Nuestro San Martín
La memoria de los próceres argentinos ha seguido las vicisitudes
del país. Búsqueda de modelos en los primeros tiempos, optimismo
cuando se pensaba en términos de grandeza, inseguridad y dudas en
esta época de crisis.
El caso de San Martín es ilustrativo. Los escritores y
ensayistas de la generación de 1837 pusieron las bases del culto
sanmartiniano, en libros como los de Bartolomé Mitre. «El
nombre de un gran capitán es un legado precioso para una gran nación»
sostuvo Sarmiento en 1880.
Dicha elección constituía la herencia de la generación
de Mayo. Manuel Belgrano, su representante más destacado,
admiraba sin vueltas a San Martín. «Estoy firmemente persuadido
que con Usted se salvará la Patria y podrá el ejército
tomar un diferente aspecto», le escribe al futuro libertador, desde
Jujuy en 1813. «Ya no es usted de sí mismo, es de la gran
causa que, no hay remedio, es a usted a quien toca ponerle fin»,
insiste (Tucumán 1817). En su correspondencia reitera la afectuosa
expresión «nuestro San Martín». La escuela argentina,
en el siglo XX, logró que los escolares aprendieran a respetar y
a querer el «Padre de la Patria», para fortalecer el sentimiento
de pertenencia de argentinos, en muchos casos de primera generación.
Pero ese comprensible afán lo deshumanizó y lo convirtió
en un santo laico, «El Santo de la espada» como tituló
Ricardo Rojas a su ensayo.
En los ´40 se figura resistía incólume el embate
del revisionismo, empeñado en derribar otros monumentos del «santuario
liberal». En ese clima de ideas, en el centenario de la muerte del
libertador (1950), Perón buscó identificarlo con su gobierno.
Hoy la historia de San Martín es objeto de nuevas revisiones. Pero
algunas sólo buscan , más que humanizarlo, lo que sería
saludable, empequeñecerlo, despojarlo de contenido, contribuyendo
aún más a deprimir el estado de ánimo colectivo.
Por eso, en este nuevo aniversario de su tránsito, prefiero
volver a las fuentes para recordar a «nuestro San Martín»,
como lo hiciera Belgrano, con admiración, afecto y respeto.
El pensó a lo grande, se fijó un objetivo, luchó
por conquistarlo y finalmente se retiró a la vida privada, para
seguir desde la distancia, pero con renovada pasión, los desafíos
que enfrentaban las jóvenes patrias sudamericanas cuya independencia
había asegurado.
María Sáenz Quesada,
historiadora.
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Qué diría San Martín hoy
...sin caer en el esfuerzo parcial, ¿por dónde empezar?
- Por la educación
- Ayayiyo. Otra vez, su dedo en la llaga. Desde hace décadas
nos estamos analfabetizando. La educación significa tiempo. Y no
tenemos tiempo para darle tiempo al tiempo.
- “La educación formó el espíritu de los hombres.
La naturaleza misma, el genio, la índole, ceden a la acción
de este admirable resorte de la sociedad. A ella han debido siempre las
naciones la varia alternativa de su política... El destino de preceptor
de primeras letras que uestes ocupar le obliga íntimamente a suministrar
estas ideas a sus alumnos”.
- Gracias por confundirme con un maestro de escuela
- “Recuerde usted que esos tiernos renuevos, dirigidos por manos
maestras, formarán algún día una nación culta,
libre y gloriosa”. Hay que hacerles “entender en lo posible que ya no pertenecen
al suelo de una colonia miserable, sino a un pueblo libre”.
- De acuerdo. Pero le repito: la educación que usted propone
siembra, tiempo y, como dice la canción, nos estamos poniendo viejos.
- “Nada importa más que aprovechar el angustiado tiempo que
nos resta. Un terrible remordimiento nos devoraría si dejáramos
escapar por nuestra inculpable omisión”.
- Y mientras la educación germina, ¿qué hacemos
en lo inmediato?
- “No perdonar sacrificios por la libertad”
Extraído del artículo “Mano a mano con Don josé...”
(Revista Nueva, Nº 256, 12-8-01) |