Ciencia y técnica en Argentina: ¿qué nos pasó?*

El economista John K. Gallbright ha señalado que antiguamente, la diferencia entre el rico y el pobre dependía de cuánto dinero tenían en el bolsillo, pero ahora dicha diferencia la establece el tipo de ideas que tienen en la cabeza. Entre las naciones esa diferencia la establece la ciencia moderna. La humanidad está partida en un primer mundo que tiene ciencia moderna, e inventa, crea, produce, decide, presta, bloquea, invade y define lo que es “infinitamente justo”, y en un tercer mundo que se hunde en deudas internas y externas impagables, languidece en la miseria, y que se viste, viaja, se comunica, se divierte, se cura y se mata, con ropas, vehículos, teléfonos, internet, televisión, deportes, medicamentos y armas que inventa el primero. En esa dicotomía, la Argentina está entre los países sin ciencia, y por lo tanto en la miseria, la dependencia, la corrupción y la desesperanza. 
Yo diría que un pueblo es subdesarrollado, cuando no es él quien sabe más sobre sí mismo, sino que hay otros pueblos que lo conocen y entienden mejor, que tienen más libertad para estudiarlo y discutirlo y, sobre todo, para decidir sobre él. Si por falta de conocimiento o de libertad un pueblo no puede analizar mejor que nadie las bases de su propia ética, de sus creencias y de su historia siempre será un pueblo sojuzgado, aun en el caso de que de pronto atraviese un improbable veranito de bonanza. Mientras que un pueblo reciba órdenes de cómo deben organizar su economía, su industria, sus escuelas, sus universidades, se le señale quiénes deben ser sus enemigos, se lo congregue para enseñarle cómo torturar a sus compatriotas, o con qué excusa debe hambrear a sus jubilados para ,con los fondos así obtenidos, evitar que se interrumpa el pago de los intereses del dinero dilapidado, siempre será un pueblo sojuzgado, aun en el remoto caso de que su economía desacelere momentáneamente su derrumbe. En ese sentido opino que los argentinos no son dependientes y rezagados porque deben dinero, sino que deben dinero porque son dependientes, rezagados, no saben, no pueden y tienen una visión y una cultura obscurantistas. La dependencia y el rezago no se miden en dólares, se miden en grados de ignorancia, de bochorno ético, de sujeción tenaz a una visión del mundo que ya no sirve para interpretar la realidad en que vivimos. 
Pienso que la clave de los problemas no están en los mercados internacionales, sino dentro de cada uno de los argentinos. Por lo tanto su solución no requiere importar insumos caros, ni esperar a personajes mesiánicos provenientes del extranjero. Esto se debe a que, si bien la ciencia utiliza aparatos avanzadísimos, complejísimos, costosísimos, todos ellos resultan irrisorios al lado del aparato más sofisticado e imprescindible para la solución de cualquier problema: el cerebro humano. Puesto que nuestros financistas llama “recursos humanos” a la gente que se gana la vida trabajando, como si se tratara de “minerales”, “combustibles” o “aparatos”, no advierten que los educadores, los investigadores y los profesionales que aun quedan en la Argentina, constituyen una riqueza muy superior al dinero que ellos vienen dilapidando.
Por increíble que pueda parecer, los argentinos conservan recursos humanos para reconstruir sus universidades en las que, además de formar los excelentes médicos, ingenieros, arquitectos, abogados y psicólogos que necesita toda sociedad, se sale con genialidades como la Reforma Universitaria de 1918, que constituyó un paso gigantesco contra el Principio de Autoridad. Gesta increíbles rebrotes universitarios, como el operado entre 1955 y 1966, y forma investigadores del calibre de Houssay, Braun-Menéndez, Leloir, Milstein, Weber, Sabatini, Notebohm, Rodríguez-Boulan, y tantísimos otros. 
Los militares ya tuvieron sus oportunidades, el alto clero las suyas y los economistas siguen implementando todas y cada una de las exigencias que reciben de entidades financieras internacionales. Los resultados están a la vista. En su fútil intento por combinar Teocracia con Tecnocracia, cada uno de ellos apretó varias vueltas el torniquete que estrangula a los argentinos. Mi exhortación, es que ahora le den su oportunidad a la educación de intentar una solución sensata y digna. Todavía la Argentina tiene con qué, o mejor dicho con quiénes generar un aparato educativo en todos sus niveles. Yo mismo podría haber sugerido algunos planes concretos para desarrollar el nivel universitario, pero me abstuve porque juzgué que no era el propósito de esta alocución ni hubieran cabido en ella.
Yo no puedo concentrarme exclusivamente en la investigación. Así como dicen que “Quien se quema con leche, cuando ve una vaca llora”, mi exilio me obliga a meditar cómo fue que la Argentina generó sabios de la jerarquía de los que acabo de mencionar, pero jamás pudo desarrollar su ciencia. Revisé mis primeros pasos en la ciencia en La Nuca de Houssay, y fui produciendo Ciencia Sin Seso Locura Doble y luego Porque No Tenemos Ciencia, en cuyas páginas fui desarrollando algunos de los puntos de vista que acabo de presentarles. Creo que debemos ayudarnos unos a otros para que cada uno pueda hacer esa reflexión yo diría que imprescindible. Argentina ya no tendrá dinero, pero aún tiene cerebros que son los objetos más valiosos del universo: no los sigan achatando.

Extraído de la conferencia del 
Dr. Marcelino Cereijido en la SETCIP (9/10/01)

* Marcelino Cereijido es Doctor en Medicina de la UBA, fue investigador del CONICET y trabajó con Bernardo Houssay y Braun Menéndez. Su especialidad es la biofísica.  Debió exiliarse en México por el golpe militar de 1976 donde continuó su brillante carrera científica, llegando a ser Premio Nacional de ciencia de México.

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