EL LIBRO HOY
(O la importancia de un
objeto, tal vez en desuso)
Quizás pueda decirse que defender el libro, hoy, en el
mundo de la globalización de las comunicaciones en el que parece
que los sentidos preponderantes son el oído y el ojo, vale decir,
que la comunicación se da fundamentalmente por el sonido y la imagen,
puede parecer, digo, embarcarse en una cruzada a contrapelo de los tiempos.
Aunque, supongo, que algo debe tener de cierto, de interesante, de motivadora
esta cruzada de los tiempos nuevos que, como toda cruzada, debe partir
desde el convencimiento de quienes la realizan. Y este convencimiento es
que el libro, objeto frecuentado por los antiguos hasta su memorización,
sigue siendo -aún en el mundo de la imagen y el sonido- un objeto
irremplazable que nos acompaña, ayuda y nutre nuestras reflexiones,
que ahonda nuestras dudas y nos consuela cuando alcanzamos - así
sea de manera efímera- alguna certeza.
Sin duda que podemos hablar de las ventajas que presenta el libro como
material de reflexión y de estudio; es cierto que también
vamos a tener buenos argumentos para sostener las ventajas, para las mismas
actividades de educación y estudio, que pueden presentarnos la imagen
y el sonido. De hecho, se están implementando en diversos laboratorios
clases y jornadas de trabajo que resultan sumamente eficaces y eficientes
para la enseñanza; al decir esto pienso en laboratorios para la
enseñanza de idiomas, en medios fotográficos y otros que
la alta tecnología alcanzada nos permite usar a diario. El famoso
telebim de Macaya Márquez es un buen ejemplo de las posibilidades
que nos brinda la imagen.
Pero quizás, en este espacio que nos han cedido para hablar
del libro, sea interesante hablar no de las bondades del libro sino de
cómo se lo usa. Confieso que iba a poner «de lo mal que se
lo usa», pero no quiero adelantar ninguna conclusión hasta
hacer un pequeño (quiero decir «corto») desarrollo.
Supongo que el libro, todo libro, es un objeto que debe ser leído,
como paso previo a ser interpretado, tomándolo como una integralidad.
Cada una de las partes del libro tiene una función que desempeñar
para la mejor inteligencia del mismo, así el prólogo, o la
introducción, cumplen una valiosa función que es, por lo
general, ubicarnos en el tema y en el autor; el índice nos brinda,
por anticipado, la información sobre los temas que abordaremos,
etc. Quiero decir que fotocopiar trozos, capítulos de un libro atenta,
en la casi generalidad de los casos, en contra de una mejor intelección
del mismo. Aunque me apresuro a advertir que ese pecado de «interpretación
ficta», al decir de José Di Marco, no sólo se comete
mediante la fotocopia, muchas veces se lo hace cuando leemos libros haciendo
zaping, cuando hacemos lecturas solapadas, que no son más que lecturas
solaperas.
Habría mucho para decir sobre el libro y la industria del libro
(léanse ferias del libro), en las cuales el libro se desnaturaliza
-en mi entender- y pasa a convertirse de un objeto apto para el estudio
y la reflexión (mal que le pese a mi amigo Platón), en una
simple mercancía, con valor de mercado y sofisticadas técnicas
para invitarnos (obligarnos) a comprarlos.
Me parece, de todas maneras, que es bueno que nos planteemos este asunto
de la importancia, la vigencia del libro en el mundo de hoy. De cómo
el libro sigue viviendo en el mundo de la imagen y el sonido; de cómo
la lectura silenciosa sigue siendo una manera muy válida y eficaz
de reflexionar, aunque cuando le preguntemos no nos pueda responder, como
objetaba Platón al uso de la escritura. Se me ocurre también
que, al menos en los ámbitos educativos, la imagen y el sonido seguirán
haciendo carrera y, seguramente, con tecnologías cada vez más
avanzadas; pero el libro también sufrirá las transformaciones
que lo mantengan con la misma vigencia que tiene hoy aunque para ello debamos
volver a repensar cómo es este objeto y de qué manera lo
podemos usar para sacarle el mayor provecho. |
Justo A. Sorondo Ovando
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