Periodismo y libertad
de prensa
Para la presente generación, la libertad de expresión
es un concepto en desuso. Le resulta natural hablar y escribir sin tapujos.
Medio siglo atrás, y durante 30 años, el derecho a la libertad
de expresión constituyó el marco referencial del desenvolvimiento
ciudadano. Se lo citaba como un fantasma.
Quienes ejercimos el periodismo por aquellos tiempos asemejábamos
libertad de prensa con libertad de expresión, dos vocablos no exactamente
iguales. Fuimos niños durante la primera época peronista
pero percibíamos la censura de los medios y el silencio cotidiano.
La de los ’50 fue la década de los «cuentos». Los mayores
hablaban con sigilo de «totalitarismo», una palabra intraducible
para los alumnos primarios que aprendieron a leer con «La razón
de mi vida». Adolescentes durante la llamada Revolución Libertadora,
detectamos la contradicción entre su declamada reivindicación
de la libertad de prensa y la prohibición de pronunciar el nombre
del régimen caído.
Llegó el quita y pon de los gobiernos civiles y los regímenes
militares. Aquéllos, democráticos pero débiles, frutos
de comicios o candidatos emparchados -Frondizi, Illia, incluso Cámpora
y el peronismo retornista del ’73-; éstos, Onganía, Videla,
empeñados en hacer ver que ningún derecho cesaba, salvo el
de elegir gobierno y apenas por un tiempo. Hasta que la democracia
se restableciera plenamente. Desde 1963, casi tres años de experiencia
completa.
En aquella primavera del ’63 al ’66 florecieron las revistas más
audaces y las plumas más inspiradas: «Primera Plana»,
«Panorama», «Confirmado», «Análisis»,
Osiris Troiani, Tomás Eloy Martínez, Ramiro de Casasbellas,
descendientes todos ellos -semanarios y columnistas- de ese genio manipulador
que fue Jacobo Timerman. Todos ellos, también, contribuyeron con
su crítica impiadosa al alumbramiento del pequeño dictador
que fue Onganía. «Esa revista no sale más», prometió
a uno de sus subalternos. Y cumplió: «Primera Plana»,
la abanderada del nuevo periodismo, fue clausurada. Timerman reincidió
con «La Opinión» a comienzos de los ’70 y fines de la
«Revolución Argentina», inaugurada orgullosamente por
Onganía y clausurada a los apurones por Lanusse. Años después,
cuando el Proceso, conoció la cárcel.
Los periodistas no necesitaban instrucción alguna para saber
cuánto y qué podían decir tras cada golpe militar.
Sólo un jefe del Batallón de Holmberg -Lino Montiel Forzano,
acaso el más democrático de todos- creyó necesario
reunir a los directores de medios de los ’60 y trasmitirles, casi con vergüenza,
la orden superior de censura. En 1976, desde Holmberg, el teniente coronel
Hermes Gutiérrez mandaba un uniformado a leer el editorial que aparecería
el día siguiente.
Durante una clase, un alumno de Comunicación alcanzó
a balbucear algo de que «no alcanzo a comprender cómo funcionaba
un país con censura». Lo vi con sus veinte años; pensé
que ni en su nacimiento tuvo un solo día sin libertad de expresión
y le dije como un ruego: «Olvidate. Es cosa pasada. No vuelve más».
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Lionel Gioda.
Docente de Comunicación Impresa Aplicada. |