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La culpa no es de Voltaire
Los dioses griegos eran, al parecer, más tolerantes y pluralistas que el Dios de las religiones monoteístas. Además estaban divididos y peleados entre sí, de modo que los humanos no podían reivindicar la ”omnipotencia de Dios” para sus propios fines. En el Olimpo había lugar para los dioses de los vencedores y los vencidos. Por otra parte, eran dioses más humanos, y algunos hasta podían ser seducidos por una terrena, como Dioniso, que al desembarcar en la isla de Creta se enamoró de la bella Ariadna -que había sido abandonada por Teseo en la playa-, la desposó y la llevó al cielo, ”donde su corona todavía brilla entre las estrellas”, según dice el mito. El Dios de los cristianos, judíos y musulmanes es en cambio uno solo, es un Dios todopoderoso y -según la particular interpretación que se haga de los textos sagrados como la Biblia, la Torá o el Corán- puede llegar a ser un Dios vengativo y excluyente. Y en su nombre se pueden hacer cruzadas, mandar los herejes a la hoguera o librar ”guerras santas” en las que no se admiten ni la tregua ni el armisticio. El fundamentalismo o fanatismo religioso puede ser un fenómeno de minorías o mayorías, según las circunstancias, pero siempre expresa una exacerbación o extrapolación de los textos en la que el fin justifica los medios y hasta puede dar lugar a la figura del suicida-asesino. Curiosamente, durante mucho tiempo se insistió en que la crisis del mundo moderno se debía a una ausencia de Dios y a un exceso de razón. Los enemigos de la Ilustración llegaron a decir que la culpa de los males de la modernidad la tenían Voltaire y sus amigos. El racionalismo, el ateísmo y el laicismo fueron llevadas al banquillo de los acusados, y se propugnó una ”vuelta a Dios” como único remedio a los males de la sociedad humana. Pero he aquí que, después del 11 de septiembre, la humanidad parece estar afectada por un exceso de Dios, al menos en lo que respecta a los sectores más fundamentalistas del mundo musulmán. En las madrazas los jóvenes aprenden la religión coránica y reciben adiestramiento militar. Esta mezcla de religión y militarismo está en la base de una cultura guerrera que no prevé para el combatiente otra alternativa que el aniquilamiento del adversario o la propia muerte, o ambas cosas a la vez. En esa conjunción aparece la figura del suicida asesino. El caso argentino
Por Julio C. Moreno, Licenciado
en Filosofía y periodista
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