Retorna a página principal de Hoja Aparte

 
1982-2 de abril- 2004
«No vamos a ninguna fiesta» 

Escribo esta carta mientras te miro dormido plácidamente en el sillón favorito de tu padre. ¿Te acordás cómo le gustaba escuchar la radio repatingado ahí después de comer?.
Vos lo espiabas en silencio y cuando cerraba los ojos decías: el viejo «ya se desmayó» y hacíamos mutis porque sabíamos que por quince exactos minutos no había hombre en la casa. 
Teníamos el tiempo perfectamente calculado: quince minutos puntuales después, cuando se despertaba,  nos observamos como diciendo  ¿se habrán dado cuenta de qué me dormí, entonces nosotros nos hacíamos los disimulados, como que cada uno estaba en lo suyo, mientras le oímos murmurar en voz alta: qué lindo programa, che...
Ese era uno de los secretos que todos los días disfrutábamos en silencio.
 Con el tiempo te tocó hacer el servicio militar. Fue en el ’82. Nosotros  pensábamos que al fin y al cabo era una pena, porque te demoraría la carrera por un año. Peor cuando nos enteramos de que te mandaban a Corrientes, qué lejos¡¡¡¡¡¡, ni va a poder venir a visitarnos. Y ya te empezamos a extrañar desde el primer día. 
Una mañana de  otoño escuchamos hablar por primera vez de la ocupación de las Islas Malvinas. 
Esa misma mañana dejamos de ser quienes éramos y empezamos a ser otros. A vos te pasó lo mismo el día en que te subieron al avión y te dijeron: «No vamos a ninguna fiesta». 
   ¡Y pensar que nosotros te hacíamos  en el Regimiento!
¿Cómo contarte todo lo que pasé hasta que volviste?
Cada comunicado era una agonía. Tantas veces me sentí morir.
   Durante todo ese tiempo en el que no nos vimos, como quise cambiar mis noches por tus noches, tus fríos por mis fríos, mi hambre por tu hambre, tu campo de batalla por mi campo de batalla, tu miedo por mi miedo, tus pesadillas por mis pesadillas, tu trinchera por  mi trinchera. 
Allá tenebrosidades, aquí oscuridades. 
Allá hielos, aquí tejidos. 
Allá hambre, acá inapetencia. 
Allá balas, misiles y dagas, aquí fútbol, cerveza y discotecas abiertas.
Allá miedo y terror, aquí oraciones y comunicados en cadena.
Allá pesadillas mientras estabas despierto, aquí estar despierta era mi pesadilla. 
Allá trinchera, aquí murallas de silencio. 
Allá muertos, aquí muertos en vida. 

Hijo mío, recién ahora que te veo dormir plácidamente en el sillón favorito de tu padre, me animo a contarte cosas de las que ambos jamas pudimos hablar.
Por ejemplo cuando bajaste del tren que te trajo de vuelta. ¿Sabés que no te reconocí?
¡Soy yo mamá!, ¡soy tu hijo!, me decías desde tu veinte kilos menos. 
Intente alzarte como cuando eras un niño. No me dejaste, pero apenas nos sentamos en el ómnibus te caíste sobre mi regazo.
Ahí sentí que volví a parirte. 
Volví a parirte hijo mío  y cuanta sangre costó, cuánta.........

Cristina Rosolio
 


(Fragmentos extraídos del Diario 
El Informe de Venado Tuerto, gentileza Walter H. Rossi,
estudiante de Ciencias de la Comunicación de la UNRC).
 
 
 

Nota: La autora de esta carta se inspiró en un foto con la imagen de un soldado de Malvinas en el reencuentro con su madre. 


 
Escríbanos y envíe
sus sugerencias y
comentarios
a nuestro e-mail
Página Principal de la UNRC