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Opinión:
Docencia: revalorizar el espacio de transmisión oral

Hoy estamos inmersos en un mundo donde el conocimiento es presentado como accesible por diversos medios. En efecto, se han multiplicado los cursos a distancia, las universidades privadas que prometen excelencia a través de clases no presenciales y no podemos dejar de mencionar el acceso rápido, “aparentemente” eficiente, que promete Internet. Esta mediatización no ya de conocimientos sino de contenidos ha ido en desmedro del espacio áulico de encuentro entre el docente y los alumnos. Sucede que aquí se ponen en juego una serie de elementos que enriquecen y humanizan la transmisión del conocimiento. Platón, filósofo ateniense a quien preocupó el problema del conocimiento, expresa en el Simposio que tal hecho no puede darse a la manera del pasaje de un líquido de un recipiente lleno a otro vacío. En otra obra de este mismo autor -el Fedro-, ya casi al final, está planteada la cuestión de la “crítica de la escritura”, donde se ponen de manifiesto las deficiencias de “un escrito” (libro): “Tanto el que deja escrito un manual como el que lo recibe, en la idea de que de las letras derivará algo cierto y permanente, está probablemente lleno de gran ingenuidad y desconoce la profecía de Ammón, al creer que las palabras escritas son capaces de algo más que de hacer recordar a quien conoce el tema sobre el que versa lo escrito” (275 c 6 y ss.). Como otro punto débil del escrito se menciona el hecho de que ante cualquier pregunta el escrito es incapaz de defenderse, pudiendo sólo decir siempre lo mismo a la manera de una campana que resuena. Ante esto Platón propone como única forma válida un discurso que unido al conocimiento se escribe en el alma del que aprende, aquel conocimiento que, por un lado, sabe defenderse a sí mismo y por otro hablar o callar ante quienes conviene”(276 a 5).  En el esquema platónico se trata de una relación maestro-discípulo donde la práctica del diálogo cotidiano es indispensable no para el acceso directo sino para la búsqueda en común del verdadero conocimiento. En este hecho se presupone como requisito necesario la omologia (el acuerdo) para poder avanzar.
En la consecución de acuerdos en un marco de diálogo para la búsqueda de la verdad está el enriquecimiento y la humanización. Esto se ve facilitado y encuentra su ámbito adecuado en el espacio áulico. He aquí el desafío para el docente de hoy: redescubrir ese espacio del aula –principalmente en el nivel medio y universitario- como el lugar de búsqueda compartida de la verdad. Ni siquiera el libro, que por sí mismo posee mucha importancia en el desarrollo del conocimiento, ni mucho menos los medios alternativos antes mencionados,  permiten esta experiencia única. No es posible una genuina “formación” a kilómetros de distancia. Admitir esto sería resignar el profundo sentido que debe tener la formación en los claustros universitarios. Y es aquí donde cobra relevancia la figura del docente como aquella persona que pone a disposición la información y que se esfuerza en generar ese espacio de diálogo, único del cual puede y debe participar el alumno.
Esta función del docente no debe ser algo impuesto sino algo de lo cual esté persuadido. Y llevar esto a la práctica debe ser un baluarte de la enseñanza pública. En tal sentido cada una de las aulas de las Universidades estatales debe seguir garantizando ese espacio de búsqueda compartida de la verdad.
No podemos dejar de mencionar  que las condiciones actuales de trabajo para un docente no son las adecuadas y que muchas cosas podrían revertirse con una justa distribución de los recursos para la educación. Sin embargo no debemos desconocer que ese ámbito de “transmisión oral”, de búsqueda en común de la verdad es uno de los espacios más importantes en la formación. Esta instancia no depende de un presupuesto, sino de una actitud a asumir frente a la  búsqueda del conocimiento.
Escribir en el alma del alumno. Esto va mucho más allá de la presentación de un contenido. Tiene que ver más bien con la posibilidad que tenemos los docentes de ir forjando una verdad a través de un camino compartido, camino que, por un lado, enriquece la persona del docente y del alumno y que, por otro lado, humaniza la búsqueda y conformación de un conocimiento.
 


Lic. José M. Lissandrello. Prof. de Lengua y Literatura Clásicas
 
 

 
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