Lo político del lenguaje
es la lengua común
El título escogido parafrasea un concepto de Eugenio Coseriu
respecto del lenguaje político. Según este autor, el hecho
de hablar una lengua es un acto político implícito ya que
manifiesta la adhesión a determinadas tradiciones y a una comunidad
histórica determinada. El compromiso del hablante se expresa
en el sostenimiento de una lengua común, es decir, de una
lengua virtualmente unitaria para la comunidad, por encima de las diferencias
locales, sobre todo, para su empleo en tareas institucionales, educativas,
diplomáticas, etc. La lengua común representa a toda la comunidad,
por consiguiente, lo político del lenguaje es esa lengua de la tradición
cultural común que cohesiona a la comunidad hablante.
El pensamiento de Coseriu es propicio para enmarcar nuestras reflexiones
aplicadas a la actividad cotidiana del aula y a la naturaleza idiomática
del mundo pensable, pues ¿qué es una lengua, sino una teoría
de la realidad extralingüística que los usuarios utilizan para
alcanzar sus fines comunicativos y realizar su libertad expresiva? Contrariamente
a lo que podría pensarse, la lengua no se impone al individuo cercenando
su libertad expresiva sino que se asume como un compromiso consentido
para mantener tradiciones históricas; compromiso que, cuanto más
consciente se torna, mayor libertad expresiva otorga.
Es allí donde las instituciones educativas deberían desempeñar
su papel preponderante para velar por dichas tradiciones. Repárese
en el simple hecho de una conversación informal entre dos amigos;
a nadie se le ocurre pensar hasta qué punto se están siguiendo
unas determinadas reglas por parte de los interlocutores: reglas sintácticas
o de combinación, semánticas o de atribución de significación
y pragmáticas o de uso. Sin pensar demasiado, alguien inicia un
intercambio conversacional con un saludo convencional del tipo: “Hola,
¿cómo te va?” A nadie se le ocurriría invertir tal
orden sintáctico y trocarlo en : “¿Cómo hola vate?”
Es evidente que todo acto de habla sigue reglas tácitas, mutuamente
consentidas por los interlocutores, quienes asumen como propia la lengua
comunitaria, si desean cooperar en los intercambios verbales.
En este sentido, el lenguaje manifiesta su rasgo de alteridad
o de lenguaje para otro y con otro. Son precisamente las instituciones
educativas las encargadas de promover esa alteridad histórica de
la lengua, en nuestro caso, del castellano, y de velar por el comportamiento
lingüístico de la comunidad; por cierto, sin desconocer las
variedades lingüísticas presentes en toda lengua a nivel
de zonas geográficas, grupos sociales y estilos particulares. De
lo que se trata es de alentar la conciencia de la propia lengua entre los
hablantes como fundamento de la cultura personal. Para ello es necesario
el dominio de una variedad relativamente homogénea o variedad
estándar.
No obstante, lo político del lenguaje puede ser entendido como
el conjunto de procedimientos discursivos empleados para imponer el control
social por parte de la élite dominante. No nos incumbe aquí
este tema, en que la política del lenguaje es el lenguaje de la
política del poder. Desarrollamos nuestra idea de política
idiomática, que gira en torno de la posesión común
de un hablar panhispánico, el cual debe preservarse como patrimonio
de la comunidad. Sin embargo, tal tutela muchas veces es vista con recelo
hasta por los propios educadores cuando suponen que se puede escribir o
hablar de cualquier manera, a condición de que se entienda; cuando
consideran que, en todo caso, las cuestiones idiomáticas conciernen
sólo al profesor de Lengua; o bien que no cabe cuidar en la esfera
individual, para situaciones comunicativas particulares, lo que es social;
o que no hay por qué imponer una lengua estándar, ya que
cualquier variedad cumple con su función comunicativa.
Creemos firmemente que una sociedad cohesionada por su lengua
no será presa fácil para la desintegración social
porque habrá una contraseña lingüística cultural
común defendida por las instituciones educativas y basada en la
igualdad social que su cultivo proporciona a sus usuarios.
Sirvan, pues, estas reflexiones para la tarea de pensar la lengua como
un bien social.
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Dra. Silvia Kaul de Marlangeon y
Prof. Norma Aiola de Salinas
Directora y Vicedirectora del Departamento
de Lengua y Literatura
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