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Opinion
El difícil arte de la nostalgia 
(a propósito de lo que decidimos y hacemos)

Hace algunos años, los suficientes como para pensar en otras generaciones, los docentes no necesitaban calificar a la educación ni a los aprendizajes. Por entonces, calificar de crítica o significativa a la educación y la enseñanza era redundante. Si la óptica ideológica se anteponía a los términos, la distinción entre educación e instrucción bastaba.

Por entonces, tampoco hacía falta justificar la importancia que tenía la educación para construir una sociedad y perfilar un país. Por el contrario, lo que debía explicarse era por qué alguien se resistía a valorar los estudios o conseguía justificar su indiferencia al conocimiento y la superación educativa.
O por qué un gobierno traicionaba a su gente condenándola a la ignorancia.

Hace algunos años, los suficientes como para pensar en otras generaciones, los estudiantes querían cambiar al mundo. Pedían cátedras paralelas, seminarios ad-hoc y espacios políticos para discutir y repensar la racionalidad dominante.
Algunos de sus abuelos habían sido anarquistas, socialistas, gremialistas combativos o confesos y convencidos militantes de otra sociedad posible.
Hoy pareciera que lo relevante es llegar al título y multiplicar los tutelajes.
Si es rápido, fácil y entretenido, ¡mejor! Todo rápido, muy rápido, como para estar primero por si acaso existiese ese lugar todavía no definido.

Hace algunos años, los suficientes como para pensar en otras generaciones, las palabras eran tajantes y taxativas. El mundo se dividía en dos y la realidad era conflictiva. ¿Dejó de serlo? La globalización era imperialismo y las diferencias culturales división de clases y antagonismos. El futuro era promisorio, desafiante y una lucha. El futuro, era. La dicotomía para el siglo XXI se reducía a ser libres o dominados. La dicotomía, era...
Pero eran otros tiempos, otros problemas y otro mundo; y también era otra gente.

En el camino muchas cosas cambiaron. Las palabras se hicieron flexibles, la susten-tabilidad se impuso y el Banco Mundial, Greenpeace y cuantas ONGs se anuncien hicieron uso y/o abuso, casi en los mismos términos.
La educación salió de escena. En el medio fuimos partícipes.
En el último cuarto de siglo dos capítulos sirven a la memoria. Uno permitió discutir el QUÉ ENSEÑAR, propio del II Congreso Pedagógico Nacional. Otro el CÓMO, preocupado por los niveles, nomenclaturas y rótulos.
En ese pasaje la educación se esfumó. Se perdió el PARA QUÉ entre tanto papel e interés no desentendido ni debidamente declarado.
Con ese olvido se disolvió el futuro. La entropía y la confusión ganaron la partida y la educación perdió significado.

La nostalgia puede ser improductiva si la rapidez es lo que importa. Pero la aceleración y la velocidad de nada sirven, si no hay lugar a dónde llegar.
 


Gustavo Cimadevilla – Docente del Departamento de Ciencias de la Comunicación
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