Opinión
Intelectuales y Universidad
(en memoria de Miguel Boitier)
El laberinto por cuyos meandros camina nuestra condición humana
levanta sus muros cuadriculados para ocultar que en el origen del contrato
social estuvo la violencia, que tras las murallas puramente teóricas
todo el orbe se estremece en estado de guerra cotidiana y excepción
permanentes. Los arquitectos del imperio que sostienen la verdad oficial,
astutos como Dédalo, encumbran las aporías del orden sistémico.
Cada día nos preguntamos ¿qué sangrientas novedades
proclamarán desde los mass media? Y continuamente nos descubrimos
en esta suerte de ficción orwelliana: la guerra es paz, libertad
significa esclavitud, y la ignorancia debe ser la norma, nos dicen incansablemente
desde las autopistas de información. Aquí nos interesa particularmente
la última tergiversación que respalda su podredumbre en la
quietud de la ignorancia.
Infame, la ignorancia es fomentada por dos de los más poderosos
vertederos de la administración de la verdad: por un lado, el cuadro
de primicias que los medios imponen para formar la agenda de la realidad
y, por otro, el sistema educativo incluido y semantizado como Aparato Ideológico
de Estado. Y es que, como anotara Althusser, los AIE emplean métodos
de docilización simbólicos que “adiestran no sólo
a sus oficiantes sino también a su grey”, (Althusser, 2003: 27)
porque de ellos depende la reproducción de las condiciones de producción
de la vida material y afectiva.
La universidad, circunscrita en este marco, no ha podido aún
escaparle a la función que el orden sistémico le tiene deparada
como institución de encierro. La crisis del sistema universitario
no solo responde a la mezquindad del financiamiento económico estatal,
sino que involucra también a la misma reproducción del conocimiento.
Usina de la cultura universalista, la universidad es víctima y portadora
del discurso de la eficiencia, de la competitividad. Los saberes que se
difunden en sus aulas conviven en una crisis disolutiva, en una paradoja
insalvable. Esparcidos en un mismo plano, tanto más se especializan,
tanto más se multiplican y se dispersan incomu-nicándose
unos de otros. No obstante, reclaman insistentemente su vocación
universal. Y es que la violencia también afinca en las certezas
imperiosas que no dan lugar a dudas. “Tal vez convenga intentar una convivencia
fundada en menos certezas y en más proposiciones, exactamente lo
mismo cabría decir de la educación, (“en los exámenes
conteste con preguntas”, señalaba un graffiti parisino de 1968).
Cuando la universidad se aísla, ensimismada tras el teórico
de escritorio o la clase magistral, no confronta su producción de
verdades con las necesidades inmanentes de las multitudes populares. Entonces
la verdad se transforma en certeza imperiosa, y los trabajos de Extensión
son menoscabados por el discurso mercantil de la eficiencia para competir
en la sociedad darwiniana. En la academia lo que importa es producir papers
que aumenten la jerarquía de los honoratories. Ya decía Sartre
(encontrando quizá el intersticio en el que la praxis material se
separa del ejercicio puramente teórico) “un intelectual, para mí,
es eso: el que es fiel a un conjunto político y social, pero que
no cesa de discutirlo” debiéndose asignar prioridad a la acción
sobre la teoría, porque “no se puede suponer que pensar, solo, detrás
de un escritorio represente el ejercicio de la inteligencia”. (Sartre,
en Castro, 2005: 7) Quiero decirlo, el profesor Miguel Boitier era una
de esas personas cuya voluntad de creación lo obligaba a realizar
la universidad del alambrado para afuera, pensándola fuera del acalorado
cubil, afirmándola en la coherencia entre lo que se dice y lo que
se hace, y junto a la sociedad a la cual la institución pertenece.
El contacto con la complejidad de la realidad humana provoca en el
trabajo de extensión la necesaria construcción multidisciplinar,
y es allí donde la universidad se convierte en interesante, justo
cuando menos se parece a sí misma. Con este sentido, Miguel fundó
el Ciclo Cine y Universidad. El Ciclo, siempre libre y gratuito, celebrará
en 2006 quince años consecutivos de vida.
Quienes hacemos el Ciclo quisimos recordarlo en todo su vigor
creativo. En él habitaba también esa extraña pulsión
contra la violencia del orden sistémico que hace de un profesor
un ejemplo, y una molestia para quienes pretenden hacer de la universidad
pública un consorcio privado o un dispositivo disci-plinador de
las fuerzas reactivas.
·Althusser, Louis, (2003): Ideología y Aparatos Ideológicos
de Estado. Freud y Lacan, Nueva Visión, Buenos Aires.
·Castro, Edgardo (2005): Jean-Paul Sartre: Cien años
de Libertad, en revista Ñ, Clarín, Número 84, Buenos
Aires.
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Integrantes de Ciclo Cine y Universidad, Dpto de Ciencias de
la Educación, Ciencias Humanas.
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