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Opinion
El difícil arte de la nostalgia (a propósito de lo que decidimos y hacemos) Hace algunos años, los suficientes como para pensar en otras generaciones, los docentes no necesitaban calificar a la educación ni a los aprendizajes. Por entonces, calificar de crítica o significativa a la educación y la enseñanza era redundante. Si la óptica ideológica se anteponía a los términos, la distinción entre educación e instrucción bastaba. Por entonces, tampoco hacía
falta justificar la importancia que tenía la educación para
construir una sociedad y perfilar un país. Por el contrario, lo
que debía explicarse era por qué alguien se resistía
a valorar los estudios o conseguía justificar su indiferencia al
conocimiento y la superación educativa.
Hace algunos años, los suficientes
como para pensar en otras generaciones, los estudiantes querían
cambiar al mundo. Pedían cátedras paralelas, seminarios ad-hoc
y espacios políticos para discutir y repensar la racionalidad dominante.
Hace algunos años, los suficientes
como para pensar en otras generaciones, las palabras eran tajantes y taxativas.
El mundo se dividía en dos y la realidad era conflictiva. ¿Dejó
de serlo? La globalización era imperialismo y las diferencias culturales
división de clases y antagonismos. El futuro era promisorio, desafiante
y una lucha. El futuro, era. La dicotomía para el siglo XXI se reducía
a ser libres o dominados. La dicotomía, era...
En el camino muchas cosas cambiaron.
Las palabras se hicieron flexibles, la susten-tabilidad se impuso y el
Banco Mundial, Greenpeace y cuantas ONGs se anuncien hicieron uso y/o abuso,
casi en los mismos términos.
La nostalgia puede ser improductiva
si la rapidez es lo que importa. Pero la aceleración y la velocidad
de nada sirven, si no hay lugar a dónde llegar.
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![]() Gustavo Cimadevilla – Docente del Departamento de Ciencias de la Comunicación |
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