Antes y ahora, Maestros apasionados por educar
En 1938, el flamante maestro
Luis Iglesias es derivado a la escuela rural N°11 de Tristán
Suárez por negar su afiliación al Partido Conservador. Lo
que parecía un castigo se convirtió en una de las satisfacciones
más grandes de su vida: dedicar su pasión por enseñar
a quienes más lo necesitaban. Iglesías llegó a esa
escuela-rancho sólo para cumplir con una aparente formalidad en
una etapa laboral de su vida. Pero la dura realidad pudo más y se
quedó algo más de 20 años enseñando y aprendiendo.
Tiempo después, describía la situación: “la Escuela
era aula, taller y comunidad. La idea era llamar la atención de
los chicos de manera permanente, como si fuera un imán. Si la escuela
aburre no sirve. Sino enseña a pensar tampoco”. Al explicar el concepto
de ese tipo de escuela, señalaba que “es donde un solo maestro realiza
todo el ciclo de la enseñanza primaria y sigue siendo un instrumento
pedagógico imprescindible para ayudar a resolver los problemas de
la educación primaria en América Latina. Es la organización
más ágil y flexible, más liviana y económica
que puede arraigar en la llanura, trepar la serranía, penetrar en
las regiones boscosas. Esencilamente cumple la misión primordial
de acercar la escuela al niño”.
Enseñar, colaborar, participar,
aprender, servir. Son muchos las acciones que un maestro pone en juego
cada día de su profesión. Ensordecidos por el torbellino
de palabras sueltas que lanzan a cada instante sus alumnos, los maestros
siguen ahí, estoicos, con sus problemas a cuestas (no menores por
cierto) dispuestos a dejar todo para proporcionar más conocimiento
y mejores condiciones en la búsqueda de oportunidades para sus jóvenes
educandos.
La semana pasada, se conmemoró
el Día del Maestro. Motivados por otras preocupaciones los argentinos,
en general, miramos para otro lado. Muy a pesar de la importancia que todos
les asignamos a la educación.
En 1969, el ingeniero en minas,
Francisco Ramos, descubre su real vocación mientras desarrollaba
su tarea en Sierras de la Huerta, en San Juan. El agreste lugar está
a cuatro horas de viaje en auto de la ciudad de Caucete, pues después
se deben adicionar otras tantas horas en mula para llegar hasta el paraje.
Allí, más de 100 familias libradas a su suerte, “esperaban”
al hoy maestro Ramos. Muy sensiblizado por el duro escenario, se afinca
rápidamente allí, donde dará inicio a una larga tarea
de educativa y fundamentalmente comunitaria. En los últimos años,
Ramos obtuvo un impensado reconocimiento nacional e internacional por su
labor. Por eso, estuvo en nuestra Universidad a propósito del Día
del Maestro.
Iglesias y Ramos. Dos sencillos
ejemplos de amor y convicción por la tarea educativa. Cada uno en
su tiempo, marca la importancia de una labor que no sabe de postergaciones
presupuestarias ni cambios reiterados de su sistema formal. Es el compromiso
de educar y la prioridad para crecer. Como Ramos e Iglesias hay muchos
maestros que todos los días forjan la historia viva de este país.
En cada rincón de cualquier provincia, en cada escuela rural o urbana
de nuestra región. Maestros y maestras que hacen dedo en las rutas
para llegar a un colegio para dar clases, que cumplen con más horas
de las que les corresponden, que se quedan a dormir en las escuelas por
la imposibilidad de volver a sus hogares, que piden dinero prestado para
poder ir a dar clases porque no cobrarn sus haberes, que organizan rifas
y solicitan permanentes colaboraciones para que sus escuelas tengan los
elementos indispensables para el dictado de clases, y más, y más.
En ese compromiso y esa permanente actitud casi se les va la vida. En esa
determinación forjan el futuro de las nuevas generaciones.
Enseñar para las nuevas
generaciones
La directora del Jardín Rosario
Vera Peñaloza, Gloria Rotelli, se pregunta “¿cómo
educar para preparar a las nuevas generaciones para un futuro mejor cuando
la mayoría considera que no habrá ningún futuro?,
¿la educación ofrece a niños y jóvenes valores
y reponsabilidades para participar del mundo o apenas da entrenamiento
en aptitudes básicas?, ¿la educación ofrece buenas
razones para vivir y mantener esperanzas?”. En un intento por hallar respuestas
a tales complejidades, sostien que “la educación, dado que es esencialmente
un movimiento de totalización o de realización del hombre,
debe alimentarse de utopías”. “Es muy probable –agrega- que la educación
del mañana sea el resultado de un estrecho contacto entre la razón
y la imaginación, entre la racionalidad y la sensibilidad. Unir
la racionalidad y la sensibilidad es comprender la globalidad, además
de comenzar a ser protagónicos”. (“Cuando la educación es
un desafío”. Revista Voces. N° 20, de 1998)
Las sociedades encomendaron a las
escuelas la “formación de las nuevas generaciones”, dice por su
parte la docente e investigadora, Gladys Schwartz. Tarea sujeta a múltiples
interpretaciones porque formar a las nuevas generaciones puede ser entendido
como “prepararlos para el trabajo”, “darles los rudimentos del saber”,
“formar al ciudadano”, “ayudarle a construir el conocimiento científico”.
Cualquiera sea la respuesta, esta pregunta remite a la problemática
del “contenido educativo”, que cobra singular importancia dada la situación
socioeconómica actual, explica. Por eso, subraya que “en este marco
es dónde se debe reflexionar sobre la tarea del maestro, que atraviesa
por una verdadera encrucijada pues se delega en ello un compromiso esencial
de la propia tarea docente”.
Sostiene que “El docente que hoy
reduce su acción a organizar actividades y estrategias de enseñanza,
tendría que estar recuperando los espacios de decisión que
le imponen su compromiso social, especialmente su compromiso con los contenidos
educativos, que es de una doble naturaleza: epistemológico y ético.”
“Con ello afirmamos que los docentes
enseñan no sólo por los conocimientos que seleccionan sino
que también forman por las maneras en que enseñan. De allí
su doble compromiso, epistemológico, con los conocimientos, y ético,
con los valores que movilizan con sus procedimientos de enseñanza”.
(“Una tarea comprometida, el ser docente”. En revista Voces N° 20,
de 1998)
En este momento de necesidad de
recuperación de los planteos éticos, en todas las actividades
sociales, en la tarea educativa dicha recuperación es urgente y
necesaria, precisamente, por la misión encomendada por la sociedad
a las escuelas: “la formación de las nuevas generaciones”.
El legado de Sarmiento
Domingo Faustino Sarmiento, el hombre
que murió un 11 de setiembre de 1888. Por él se dispuso que
fuera un día como ese el Día del Maestro en todas las escuelas
americanas. Apasionado, viajero, un hombre de su siglo, un autor incontenible
cuyas obras completas ocupan 53 tomos. “En una encuesta que se hizo el
mes pasado, fue el segundo prócer elegido por los 600 consultados”,
decía Clarín en su edición del martes último
(página 34). Opositor acérrimo de Juan Manuel de Rosas, decide
el camino del exilio allá por 1840. Instalado en Chile, considera
que hay que escribir como se habla, que el castellano se enriquecerá
con las palabras que vienen del francés. Pone en práctica
sus ideas en algunos escritos. En una carta a Manuel Montt, de 1846, escribe:
“después de los primeros días consagrados a andar de aquí
para allá, mirándolo todo he empezado a entrar poco a poco
en mis hábitos de trabajo, sin lo cual París empezaba a aburrirme
soberanamente”. Se jactaba de ser un hijo de la Revolución.
Para él América debía separarse de España.
El fin de la colonia alcanzaba al lenguaje, la escritura debía seguir
la práctica de estas tierras. Por eso su libro de 1843 se llama
“Memoria sobre ortografía americana”.
Decía Sarmiento: “el Siglo
XIX y el Siglo XII viven juntos: el uno dentro de las ciudades, el otro
en las campañas”. Así expresaba su pensamiento con respecto
a los campos argentinos, en los que solamente veía el atraso y los
restos del pasado colonial. En cambio, creía distinguir en las ciudades
la semilla de la vida civilizada.
Arturo Jauretche, otro de los muchos
que se ocupó en desentrañar la esencia sarmientina, expresaba
que “Estamos en presencia, en primer lugar, de un temperamento apasionado
y combativo, de un extrovertido. Y de un bárbaro. En el sentido
que él le da a la palabra bárbaro, que no es el clásico
de los griegos, que llamaban bárbaro a lo foráneo. Más
bien, quiero decir un primitivo, un primario que obedece sólo a
los impulsos de la naturaleza, y que no se controla por las convenciones
de la cultura. En este sentido, su retrato de Facundo es casi un autorretrato”.
“A este propósito, alguna
vez he dicho que Sarmiento es un Facundo que agarró pa´ los
libros. Y por los libros, ansiaba y destruía en nombre de su divisa.
Su divisa era la civilización. Y así se hizo del problema
argentino una alternativa entre civilización y barbarie, que suponía
la necesidad de barrer el país real para fundar otro, sobre la tierra
desprovista de tradiciones y hasta de nombres”. (Arturo Jauretche. Libros
y alpargatas “civilizados o bárbaros” Tercera parte de las polémicas.
Ed. 1983).
Más allá de las polémicas
abiertas por el maestro y presidente de la Nación, dejó inobjetables
conceptos sobre el lugar que se le debe asignar a la educación.
“La educación pública, es un derecho de los gobernados, obligación
del Gobierno y necesidad absoluta de la sociedad... la enseñanza
y el sostén de la enseñanza no deben ser pospuestos a ninguna
otra necesidad”. Hay que “preparar a la Nación en masa para el uso
de los derechos que hoy no pertenecen ya a tal o cual clase de la sociedad,
sino simplemente a la condición de hombre”.
Lic. Sergio Rivarola |
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