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Capitalismo, crisis y Estado

Las crisis en el régimen de producción capitalista operan como restauradoras o regeneradoras del capital. Si bien este fenómeno es necesario para la reproducción del sistema, también van acompañadas de efectos destructivos sobre algunas fracciones de capital que pueden rebasar lo que sería necesario. 

La agudización de la competencia debido al desarrollo de la misma crisis bajo la mirada anárquica del mercado borra toda posibilidad de una convergencia automática hacia el equilibrio, tal cual lo señalara tempranamente J. M. Keynes allá por los años treinta del siglo pasado.
El Estado puede acelerar el proceso o tratar de retardarlo en la intención de matizar o atenuar los efectos destructivos de la crisis, pero no puede provocarla a menos que estén activados con antelación los gérmenes de la misma. 
La situación mundial vigente pone de relieve este último aspecto; el Estado más poderoso del mundo lanzado en una aventura bélica planetaria tratando de minimizar los efectos de la crisis sobre sus capitales, la cual se gestara en los dorados años noventa.
Si bien es mucho lo que está en juego, está claro que no es la lucha de clases entre el capital y el trabajo lo que conduce el conflicto, sino que el mismo está regido por la confrontación de diferentes bloques de capital que quieren seguir permaneciendo como tal en una situación en la que no hay lugar para todos.
Un primer interrogante que surge a partir de esta situación es: ¿cuáles son las alternativas que tiene  nuestro país en este contexto de crisis internacional? Hay que destacar que cualquiera sea el camino elegido es ineludible la reconstrucción del Estado, que bajo la batuta del dúo Menem - De La Rúa, y con la mano maestra de Cavallo y los friedmaníacos Fernández, Machinea y López Murphy, supimos destruir.  Esto es así porque en el marco de una democracia burguesa  no  hay ninguna posibilidad de mejorar la situación económica social del conjunto de la población,  a menos que las fuerzas productivas desarrollen todo su potencial y que exista un Estado con la suficiente fortaleza como para atenuar la concentración y centralización de la riqueza que surge de las relaciones de mercado. Es decir, se hace necesario un Estado que por un lado potencie el desarrollo del capital, y por otro lado tenga capacidad para mejorar la distribución del ingreso.
Ahora bien, esta realidad que describimos, aunque aparece como distante de nuestras vidas cotidianas, todos sabemos que nos pega en la cara a diario asumiendo distintas formas; desempleo, pobreza, cierre de empresas, etc. Sin embargo, las posibilidades de cambiar la situación  existen y se pueden materializar fundamentalmente en el plano regional. Esto implica el compromiso de participación a través de los canales que se abren en nuestro medio mas cercano, a saber: cámaras empresariales, sindicatos, ONGs, partidos políticos, vecinales, etc.
Por otra parte, nuestros dirigentes regionales deben tener en claro que para construir un poder regional fuerte, con capacidad de cambiar y potenciar los recursos productivos de nuestro territorio, tienen que seguir apostando a la  construcción de un proyecto regional que aglutine a todos los actores; Municipios, Universidad, gremios, iglesias, etc, exigiendo al máximo  la creatividad, para fomentar nuevas formas de  generación de riqueza, y nuevos mecanismos para distribuir esta riqueza, mejorando así el nivel de bienestar de la población en su conjunto.
En este sentido, es necesario  que esta tarea se lleve a cabo dejando de lado las posiciones dogmáticas y los prejuicios que sobre el rol del Estado el pensamiento único ha inculcado durante la última década. 


Ricardo J. Roig
rroig@eco.unrc.edu.ar
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