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Hacia la construcción de una cultura de convivencia y una democracia con inteligencia solidaria

La transición argentina de un régimen autoritario a una sociedad democrática, en el marco de una economía cada vez más globalizada, constituyó una época plagada de experiencias límites, trágica para muchos, que dejó como resultado una comunidad dispersa y apática, con desánimo social y vacío moral, con un sector público desacreditado y un sector privado exaltado, con memoria postergada e insensibilidad ante la injusticia, con ausencia de entusiasmo y de deseo, con pérdida del sentido común en tanto destino compartido por una comunidad humana, con carencia de iniciativas necesarias a la configuración de una ética ciudadana que oriente un proyecto colectivo en la construcción de una sociedad consciente de la necesidad de otra forma de convivencia que la marcada por la pragmática y los intereses del intercambio mercadista

Traspasada la barrera de esa situación límite y haciéndonos cargo de nuestra reciente historia nacional, ya no sólo de la transición, sino de la construcción de una cultura de convivencia y de una democracia con inteligencia solidaria, obliga a ubicarnos en un lugar donde se pone en juego la exigencia de recomposición del pensamiento y de la apertura de interrogantes acerca de las prácticas sociales y culturales de la actualidad, e instala la pregunta ética por las formas de recomposición de un tejido social dislocado, que signifique avances hacia una cultura plenamente democrática.

La respuesta, sabemos, no está ni en la nostalgia ni el voluntarismo de recuperación de un pasado que ya no puede ser, sino en abrir interrogantes a la actualidad y a las insatisfacciones que produce el exceso de presentismo, re-uniendo, re-ligando una comunidad dañada, a la que se le ha ocultado el daño por la engañosa oferta de una sociedad de consumo y de éxitos rápidos y fugaces. ¿Cómo  volver a recuperar  la ilusión que podemos construir un mundo mejor para nosotros mismo y para el futuro?

La pregunta insiste en la interrogante a los actuales modos de convivencia, en especial en la esfera política, que propician ejercicios arbitrarios de poder, para incidir en el desarrollo de una nueva cultura de convivencia democrática, tanto en el ámbito de lo público como de lo privado.

Es necesario hablar de lo que se ha congelado y tabuizado, aquello que ha construido ganadores y perdedores. Una sociedad no se reconcilia por mandato, tampoco perdona ni se re-une u olvida por decreto, sino más bien por el pasaje doloroso y elaboración de las múltiples experiencias vividas, que permita el reconocimiento de unos y otros, de unas y otras, en una historia que construya con respeto activo la legitimidad de ideas y posicionamientos sociales. Esto permitiría reconstruir el reconocimiento de pertenencia a una comunidad local y a una sociedad nacional afectada por una historia cuyos costos y beneficios afectan la totalidad del tejido social.

La noción de solidaridad es lo que otorga sustancia democrática a las sociedades. Porque el Estado tiene como función primordial asegurar a todos los ciudadanos mínimos de justicia, de bienestar, de seguridad, de educación, debe exigir a todos responsabilidad, acabar con todo tipo de discriminaciones humanas, sociales y culturales.  Es posible concebir un crecimiento integrador, quizás más lento que las cifras, pero que sea la opción lúcida de una sociedad que supera la cultura del egoísmo, que apuesta más a la solidaridad que al éxito de los que se destacan.

La propuesta de un ideal de comunidad emancipada, liberada de la escasez, ignorancia y dominación, contrasta con la actual fragmentación cultural. Construir una nueva cultura de convivencia y de una democracia con inteligencia solidaria exige la desconstrucción de un sistema de valoraciones que apunta a linealizar y simplificar las lecturas de la realidad, a dicotomizar las soluciones, a categorizar y subordinar, a acumular y excluir y hacer propuestas mágicas.

Este puede ser el fondo del desánimo actual (empequeñecimiento del “ánima” del país). Por eso es bueno pensar en el país que tenemos y en el que desearíamos. No todos deseamos lo mismo. ¡En hora buena! Es señal de vitalidad. Podemos ser un proyecto posible. Hay que atreverse a soñar, pasar de la apatía al compromiso ciudadano y de allí a la acción.


por Prof. Leonidas Cholaky Sobari
Rector de la Universidad Nacional de Río Cuarto
Noviembre de 2003
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