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La fragilidad democrática contra la certidumbre autocrática

A pocos días de que se cumpla un año más del último quiebre institucional a manos de una dictadura militar resulta pertinente reflexionar en torno al significado de la democracia que vamos consolidando a través de una compleja praxis histórica y, por extensión, especular, acerca de la importancia universal de la coexistencia política democrática.

La democracia argentina, a pesar de su andar rengo y de la multiplicidad de promesas que ha dejado intocadas supone un paso inconmensurable en la tarea de construcción de una sociedad donde la vida sea una oportunidad permanente de realización personal para todos. La mejor dictadura es peor que el más incipiente y pobre ensayo democrático, porque sólo poseen valor existencial verdaderamente edificante las decisiones que se adoptan en el ejercicio de la libertad. Y aún cuando nuestra libertad democrática posea un alto componente de pura formalidad y resulte insuficiente a la hora de garantir el goce material de los derechos, es la expresión de frágiles, aunque auténticas decisiones de la multitud.  Los goces que acarrea la dictadura constituyen verdaderas hipotecas para sus usufructuarios porque esos regocijos son concesiones o regalos efectuadas desde un estadio ético-ontológico superior. Ostensible o subrepticiamente los dictadores demandan a los hipotecados gestos de vasallaje, complicidades, prerrogativas.
La dictadura al prescribir la verdad -formal y material-  de un orden de cosas impone el terror, que no es sino el acatamiento irreflexivo y asustadizo de lo conveniente (aunque, de modo más general, lo inconveniente o gravoso) por parte de los subyugados. En tal sentido, toda dictadura supone un no vivir,  un vivir inauténtico, alienado. Sólo quienes son incapaces de conducir sus vidas a partir de decisiones auto-conscientes o auto-sentidas pueden consentir la vergüenza del vivir parasitario. 
Si prestamos consentimiento a estos análisis habremos dado un paso relevante en pos de corregir los defectos de nuestra existencia democrática, porque habremos vencido el complejo del auto-gobierno que, en virtud de variadas experiencias históricas de sometimiento, se erige como un componente revulsivo de nuestro ethos cultural y de nuestra personalidad colectiva. Elegir un camino, democráticamente –esto es provisoria y tentativamente- es lo que estamos haciendo. Dejar atrás el miedo atávico de las dictaduras, la vergüenza, el sentimiento de inferioridad es nuestra mejor manera de construirnos como ciudadanos del mundo. 


Abelardo Barra Ruatta
 
 
 

 
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