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Opinión
Los riesgos de pertenecer. O de cómo no perder identidad. Desde el mismo momento de la resistida inclusión como carrera de formación universitaria en 1974, la Educación Física (E. F.) en Río Cuarto viene luchando para legitimar su pertinencia dentro del restringido status académico. “Asociar la medicina, el derecho, la arquitectura, la ingeniería, la filosofía o las ciencias exactas, con la Universidad en estos tiempos y en nuestro país, es absolutamente natural. Pero por otra parte, resulta extremadamente difícil, aparentemente, justificar y defender la posición y razón de ser, por ejemplo, de E.F. en la Universidad, como propuesta académica y/o como área del conocimiento” (Centurión, 1997:150) Me atrevo a aseverar que las expresiones de mi colega mantienen vigencia. Y esto expresado sin minimizar los esfuerzos que docentes de EF venimos haciendo para apropiarnos de ciertas culturas institucionales: designación en cargos docentes y auxiliares; inicio en tareas de investigación y de extensión; categorización para investigación; participación en comisiones y consejos consultivos; cursado y titulaciones en posgrado. Claro que esta categorización que representa la EF como oferta de formación académica, excede bastante lo que cotidianamente podemos “mostrar” en la UNRC, quienes asumimos la responsabilidad de enseñar a futuros colegas. Lo que pretendo plantear es que esta necesidad de “normalización” conlleva riesgos de desdibujamiento de cierta identidad disciplinar. Pienso esto al reconocer cuanto se ha teorizado sobre la integralidad del alumno, tanto como individuo como sujeto social; sin embargo los recortes culturales transformados en saberes enseñables, gozan de valoraciones diferenciables según se trate de conocimientos destinados a formar capacidades lógico-matemáticas, lingüís-ticas, o artísticas expresivas. Y más allá de lo declarativo, el alumno universitario sigue escindido en su formación. O al menos en nuestra Universidad transita por procesos que no siempre favorecen el inicio o mantenimiento de ciertas culturas corporales. Algunos indicios de esto: ausencia de espacios curriculares que aborden
algún tipo de actividad física1; cursados que no siempre
articulan la posibilidad de una asistencia sistemática a las ofertas
de la Dirección de Deportes de nuestra Universidad; opciones de
participación casi exclu-yentemente en actividades deportivas2.
Aún en nuestra propia carrera, durante los cursos de ingreso se
legitima un espacio destinado a aportar herramientas para facilitar Estrategias
de Aprendizaje –referidas excluyentemente a aprendizajes conceptuales-
aún a sabiendas de los múltiples aprendizajes motores que
deben sortear los futuros profesores de E.F.. Parecería que, o bien
los ingresantes no necesitan reforzar estrategias de aprendizajes motores,
o estos aprendizajes no alcanzan la valoración de capital cultural
y por lo mismo la Institución se desentiende de los mismos.
Coincido con muchos en la necesidad de abandonar prácticas corporales identificadas con exigencias técnicas y de rendimiento. Diría que esto también es una política de exclusión, sobre todo para aquellos que no alcanzan una disponibilidad corporal super-lativa. Pero si en los intentos de alcanzar nuestra mayoría de edad académica ponderamos exageradamente la formación general por sobre la especializada, creo que ponemos en riesgos nuestra identidad. O al menos, la identidad de una E.F. de inclusión, de formación integral. Una E.F. al servicio de todos. Estaremos de acuerdo en la necesidad de propender a nuestros alumnos
prácticas más reflexivas e inclusivas. Pero si para alcanzar
estas intenciones nos olvidamos de poner el cuerpo y solamente incrementamos
horas de lectura, estudio y reflexión, creo que seguimos instalando
una escisión en nuestra integralidad humana. Y sostengo que la E.F.
puede y debe ser un campo fértil para formar “desde el corazón”.
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