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Opinión
ACERCA DEL SECyTAR. 
Soluciones digitales para problemas viscerales

Con fecha 14 de octubre de este año de 2004 la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación tuvo la deferencia de comunicarnos que felizmente la comunidad académica y científica cuenta con una nueva sigla. Se trata de la creación del Sistema de Información de Ciencia y Tecnología Argentino (SICyTAR). 
El Sistema, aclara el documento, “administrará un único banco de datos del personal que desarrolla actividades científicas y tecnológicas en el país. Esto permitirá la estandarización de los Curriculums Vitae individuales, el registro de proyectos, grupos e instituciones de investigación y desarrollo existentes en el país, el procesamiento de la información resultante para la elaboración de nuevos indicadores nacionales de Ciencia y Tecnología y la utilización de estos datos en la tramitación de gestiones administrativas propias del sector científico y tecnológico, como convocatorias y procesos de evaluación de individuos, grupos, proyectos e instituciones, posibilitando la integración de los datos nacionales a la Red Internacional de Fuentes de Información y Conocimiento para Gestión de Ciencia, Tecnología e Innovación (Red ScienTI)”. Impresiona, ¿no?.
Es, lo que diríamos en la jerga informacional, un notición. Pero ante lo grandilocuente, al menos yo, no sé si alegrarme o preocuparme. 
La alegría institucional suele caracterizarse en estos últimos años por un dejo de ironía y cinismo. La ironía, como sabemos, es una burla fina que sugiere lo contrario de lo que se dice. El cinismo, en tanto, proclama cierta desvergüenza ante lo establecido como vergüenza. Será mucho decir, ¿no? 
Ironizamos y nos volvemos cínicos porque las políticas son discontinuas, contradictorias, irrespetuosas para con la gente. No hay información cierta, no hay interlocutor válido, no hay horizonte claro. Siempre empezamos de cero con contratos leoninos y los derechos de un rehén. Son políticas argentinamente soberbias, según los estereotipos que supimos cultivar. ¿Qué nos queda, entonces, si sólo las sufrimos como espectadores no habilitados a cuestionar o proponer alternativas?
Que en nuestro país nos hayamos puesto irónicos y cínicos no parece nuevo, pero en todo caso tampoco parece que desde las esferas que nos ordenan la vida se haga mucho para superar ese sarcasmo. Entonces me preocupo.
La sensación de que nuestras políticas de alto nivel en ciencia y técnica siguen orientándose por directivas centralizadas, copionas y desconsideradas me confirma que nada cambio desde los ‘90. Tres iluminados se reúnen y allí está el país que se diseña. Algunas siglas, algunos sistemas digitales, mucho envase y poco contenido. Porque el contenido se devela en la gente que cotidianamente con sus prácticas ofrece la sustancia al sistema. Y ante esas políticas evidentemente la gente importa poco. Basta recordar la bochornosa e indigna carga del sistema on-line de la AGENCIA CORDOBA CIENCIA, o el último soft de re-categorización, donde nueve de cada diez crédulos y voluntariosos colegas –entre los que me incluyo- perdimos tiempo y paciencia frente a los infranqueables carteles de ERROR FATAL de la versión “amigable”. ¿Se acuerda? ¿Si?
Recuerda que en algunos de esos casos alguien se hiciera cargo de pedir disculpas y nos tratara como gente y reviera los sistemas. Yo no.
La idea de que existe un sistema científico tecnológico que resulta de organigramas digitales y no de sus personas reales acrecienta el país de gelatina que supimos conseguir.
En veinte años de docencia universitaria no recuerdo un solo funcionario cuya misión fuese reunirse a discutir cómo se ve el país científico, qué ideas se tienen y pueden aportar, qué cosas preocupan y qué iniciativas pueden resultar válidas para una racionalidad consecuente. Por el contrario, lo común es el decreto y la idea salvadora fundamentada en que “otros” lo hicieron. Llámese primer mundo, países serios, o redes internacionales ad-hoc. Las condiciones que lo hacen posible, por supuesto, nunca se discutieron o analizaron en su integridad. He ahí el fracaso, el descrédito y la ironía. Y si no, pase lectura a nuestro sistema de postgrado. Híbrido e irracional.
Así llegamos también a este SICyTAR. Si quiere ver como funciona puede entrar a la página principal del CONSEJO NACIONAL DE DESARROLLO CIENTÍFICO Y TECNOLÓGICO –CNPq- del Brasil (www.cnpq.br) y allí buscar el link Plataforma Lattes. Seguramente es el modelo que copiamos, por su vez inspirado en el altamente desarrollado sistema estadounidense de información científica y tecnológica.
El sistema brasileño ya lleva cinco años de implementado y el organismo cuenta con más de 450 mil curriculums ingresados. Suena grande e interesante ¿no?. Pero también es bueno saber que el CNPq lleva 53 años de vida y una política consecuente y estratégica para el país. No hubo gobierno que despreciara o aniquilara a sus intelectuales y el producto de su tarea. Su política de fomento a las formaciones de postgrado le permite financiar a más de 31 mil becarios año. En el año 2002 aplicaron, tan sólo en el rubro becas, 65 millones de dólares para la formación en el país y otros 20 millones de dólares para formaciones en el extranjero. Los colegas brasileños ganan cuatro veces más que nosotros y en su mayoría acceden a becas de diverso tipo hasta completar su formación. El país no tiene menos deuda externa ni menos excluidos que Argentina, pero toma el sistema como una herramienta valiosa y la sostiene. Las consecuencias son visibles. Los jóvenes creen que tienen algún futuro si apuestan a formarse y perfeccionarse y el país tiene mayores condiciones estructurales para hacer frente a los complejos problemas de la sociedad que les toca.¿Lo mismo podemos decir aquí?
Hace un tiempo atrás el historiador Gregorio Weinberg afirmaba en una entrevista que en Argentina “los políticos siempre fueron impermeables a los intelectuales”. Así, las políticas evidencian el divorcio que margina al sector del conocimiento de las decisiones que van dando forma al futuro y el país se estanca. ¿Nuestros funcionarios del Ministerio son políticos o intelectuales? ¿O son intelectuales rehenes de los políticos? 
Nada nuevo bajo el sol. Mucho envase para gelatina, poca o nula discusión y respuestas digitales para problemas viscerales. Seguimos con la cultura institucional del “piloto automático”, barremos la basura bajo la alfombra y hacemos de cuenta que todo está bien.

Prof. Gustavo Cimadevilla. Dpto. de Ciencias de la Comunicación. Facultad de Ciencias Humanas

 
 
 
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