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Opinión
La lengua de Castilla entre el azar y la necesidad

El destino de los hombres parece estar sometido al arbitrio del azar algunas veces, y al laberinto de los vientos otras muchas.
Imaginemos por un momento que Erik el Rojo, el desterrado, no se hubiera entretenido con los habitantes de Groenlandia y hubiese seguido con la costa a estribor y la  proa de su nave  hacia el sur y que los drakkars furiosos del vikingo hubiesen tocado las costas de México. La profecía de los hombres barbados se hubiese cumplido igual. Y hubiésemos sido descubiertos por una tropa de bandidos nórdicos, en lugar de haber sido descubiertos por una tropa de bandidos españoles comandados por un italiano.
Pero allí, en la historia del descubrimiento hay un hecho del que  usualmente no se habla, o del que se habla tangencialmente. Este hecho es el papel de aquella pequeña región de España, Castilla, en la construcción del futuro del mundo conocido. Ese futuro que es hoy nuestro presente. 
Para 1492, después de más de 600 años de ocupación, la península se ha liberado del invasor árabe y de la presencia de los judíos, perseguidos por la Iglesia Católica y el Estado.  Castilla ha sido el centro, el motor de la lucha de liberación y resistencia y sobre todo el motor político que unificará finalmente a todos los reinos de España bajo una sola corona. Unidos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en matrimonio, la historia comienza a soplar hacia el Atlántico por varias causas. Una razón es la búsqueda de una vía alternativa para llegar a las Indias, otra, la imposibilidad de extenderse por el Mediterráneo infestado de piratas árabes y finalmente, el hecho de que Castilla, más alla de la unificación conseguida sigue siendo la fuente del poder político en España.
Hasta aquí poco hay de azaroso en la historia y mucho de necesidad. Pero, aún faltan dos ingredientes esenciales para que la mezcla cuaje en el resultado que todos conocemos desde la infancia. Se nos ha dicho que el descubrimiento y la conquista de América se realizó bajo el imperio de la cruz y de la espada.  Y es cierto, la iglesia católica llegó de la mano de Colón a América y eso determinó para siempre el destino de nuestras almas, si las hubiere. Pero aún esto es insuficiente para entender cómo funciona la maquinaria del azar y la necesidad.
 En 1492 un catedrático español llamado Elio Antonio Martínez de Cala, más conocido en los ámbitos académicos de su tiempo y de la posteridad como Antonio de Nebrija se acerca a los reyes para hacerles conocer su último trabajo: «Gramática de la Lengua Castellana», primera gramática realizada sobre una lengua derivada del latín. ¿Se habrán cruzado Nebrija y Colón en la corte de Castilla esperando ser recibidos por Isabel y Fernando? Eso sería el azar. Si la historia la escribieran Ricardo Piglia o Kurt Vonegut Jr., seguramente podríamos estar obligados a creer que sí, pero por suerte estamos libres de semejante calamidad. Lo cierto es que Nebrija llevaba en su alforja además del mamotreto en cuestión una idea crucial que nos convirtió en lo que somos. La idea era simple y hoy los lingüistas la llaman estandarización de la lengua. 
 España era aún un puñado de reinos unificados bajo el manto de Castilla y Aragón, pero cada reino poseía una variedad de lengua diferente: el catalán, el vasco, el gallego, el aragonés y el castellano eran sólo algunas de esas variedades. La idea de Nebrija fue sencilla: elijamos entre todas ellas, la variedad que creamos más apropiada y aprovechemos el momento político de victoria militar, unificación y estabilidad para establecerla como lengua oficial. Es decir, convirtamos a una de esas variedades en la lengua del estado, la lengua en que los documentos oficiales deben ser escritos, la lengua de los reyes, la lengua del imperio naciente. ¿Qué era necesario para declararla oficial? Tres cosas: la decisión política, la existencia de una literatura escrita en esa lengua y la fijación de esa lengua en una gramática. Reunidas las tres condiciones nuestro destino se firmó en una hoja de papel una tarde cualquiera de 1492. Allí no hubo azar. Ni los reyes ni Nebrija sospechaban que con ese acto burocrático se decidía el destino de millones de personas y se sellaba el futuro de un continente. 
Después Colón chocó con América. Seguramente, además de su Biblia impresa en Génova, traía una de las Gramáticas de Nebrija que Isabel quizás, le entregó antes de partir hacia lo desconocido: es decir hacia nosotros.
 No hablaremos aquí, entonces, de culpas o de sacrificios, de leyendas blancas o de leyendas negras, de civilizaciones y de barbaries, de errores y decisiones, hablaremos más bien del azar y del destino. Porque estamos aquí,  y porque no somos los que llegaron aquel día, ni tampoco los que estaban aquí. Somos eso enteramente otro, que ni la pesadilla más atroz de Torquemada, ni el sueño más perfecto de Cervantes concibiera. Y somos ambas cosas. Porque construimos nuestros sueños y nuestras atrocidades con el mismo instrumento: aquella vieja y entrañable lengua de Castilla.
 Porque estamos sometidos a la cadena más poderosa que el hombre conociera. Sólo podemos percibir el mundo, experimentar su existencia y concebir nuestra vida y la de los demás desde la palabra. Nada hay fuera de la palabra. No podemos diferenciarnos, alejarnos o separarnos de la palabra, porque ella es la  matriz desde la que somos capaces de concebir nuestra experiencia en el mundo y al mundo mismo. Esa matriz viajaba en la bodega de la Santa María y en la existencia miserable de esos pocos alucinados que aquel 3 de agosto de 1492 partieron rumbo a un sueño que Toscanelli,  - al que seguramente desconocían - había soñado por ellos un tiempo antes: llegar a Oriente navegando hacia Occidente bordeando peligrosamente la herejía. 
Y sí, era redonda nomás, como creían Toscanelli y Piri Reis, pero eso importa poco, porque nuestro destino estaba escrito, no sólo y no tanto en los sueños de riqueza de un aventurero genovés,  como en aquella idea tan simple y tan poderosa que  Nebrija escondía en sus alforjas como un tesoro. 
Y es que el mundo es lo que es sólo porque podemos nombrarlo. Y sólo podemos nombrarlo y pensarlo desde nuestra lengua. La elección de la lengua que determinó nuestro destino, se realizó una tarde polvorienta de mediados de 1492 en la corte de Isabel y Fernando. El resto es puro azar. O quizás no, y la matriz de sometimiento, intolerancia, xenofobia y arbitrariedad que viajaba en aquellas carabelas  sea el único modo que conozcamos para relacionarnos con el mundo.  Y el único rasgo que hemos heredado de una cultura cuyos sueños fueron siempre tan poderosos como sus actos.


Hugo Daniel Aguilar. Dep. de 
Lengua y Literatura

 
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