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Reflexiones en conmemoración
de la independencia argentina
Las denominadas fiestas patrias resultan siempre convocantes de actos oficiales y palabras alusivas. Muy pocas veces se generan instancias para reflexionar y debatir a partir del recordatorio cívico, y de éste en particular, la omnipresencia de problemáticas que, salvadas las distancias temporales, revelan cuán significativas pueden ser para una comunidad política cuando emprende el rumbo independiente y debe sostener de allí en más la constitución de sus poderes y las relaciones tanto con la sociedad civil así como con el mundo exterior. Si bien en claves muy diferentes a las planteadas en aquel 9 de julio de 1816, hoy las naciones se sitúan en encrucijadas que plantean serias disyuntivas a sus sectores dirigentes y a los representantes políticos capaces de exigirles definiciones detrás de las cuales quedan develadas lealtades manifiestas, ¿pero cuáles? También se expresan discursos que activan significantes, ¿inequívocos o ambiguos? Y, por último, en una trama congregante de la clase política pero también de la sociedad civil se abren escenarios donde se expresan los consensos y los disensos, ¿cuál es el alcance de éstos y cuáles sus límites? Desde estos planteos actualizados pretendemos fundamentalmente detenernos en aquel instante histórico. ¿No se había revelado ya en aquella convocatoria una cuestión central para todo ejercicio de la representación política como lo es la mayor o menor distancia entre la figura del representante y la entidad representada? Reunidos en Tucumán, lejos del que ha sido hasta entonces escenario de sucesivos y endebles ensayos institucionales, y cerca de esa comarca altoperuana que se ha revelado esquiva de cualquier soporte militar de la revolución, veintisiete diputados que decían representar en su conjunto a las Provincias Unidas y a la vez cada uno de ellos a los pueblos, en realidad provenían de las entrañas mismas de las elites provincianas y de sus sectores más prominentes y habían sido elegidos conforme los patrones vigentes de concepción de la ciudadanía. La Argentina debería transitar casi una centuria más hasta que el goce de la ciudadanía política fuese un derecho extendido y otras tantas décadas del siglo entrante para que en su carácter de universal abarcase a la población electora femenina. Frente a estas lealtades y representatividades avanzarían otras. ¿No fue una contundente lealtad a la patria que impulsó a individualidades fuertemente comprometidas con ella, como San Martín y Belgrano, a incentivar desde afuera del Congreso un discurso político inequívocamente independentista capaz de enfrentar todo un contexto internacional fuertemente adverso? El discurso de la independencia, tal cual consta en el acta original, no deja de sorprender por la contundencia de sus términos. En efecto, allí se afirmaba que el objeto de la independencia era considerado grande, augusto y sagrado, que el territorio entero clamaba por una emancipación solemne, la cual se plasmó en un pronunciamiento unánime y espontáneo por la ruptura de los vínculos con los reyes españoles, la recuperación de los derechos y la investidura del carácter de nación libre e independiente. Es más, una declaración posterior acordada en sesión secreta agregó “y de toda otra dominación extranjera”. Leída en su conjunto podrían inferirse supuestas fortalezas por parte de la comunidad política emisora que en realidad no eran tales, y ello cuenta tanto como el hecho sobre el cual muy pocas veces se ha insistido de un discurso pronunciado ante un panorama exterior profundamente desalentador y amenazante. Pero a partir de allí ya no cabrían titubeos en las decisiones internas o externas. Pero, ¿hasta qué punto esa declaración resultaba de consensos sostenidos? La convocatoria había situado en la encrucijada a cada ciudad con su cuerpo capitular: Cuyo había respondido afirmativamente, igual Buenos Aires y las restantes; el Alto Perú tenía sus representantes virtuales. Pero las vacilaciones iniciales de los cordobeses y las ausencias notorias del Litoral y la Banda Oriental confirman los no pocos disensos que se enfrentaban por entonces. La diferencia radica en quiénes los manifestaban, cuáles eran los alcances de esos desacuerdos y cuál la modalidad de expresión. Los actores ponían en escena no sólo liderazgos, sino en casos como el artiguismo los proyectos alternativos que han sabido ganar adhesiones por razones más valederas que las simpatías despertadas por su mentor. En ese momento fundacional para el comienzo de un rumbo independiente se abría un horizonte alentador, el acuerdo formal alcanzado. Mas había que dar contenido a cada una de las fórmulas expresadas y en ello volverían a trazarse los límites y plantearse los desafíos para la clase política, pero también para el conjunto de la sociedad argentina. |
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