hosterías, hasta otros más precarios
de bebidas frescas a 500 metros o de pan casero... Y así, en un
recodo del camino con vista al Lago Espejo, en una flecha indicadora algo
oculta por la arboleda, se leía sobre su madera: Lago Espejo Chico
2 km. A continuación, un sendero poco transitado se abría
en la exuberancia de cañas coligues. Poco más adelante un
vallado muy precario, al estilo de los que se utilizan en el sur, interrumpía
el paso. Dos palos de álamo verticales y paralelos a ambos lados
de la senda y tres travesaños de ramas más finas de igual
material no desentonaban del paisaje, pero configuraban poca resistencia
para cualquiera que desease trasponerla a pie o en vehículo. Desde
allí todavía no se veía el lago; y nada mejor que
un atajo y una tranquera para incentivar mi curiosidad... ¡Entonces
fuimos en búsqueda de satisfacerla!... Sorteadas las ramas y en
el ánimo de dejar todo en condiciones parecidas a las encontradas,
cerramos nuevamente el paso en el camino... La frondosa vegetación,
lo apacible del aire, las fragancias, la penumbra, el rumor de insectos
y el cantarino sonido del río no hacían más que presagiar
que ya nada sería lo mismo... En un cartel de 50 por 50 centímetros,
pintado de negro y sujeto en lo alto de uno de los árboles, en letras
amarillas se leía:
Señores
turistas, por favor mantengan cerrada la tranquera, podría escaparse
la magia.
Gracias... Familia Matuz. |
¿Dónde estaba la magia? ¿Allí? ¿O tal vez también en cada uno de los que estábamos en ese lugar?
Ya casi nadie pone
en duda o se maravilla de las modificaciones operadas durante el siglo
XX en la mayoría de los órdenes sociales, políticos,
geográficos y espaciales. Muchos sí muestran sorpresa cuando
constatan que en ciencias o tecnologías la magnitud de las contribuciones
de la humanidad en estos 100 años superan la sumatoria de los aportes
de los períodos anteriores. Otros, pueden estar desconcertados hasta
los límites del estupor cuando comprueban que el último decenio
del siglo nos encuentra en varios aspectos de desarrollo en posiciones
distintas de las que se podrían haber conjeturado por ejemplo después
de la finalización de la primera guerra mundial (1918); del lanzamiento
de la primera bomba atómica (1945); de la primera rotación
a la Tierra de un satélite artificial -el Sputnik (1957)- con su
característico biiippp-biiippp; por los viajes espaciales tripulados
y la puesta del hombre en la luna (1969); o de la caída del Muro
de la Vergüenza de Berlín (1989); o por la zozobra que produjo
el desmembramiento de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas en 1991. Y en este sentido, hay más acuerdo que
divergencias entre historiadores, estadistas y estudiosos en aceptar que
la intensidad y profundidad de los cambios de este último decenio
del siglo marcarán más decididamente el próximo siglo,
que lo ocurrido en los anteriores 90 años.
Un siglo que se despide
con un mundo globalizado en información y comunicaciones, en lo
económico y financiero, en los mercados de valores; muy complaciente
al momento de compartir los éxitos pero comparativamente menos tolerante
en la aceptación de etnias, de religiones, de países. Con
una ética en revisión. Un mundo más previsible por
los conocimientos que se poseen y por la forma de encontrar soluciones
adecuadas y rápidas a problemas antiguos como a desafíos
modernos, más maravilloso en su grandeza pero también más
grande en sus miserias. Un mundo sin ideologías(?) o paradójicamente
con esa ideología...
Un mundo en el que
casi nadie se preocupa por reconocer los aciertos de la sociedad en cuanto
tal; aciertos por la velocidad sorprendente de los cambios, aciertos por
la capacidad y escala de las transformaciones positivas, aciertos por el
impacto extraordinario de algunos descubrimientos, o por los niveles de
riqueza nunca alcanzados antes por la humanidad en su conjunto. Más
aún, consideramos estos logros como naturales, como resultados esperados,
necesarios y merecidos.
Sin ignorar la existencia
sustantiva de dificultades y de hechos en los que la humanidad fue menos
humana (hambruna, guerra, asesinatos, matanzas, pobreza, indigencia, tortura,
violencia, etc.) y sin desconocer tampoco que a muchos no les ha ido tan
mal a juzgar por sus historias familiares y personales, una sensación
de desasosiego general (Hobsbawm, 1998) se posesiona de nosotros al tener
que emitir un juicio de valor sobre el siglo XX y priman entonces, en nuestros
pensamientos y sentimientos, aspectos más negativos que positivos
de la realidad. Solo admitimos en pocas situaciones cuánto se ha
avanzado y a cuántos benefician las contribuciones de todo orden
-y no fueron pocas- que resultaron de este convulsionado, conflictivo y
muchas veces enigmático siglo XX. Tal vez sea uno de los mismos
logros de este fin de siglo - un acceso crecientemente generalizado a la
información y la disponibilidad de conocimiento más igualitariamente
distribuido- el que nos haga más escépticos de los logros
alcanzados y más conscientes de cuánto nos falta por lograr
para una renovada humanización.
Es cada vez más
generalizada la opinión acerca de que la educación debería
atender esas demandas generales de la sociedad además de las exigencias
que le son tradicionalmente propias. Y no les asiste a sus sostenedores
poca razón y lógica en la propuesta. Sin embargo, de aceptarse
esta tesitura por parte de la institución escolar, los desafíos
y las exigencias de los requerimientos no serían bajos ni fáciles
de cumplir ya que presupone dar respuesta a una variedad y multiplicidad
de objetivos -a veces contradictorios o desintegrados por la misma naturaleza
de los requerimientos particulares de personas y sectores- que en su conjunto
poco tienen que ver con la escuela a la que asistimos o que imaginan generalmente
los actuales especialistas en educación.
Seguramente que ya
no nos conformamos (léase, la humanidad y nosotros como partícipes
de esta categoría) fácilmente con la enseñanza y el
aprendizaje de la lectura, escritura y cálculos iniciales, ni con
la formación para tal o cual oficio o profesión, ni
entendemos como suficiente el que sea continua y para todos. Las exigencias
tienen que ver con el logro y utilización del juicio crítico,
con la capacidad de adaptación, con la toma de decisiones y de riesgos
controlados, con la definición y aceptación de normas de
convivencia y de ética, con la formulación de cuestiones
y respuestas creativas en tiempo real, con el manejo y utilización
de un sinnúmero de instrumentos y artefactos cada vez más
complejos, con una instrucción de más calidad y más
prolongada en el tiempo; con la definición, aceptación y
práctica de niveles de tolerancia y convivencia más conscientemente
asumidos, con la capacidad de diálogo, de negociación, de
gestión y de intermediación.
La educación
y la instrucción tienen parte de la responsabilidad en el planteo
de los más complejos problemas sociales y humanos; y tendrán
parte de su solución también, si podemos ofrecer y garantizar
una mayor cobertura en el acceso, una permanencia fructífera para
la mayoría de los niños y jóvenes en lo que se defina
como escuela -presencial, a distancia o virtual-; garantizándoles
un egreso de calidad que integre diversidad, formación y conocimientos.
Sin considerarla una
droga y mucho menos una droga mágica que puede con todos los males
y extremismos, estamos empeñados, desde la educación, en
dar entidad -en la medida en que esto sea pertinente aunque utópico-
facilitando los procesos y resultados de la imaginación y creatividad
al servicio del saber en sí y del saber tendiente a disminuir la
pobreza extrema; a mejorar la salud y la calidad de vida, a erradicar las
diferencias humillantes de género; la explotación en general
y en especial el trabajo de los niños, la discriminación
racial y el embarazo y el aborto en niñas; las guerras irracionales...
Como puede apreciarse -y cada uno de ustedes puede ampliar aún más
la lista- la diversidad y complejidad de finalidades y de exigencias es
manifiesta.
En el contexto apuntado
cabe señalar el poder de las grandes ideas, no solamente fruto de
la investigación científica o de procedimientos experimentales,
sino también resultados de la imaginación y de la creatividad
de la acción, para atender diligentemente la variedad de compromisos
que debe asumir la educación como propios o por aceptar los delegados
por otras áreas de la sociedad.
¿Seremos nosotros
capaces de generar ese conocimiento y comprensión en donde no lo
hubiere y de mantenerlo cuando fuere menester?
En fin, queremos hacerlos
partícipes de nuestra utópica perspectiva -que tal vez sea
la suya también- y del incipiente intento con la Revista; e invitarlos
a presentar sus ideas y a compartir las propuestas en las próximas
entregas...
Pasados los años,
volví a recorrer el mismo sendero. El camino mostraba haber sido
más transitado, en la tranquera se habían incorporado goznes
y bisagras de troncos; al cartel con la leyenda no pude encontrarlo; sin
embargo, la magia seguía presente...
Referencia bibliográfica
Hobsbaum, Eric 1998 Historia del Siglo XX Grijalbo Mondadori - Crítica.
Buenos Aires.
Danilo Donolo