Hacia un nuevo modelo de distribución presupuestaria
para las universidades nacionales |
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Es difícil reclamar por el envío de fondos
a las universidades nacionales en esta dura etapa de desaciertos e incertidumbres.
Pero está claro que hay determinaciones previstas sin cumplir y
que necesariamente deben regularizarse. En cualquier país normal,
un presupuesto convertido en ley constituye una obligación ineludible
por la que instituciones y dirigentes bregarán por hacerla cumplir
hasta el límite de las posibilidades. Pero cierto, estamos en Argentina
y las cosas son diferentes. Lamentablemente diferentes.
La Universidad Nacional de Río Cuarto lleva un notable
atraso presupuestario del corriente ejercicio y de períodos anteriores.
Más de cuatro millones de pesos refrescaba hace unos días
el rector Leonidas Cholaky. Nada se sabe aún sobre la posibilidad
de que la situación tienda a normalizarse, y a fuerza de una mayor
sinceridad interior (sobre todo por el curso de acontecimientos que muestra
el país) nada sucederá en el mediano plazo.
¿Es éste el escenario reservado para el sistema universitario
en el capítulo final de la novela sobre la decadencia argentina?,
¿Tendrá que resignarse la UNRC a una presencia pasiva en
el contexto regional, producto del estrangulamiento económico?,
¿Quién lanza ideas superadoras para mirar hacia adelante
y desterrar los cimientos de esta caterva nacional?.
En la Segunda Conferencia Mundial de la UNESCO realizada en 1998, se
determinó que las universidades públicas deben “asegurar
una alta calidad académica, internacionalmente reconocida, considerar
la obligación de atender y realizar evaluaciones, tanto internas
como externas respetando la autonomía y la libertad académica,
como parte inherente al normal funcionamiento, y crear en su interior sistemas,
estructuras o mecanismos transparentes encargadas de cumplirlas”. Pero
frente a este significativo reconocimiento, los gobiernos de muchos países
(alcanza con observar aquí en la Argentina) tratan de imponer evaluaciones
y mecanismos de financiamiento que constituyen verdaderos “controles impositivos
sobre las propias universidades”, tal como sostienen varios especialistas,
y a través de diferentes métodos. En ellos, aparecen el análisis
y la evaluación a partir de la relación Entrada-Proceso-Producto-Tiempo-Recurso
Financiero, todo para la verificación de especialistas, recompensa
financiera y exposición al juzgamiento público de los sistemas
de acreditación de carrera y los exámenes de calificación
de graduados, entre otros ítems. En esa tergiversada línea
de “influencias” se mueve el andamiaje universitario, más golpeado
aún por el descalabro económico de los últimos meses.
Distribuir lo poco que queda, pero mejor
La UNRC viene trabajando desde hace un tiempo prudencial en lo que
se denomina un nuevo modelo de distribución presupuestaria de las
universidades nacionales. Se trata sin dudas de una apuesta delicada, que
demandará múltiples esfuerzos para alcanzar aquellos consensos
que durante tantos años han sido esquivos entre la dirigencia universitaria
del país.
En unos pocos trazos, se puede señalar que básicamente
el proyecto propone que las futuras asignaciones presupuestarias para las
casas de altos estudios alcancen (para cada institución) una relación
de 75% de los fondos destinado a cubrir la masa salarial, mientras el 25%
restante sea ejecutado en la prestación de los diferentes servicios
educativos. Concretamente se propone una redistribución progresiva
que supere las relaciones de distribución actuales, que para la
generalidad del sistema constata que un exagerado 86% de los fondos va
para afrontar el pago de haberes y apenas un 14% llega a los servicios.
Bajo este propósito, cobra sentido la búsqueda de la excelencia,
de la obtención de equipamiento tecnológico adecuado, el
mantenimiento indispensable de un determinado nivel de inversiones para
acompañar a una sociedad dinámica y con requerimientos crecientes.
Uno de los responsables e impulsores de la idea, el vicerrector, Oscar
Spada, explicó a Hoja Aparte que “se puede interpretar que existen
dos tendencias bien marcadas sobre la propuesta de distribución
del presupuesto por modelos; por un lado, aquel que apoyan las grandes
universidades basado en la distribución del número de alumnos,
y por el otro, el que tiene en cuenta la equidad salarial y la economía
de escala, entre sus variables más importantes”.
En ese marco de posiciones en apariencia contrapuestas debe hallarse
una resolución de equilibrio, que contemple ambos criterios en danza.
Por lo menos, en eso piensa la UNRC con este nuevo intento de futura reasignación.
“Lo correcto es apuntar a un uso de los modelos mencionados –siguió
Spada- sobre la base de que ninguna universidad pueda recibir un presupuesto
menor que el recibe en la actualidad”. “pero básicamente, los presupuestos
universitarios estén divididos en tres funciones como la educación,
ciencia y técnica y la salud”, subrayó el funcionario.
Un punto de partida a considerar radica en que la consumación
de toda nueva alternativa de distribución que pueda ponerse en marcha
debe respetar invariablemente el principio de la autonomía universitaria.
En este sentido, en la UNRC consideran que la nueva relación presupuestaria
elevada deberá ejecutarse gradualmente hasta alcanzar la mencionada
recomposición porcentual entre masa salarial y servicios en el año
2008, pero además, en consonancia con un mayor presupuesto que se
le asigne al sistema. Por caso, el mismo Spada aclaró que “este
modelo tendrá sentido sólo dentro de un plan estratégico
en el que uno de sus pilares fundamentales será comprometerse a
dar respuestas a las demandas de la sociedad desde el sistema universitario”.
Sergio Rivarola
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