¿Cuál
debe ser el impacto de la universidad en nuestra comunidad?
A propósito de una discusión ecológica poco
amable
Está claro que la Universidad Nacional, como institución
educativa moderna, se encuentra cada vez más doblegada a los intereses
de producir proyectos cuyo impacto en la producción sean bien
significativos. Por lo demás, si es que quedan dudas, de eso y de
que los números cierren, depende su subsistencia. Sin embargo, a
mi modo de ver la universidad pública tiene el deber
de ser al mismo tiempo el espacio en el que lo mismo que la sustenta debe
ser revisado críticamente todo el tiempo aunque esto no sea lucrativo
.
La comunidad de Río Cuarto, de la que forma parte la Universidad
es lo suficientemente abarcable para que la voz crítica y
reflexiva de los intelectuales e investigadores de la casa de altos estudios
llegue a la ciudad y ejerza más influencia que quienes,
un poco por ignorancia y otro poco por un individualismo salvaje, buscan
solamente salvarse a sí mismos sin poder o querer ver que en la
mayoría de los actos cotidianos lo privado afecta a lo público.
En una de las movilizaciones de las que muchos universitarios
participamos con reclamos legítimos vimos poco ejemplar llamar
la atención quemando cubiertas de autos. Justamente una institución
en la que un universo interesante de sus miembros investiga en vistas de
proteger el medio ambiente no puede manifestar violando sus propias convicciones.
Pero el impacto de estas convicciones debería ser más
fuerte hacia el afuera de las fronteras universitarias. La voz de la Universidad
en estos tópicos debe retumbar en la ciudadanía de Río
Cuarto en un lenguaje llano, directo, inteligible y sobre todo convincente.
En buena hora los niños ya ven y saben casi más que
buen número de adultos. Pero los que ahora y todavía dominan
el mundo no son ellos.
La verdad es que, una poco amable discusión con mi vecino, me
hizo pensar en términos cuantitativos: si hay muchos que ignoran
cosas tan elementales y que además, tienen prensa en la ciudad (por
suerte de vez en cuando), hay buenas razones para pensar que al menos esta
ciudad será prontamente decadente (a pesar de algunos esfuerzos
y emprendimientos existentes que por lo visto no alcanzan). Pero también
pienso que la Universidad tiene un deber político (pensando
lo político de la manera más sublime posible): las ideas
se tienen que materializar en gestos.
A esta altura habré generado el deseo de saber acerca
de mi discusión: En frente de mi casa hay un terreno baldío,
reconozco que bien mantenido por mi vecino, al cual desde hoy le quitaré
el pronombre posesivo “mi”, y diré “el” vecino ya que no quiero
que nada de él me pertenezca. Bien, ese mantenimiento incluye
largos períodos de riego con agua de red. También incluye
el corte periódico del césped (eso es bueno). En ese
sitio que yo desconocía que era de ”su propiedad” (cito), he acumulado
periódicamente en torno a los troncos de los árboles hojas
secas con el fin de que se transformen en alimento para las raíces.
Asimismo, he rellenado algunas ondulaciones de dicho terreno con tierra
fértil.
Amablemente, en un principio, me fue solicitado que dejara de
“tirar basura”. Frente a mi interpelación acerca de si las hojas
secas y la tierra fértil eran basura, cesó la amabilidad
y la respuesta categórica fue que “sí”. La propuesta del
vecino fue que tomara bolsas de “plastico” y juntara las hojitas en ellas
para que se las lleve el basurero o , en caso contrario, que -como hace
él periódicamente- las quemara en una nocturna y enorme fogata.
En un esfuerzo por mantener la calma volví a interpelar: “pero
¿no sabe que el humo es altamente contaminante y hacer fuego en
espacios abiertos es antiecológico?” La respuesta ya visiblemente
nerviosa fue que el humo lo hacía en su propiedad privada.
Tuve deseos de contestarle que el aire no le pertenece y que
la tierra agradece infinitamente recuperar sus dones y que en una de esas,
el cielo también es mío sin haber pagado un centavo por él.
Pero temí ser demasiado violenta para un funcionario del sistema
de producción y consumo, de suerte que justo a tiempo sonó
su celular y allí acabó todo.
Invito a la comunidad universitaria a iniciar una campaña
en contra de la ignorancia, a veces maldad y a veces mala voluntad. Está
bien que nosotros discutamos sobre estas cuestiones en seminarios y aulas,
pero tiene que salir de aquí .Así además de
crear tecnologías de producción recuperamos el ideal
aristotélico de que la verdad, la belleza y la bondad son una sola
cosa.
Los que saben mucho de estas cuestiones y los que tengamos convicciones
parecidas, en nombre de la UNRC hagamos alguna cosa: gmuller@hum.unrc.edu.ar. |
Lic. Gabriela Müller
Mgter. en Etica Aplicada - Docente del Departamento de Filosofía
Miembro de la ONG Wichán Ranquén
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