Universitarios en busca 
de la paz perdida 

Un equipo de docentes e investigadores de la facultad de Ciencias Humanas 
puso en marcha la cátedra libre de la Paz. Sostienen que la educación superior debe 
aportar responsablemente a las estructuras y acontecimientos que alteran las formas 
pacíficas de convivencia interpersonal. La asignatura abierta bregará por contribuir al alumbramiento 
de una sociedad más justa y más solidaria

Empresas. «¿Es posible la paz cuándo empresas fabriles de armamentos en complicidad con los poderes políticos de turno priorizan intereses económicos e incentivan las discriminaciones étnicas, raciales, religiosas eludiendo otras finalidades, con el sólo objeto de colocar sus producciones de destrucción humana y obtener así abultadas ganancias en lugar de destinar esos recursos a paliar la miseria, a construir nuevas industrias no contaminantes, a expandir la educación, a fabricar en serie equipos de bioingeniería para que el adelanto científico-tecnológico en salud humana no sea un privilegio de unos pocos sino de todos?»

Instituciones. «¿Es posible construir una paz duradera cuando hay instituciones con poder en el mundo y que en momentos difíciles o de atrocidades ocurridas en algunas naciones, no hacen sentir su voz en forma clara y efectiva para denunciar los atropellos a la dignidad humana y las violaciones a los derechos humanos, y lo que es peor, en más de una ocasión fueron quienes denunciaron a personas que tenían utopías o pensaban en forma diferente?»

Personas. «¿Cómo se puede hablar de condiciones humanas y de justicia social al ver personas que trabajaron toda su vida, dando lo mejor de sí a fin de afianzar la identidad de una nación, para el desarrollo económico, social y cultural, y no sólo reciben miserables jubilaciones, sino que en ésta era de la globalización, de la tecnología, de la informática y de las comunicaciones, tienen que hacer tediosas «colas» para cobrar sus jubilaciones, cuando por respeto a la dignidad humana, se les debieran depositar los mismos en una cuenta de ahorro con la posibilidad de hacer extracciones de cualquier entidad financiera?»

El mundo contemporáneo es complejo y muchas veces limita seriamente la posibilidad de generar las respuestas que realmente hacen falta para zanjar desigualdades crecientes. La exclusión parece dominar la lógica funcional de todos los ámbitos de la sociedad en este tiempo. Con ella, se arrastran en los entramados de la vida cotidiana la discriminación, la miseria, el despilfarro de los recursos y por supuesto, la violencia. 
Por eso, contrarrestar los efectos de esta caída humana al vacío exige de una cultura de la paz, en tanto asumida como construcción permanente. No habrá proyecto de superación social si persiste, en cualesquiera de sus formas, foco de conflicto alguno.
La semana pasada, se puso en marcha en nuestra Universidad la cátedra libre de la Paz, iniciativa impulsada por el Centro de Estudios y Actividades para una Cultura de Paz de la facultad de Ciencias Humanas. Esta asignatura de carácter libre está destinada a los alumnos que hayan completado el segundo año de sus respectivas carreras.
La apuesta no es menor para los tumultuosos días que corren: educar en los diferentes aspectos que configuran la cultura de paz, contribuir a la construcción de valores y actitudes positivas (respeto, solidaridad, actitud crítica, diálogo) y orientar hacia el ejercicio responsable de la profesión elegida.
En el plano de la formalidad, el programa prevé seis módulos temáticos, introducción a la paz, análisis de conflictos, ecología para la paz, derechos humanos, democracia y construcción de la paz y profesionales universitarios como constructores de la paz. Como novedad para agendar, para el año próximo se estudia convertirla en una cátedra abierta para toda la comunidad.

Recuperar la utopía
Los tres interrogantes planteados al inicio de estas líneas constituyen el atinado disparador prologar del rector Leónidas Cholaky para el trabajo «La tierra nueva», propuesta editorial con que el referido Centro de Estudios inició la difícil cuesta arriba de forjar una cultura de la paz. Sin vueltas, el discurso oficial de los primeros fragmentos destaca que «la gran inspiración ética se basa en una movilización contra la violencia y sus causas profundas, la ignorancia, la injusticia, la tiranía», y sentencia: «la paz conforma el vértice de un triángulo interactivo, formado además por el desarrollo sustentable y la igualdad».
El profesor Abelardo Barra Ruatta, coordinador de esta propuesta, enfoca rápidamente la idea en marcha. «proponemos la interdisciplinariedad para realizar un mejor aprovechamiento de los abordajes que merecen los casos de la realidad social», dice. Casi enfrascado en su trabajo académico (no es una exageración pues su cubículo reclama una cuota de luz natural), el titular de las cátedras de Filosfía Argentina y Latinoamericana e Historia Socio-cultural Argentina se entusiasma en su diálogo con Hoja Aparte y ensaya que «bregar por una cultura de la paz es avanzar en la recuperación de la utopía, concebida ésta como el fin hacia una sociedad justa y con equidad».
Más adelante, lanza una catarata de conceptos que bien pueden servir para un primer análisis de lo que somos y lo que hacemos como comunidad. «La paz -insiste-, es la búsqueda de la transformación de la sociedad, es la superación del conflicto». En contraposición, sostiene que «la gente es violenta porque está excluida», ¿cómo dice?, «si es lamentablemente así», responde, y acota: «fíjese que un jubilado cobra 220 pesos por mes, eso es exclusión, por tanto estamos ante una sociedad violenta. Debemos recuperar los valores ausentes en la educación».

El mundo buscado
En el mencionado libro «La tierra nueva» se desarrolla el amplio concepto de la cultura de la paz y la no violencia desde diversos campos del conocimiento. Alicia Adaro y el mismo Abelardo Barra Ruatta se ocupan del desafío dialéctico de la sociedad-naturaleza. «El primer desafío que se le plantea a la sociedad actual tecnificada -dicen- es la búsqueda de nueva fórmulas de utilización de la energía, de reconceptualizar el progreso, de equilibrar lo cualitativo con lo cuantitativo, de aprender de nuestros errores del pasado.»
Con frecuencia se conoce sobre regulaciones ambientalistas, que afortundamente contribuyen a mejorar la calidad de vida. «Es en ese ámbito donde tiene que jugar y emerger la responsabilidad política, producto del equilibrio interno y de compromiso con el futuro. La asunción plena del concepto integral de medio ambiente constituye un desafío más para quienes nos gobiernan». «Queda la propuesta de la internalización de una formación ambiental, en el sentido de la reconstrucción pacífica de un estilo de pensamiento a partir de nuevas formas de ver el mundo; de observarlo como patrimonio de todos, al asumir este pensamiento como parte de cada uno de nosotros podremos edificar una cultura de la paz, apostando al futuro de la humanidad».


Prof. Abelardo Barra Ruatta

En otros párrafos, Barra Ruatta sugiere un análisis crítico a una ontología de la violencia. «En virtud de la ineluctable historicidad de toda creación cultural veremos que la educación -junto a otras tantas formas institucionales de producción y ejercicio de control social-, bien sea a través de sus manifestaciones formales como de sus crecientes vehículos informales, juega un rol capital en la continuidad invisibilizada de múltiples formas de aberrante violencia. Ello, en virtud de la delegación que la clase hegemónica efectúa en las instituciones educativas, de la responsabilidad de producir, fundamental, reproducir y poner en circulación los conocimientos y prácticas que constituyen la parte sustancial de los contenidos significativos que modelen la conciencia individual y el imaginario colectivo de todos los que participan en la dinámica de la vida político-social de una sociedad.»
«No nos liberaremos de la ostensible violencia de la guerra ni de la simulación de la paz, si no somos capaces de despojarnos del injusto fundacionalismo que implica la ontología de la mismidad. Sólo cuando nos mostremos capaces de fundar la convivencia social en el reconocimiento de la otredad, como experiencia ontológica primaria, estaremos en condiciones de hacer real una convivencia auténticamente pacífica.»

La caída del lenguaje
María Boiero de De Angelo, se ocupa extensamente por el respeto de la diversidad lingüística. «Hay muchos barómetros de la diversidad cultural, incluyendo la religión, pero el mejor indicador de la salud de las culturas del mundo puede ser el estado de sus lenguajes. Los grupos humanos, grandes y pequeños, son producto del clima, la geografía, las necesidades físicas y biológicas, y factores similares, se unifican por tradiciones y memorias comunes, de las cuales el principal vínculo y vehículo es el lenguaje.» «Más que un grupo de palabras o un conjunto de reglas gramaticales, un lenguaje es un destello del espíritu humano por el cual el alma de una cultura llega al mundo material.» 
«A medida que los lenguajes desaparecen, las culturas mueren. El mundo se vuelve un lugar menos interesante, sacrificamos conocimientos, los logros intelectuales de milenios».
«Es difícil estimar el número de lenguajes que se hablaban en el pasado, a diferencia de los animales extinguidos, los lenguajes muertos rara vez dejan fósiles, la mayoría carecen de sistemas de escrituras. Estimaciones basadas en las cifras conocidas de desarrollo de los idiomas sugieren que una vez existieron más de 10 mil lenguas. A medida que disminuyó la diversidad cultural, el número bajó. Hoy se hablan aproximadamente 6 mil lenguas en el mundo.» «Debemos tener en cuenta que el lenguaje es más que un código de símbolos compartidos para la comunicación; el lenguaje es sobre todo, identidad. Para respetar a los demás, tenemos primero que entenderlos en sus identidades separadas con sus propias historias y tradiciones, no como un difuso grupo único. Por ello, la conservación del lenguaje es una cuestión de derechos humanos, sentido de comunidad y nacionalidad, lo cual explica la reacción profundamente emocional de muchos nacionalistas cuya convicción ha generado tantas manifestaciones, marchas y desobediencia civil en don sus derechos se ven amenazados». 

Derechos humanos y patología social
Lilián Fernández Del Moral, intenta desentrañar la compleja trama de los derechos humanos a través del texto que denomina «la transparencia y lo siniestro», mientras que más adelante, Gustavo Segre, perfilará «ideas sobre la violencia como presencia cotidiana en las relaciones interpersonales».
«Sin el respeto de los derechos humanos no ha paz, sin paz no hay desarrollo, sin desarrollo hay conflicto, en el conflicto se violan los derechos humanos, y así se reinicia, digamos que tautológicamente, mecánicamente, el círculo. Por este motivo considero que el respeto de los derechos humanos es el camino, la verdad y la vida de la humanidad, y ello es viable cuando hay espacio público, condición necesaria para que florezca aquello que Fénix -el maestro de Aquiles- proponía como el objetivo educativo máximo: formar hombres de grandes palabras y grandes acciones. Unicamente en un espacio público realmente existente es posible contribuir al logro de una sociedad en la que reine la transparencia y que posibilite la coherencia entre palabra y acción. Y ello hoy en día, puede ser viabilizado a partir del básico derecho a tener derechos, que requiere como fiadores ya no sólo un Estado, como la propusiera Hannah Arendt, sino un organismo transnacional que controle, ejerciendo esa actividad planteada desde Platón, a lo largo de la historia, por los grandes pensadores político y que se asomaba en la pregunta, ¿quién vigila al vigilante?.».

Por su parte, Segre describe que «la violencia como constante en las relaciones interpersonales, más allá de los límites naturales que atienden a la propia psicología humana y social, es sin lugar a dudas un inequívoco estado de patología social. Biológicamente diríamos que se trata de una sociedad que esta enferma en términos médicos, pero también sociales si analogamos a esto una ampliación de lo que significa la anomia social.» «Sin intención de ser presuroso en aventurar soluciones, ni imaginar ideales incumplibles por la propia naturaleza de la complejidad social y del tiempo y el espacio histórico que enmarca la globalización, creo convincentemente, que debe comenzarse por replantear la educación que desde temprana edad se imparte en el sistema formal y en el ámbito familiar; la modificación de una cultura violenta, sólo es posible mediante el cambio hacia una cultura por la paz y la convivencia.»