La cacerola*

El Diccionario la  define  como aquel artefacto que se usa para guisar y que tiene una o dos asas, fabricado de barro cocido o metal.
La cacerola existe desde  tiempos milenarios, desde nuestra cultura incásica. La gente de dinero de ese entonces, era enterrada con todas sus cacerolas, fabricadas de barro cocido, y llena de exquisitos manjares para una mejor vida del difunto. Pero como en ese entonces no existía el “corralito”  a nadie se le ocurrió organizar el primer cacerolazo de la historia. Me parece que habría sido de consecuencias desastrosas si esto hubiese ocurrido así.
La cacerola siempre fue usada como un artefacto de trabajo en la preparación de alimentos como papas, cebollas, zanahorias, zapallo y un pequeño trozo de carne, generalmente costilla de vaca, con mucha grasa, como para darle un golpe de distinción a esta receta que a continuación aconsejaba colocar agua suficiente como para calmar el hambre de todo el núcleo familiar. En pleno invierno era costumbre que el obrero, el campesino, llegara a su casa y una cacerola humeante, con olor a leña, carbón y humo lo esperara para reconfortar ese cuerpo dolorido por el esfuerzo del trabajo diario,  muchas veces mojado por la lluvia y pasado de frío. Ese cuerpo de obrero que había, por ejemplo, estado horas y horas metido en las profundidades de la tierra sacando, en eses entonces, ese oro negro, apreciado con desesperación, para hacer funcionar las fábricas, los trenes y calentar los hogares más pudientes pero que nunca  alcanzaba para calentar los cuerpos pasados de frío de los chicos de ese hogar obrero.
La cacerola ha sido fabricada con los materiales mas diversos, desde barro cocido, hierro hasta aluminio, bronce o cobre. La cacerola y el fuego a leña eran una misma cosa. Esta acariciada  tiernamente por esos largos brazos ígneos que perforan la oscuridad de la noche. Y dejaba como testigo de su paso el hollín que pintaba fantasmagóricamente a la cacerola, testigo mudo de esta acción. La cacerola era el instrumento mas apreciado y respetado y mientras más viejo era, mayor era la adoración a diferencia del hombre que abandona a sus viejos a su suerte y sin piedad. Cuando la cacerola envejecía se observaban sus arrugas impresas  en ese pizarrón de hollín . Cuando su cuerpo presentaba grandes arrugas y profundas heridas que no le permitían ser utilizada nuevamente, entonces, en esa ocasión, era llamado el hojalatero. Se trataba de un personaje muy simpático. Casi siempre se trataba de un hombre grande y flaco, que recorría las calles pregonando su oficio, que consistía en una canción melodiosa y celestial que llenaba los oídos de las comadres y también motivo para imponerse del último chisme. Tenía un cantar lleno de ternura  , medio arlequinesco en su figura. Era el momento más apreciado de todos los chicos del barrio. Era el personaje  más esperado. Los chicos corrían a su alrededor, compañía que el hojalatero apreciaba mucho. Su función era esa. Hacer transplantes de tejido transformando una cacerola inservible en un artefacto que por un tiempo largo podría seguir funcionando. A los chicos les encantaba escuchar los cuentos y anécdotas con que, entre los vapores del ácido muriático y de la soldadura derretida, este personaje los entretenía. Cuántos de ellos se quemaron sus dedos por intrusos y curiosos. Era como drogarse en esta  mezcla sin fin de vapores y  de palabras. Todos querían tener este oficio. En la mirada de estos chicos se veía un dejo de envidia. Hacer lo que más les gustaba y libres, sin tener que someterse a consejos e instrucciones. Este hojalatero hacía maravillas. Manejaba el soldador de hierro como el cirujano maneja el bisturí.. suturaba heridas con la misma destreza y precisión de un cirujano. Controlaba, luego si su trabajo estaba perfecto y  evaluaba su trabajo al margen de planillas e instructivos burocráticos enviados por e-mail. Todos los chicos querían ser hojalateros. Era una fascinación que sentían por este personaje, venido quién sabe de dónde, ya que con su bolsa a la espalda, un sombrero que le tapaba un ojo dándole una fisonomía de conquistador y un brasero encendido donde tenía el soldador de hierro, tosco como él, que se meneaba  contra el viento, para mantener el carbón encendido, parecía, a la distancia, un ser de otro planeta. Pero qué importaba su figura si cuando aparecía en el barrio, tanto los chicos como las cacerolas lo esperaban, sucumbiendo a su canto y a sus historias arrulladoras, como cuando una doncella esperaba a su príncipe azul. Era el Hojalatero de todos. Era el cirujano especializado en realizar lifting en cacerolas.
La civilización y las costumbres han cambiado a una velocidad pasmosa. No hay estadística que indique cuándo el hojalatero desaparece. Las nuevas costumbres  y el avance de la tecnología reemplazan la leña, el carbón por el kerosene, la electricidad y el gas natural o licuado . Las comidas, con ese sabor a humo y ácidos aromáticos son cambiadas por comidas envasadas, semi preparadas de sabor insulso y sin olor. Desaparece nuestro hojalatero. Desaparece nuestra cacerola que guardaba en su rostro el efecto del fuego y del hollín.  Hondas cicatrices surcaban su rostro.  Fue olvidada en algún rincón del patio. Fue reemplazada por juegos de cocina  relucientes, lujosos, limpios, pulcros como un espejo de diferentes marcas y diseños. Así se termina el encanto y la alegría de raspar esta cacerola hasta la última pepa de arroz. Pero también se deja sentir, entre estas cacerolas, la discriminación social. Una vez se junta , esta cacerola , con una reluciente sartén. Usada en barrios como Palermo, Barrio Norte y Belgrano.  De alta alcurnia. Mirándola le dice retírate de mi lado que me puedes tiznar. Pero nadie sabe las vueltas de la vida. Esta cacerola arrogante, orgullosa de su estirpe, repentinamente despierta de su letargo sueño. Abrió los ojos, escuchó y pensó y se dio cuenta que era usada en los cacerolazos como arma de guerra moderna. Ni la marca, ni el diseño le sirvieron. Es castigada brutalmente. Con fuerza energúmena. Con bronca. Y si se rompe será reemplazada por otra más firme. Y le seguirán dando duro. Entonces recién entendió que había perdido su objetivo de guisar pero en cambio era capaz de voltear presidentes, ministros, jueces y -lo que nunca se le podrá perdonar-  es que también sirvió para instalar dictaduras. 


(*) Por Julio Quiñones V., 
docente del Dpto. de Patología de la Facultad de Agronomía y Veterinaria – UNRC

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