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Programa Educativo de Adultos Mayores
Fogata de San Juan en el recuerdo compartido

A las 19.30 se concretará la tradicional Fogata de San Juan, en calle Los Alerces y Pasaje Quena, próximo a la capilla San Francisco Solano en la margen norte del Río Cuarto. La propuesta tiene como objetivo recuperar un espacio comunitario de intercambio e integración propiciando el encuentro de vecinos en torno al fuego. Según cuentan desde los talleres de Folklore e Identidad del PEAM, el tiempo de las fogatas era esperado ansiosamente por los niños que organizaban por grupos la recolección de podas, hojas secas, maderas, cardos rusos acopiando en terrenos baldíos a la espera del gran día. Se agregaban los zapallitos, comúnmente denominados cháncaras, y hojas y frutos del siempreverde. Era la pirotecnia que detonaba una vez animado el fogón. Con esta excusa se reunían grandes y chicos con batatas y tortas que eran cocinadas «al rescoldo», en ruedas de mate y música. 

A partir de la memoria, que como común denominador rescata alegría, inclusión, entusiasmo, sentido de lugar y pertenencia, se gestó la idea de recobrar esta verdadera fiesta vecinal con la intención de posibilitar que las nuevas generaciones tengan la oportunidad de experimentar y compartir el fogón.
Las fogatas tienen una antigua historia, anterior al cristianismo, en las que se encendían con la intención de dar fuerza al sol para potenciar la fructificación de la tierra. Posteriormente la Iglesia incorpora esta tradición en la advocación de San Juan el 23 de junio, víspera de su festividad, y el 28 en honor a San Pedro y San Pablo.
Al hablar de las fiestas en los Talleres del PEAM, surgen recuerdos de las fogatas o fogaratas. Las experiencias individuales siempre están ligadas a la calidez del encuentro, la memoria del fuego compartido en vecindario.  En las ruedas de integrantes de estos espacios recuperar desde el diálogo  fragmentos de la historia local implica recuperar evocativamente la fiesta. Podría tomarse, parafraseando a Erich Fromm, que «todo incremento de alegría que una cultura pueda ofrecer contribuirá más a educar a sus miembros en las costumbres que todas las amenazas de castigo y prédicas de virtudes». Y de eso se trata: generar participación y acción desde un ejercicio de construcción mancomunada potenciando, desde lo festivo, puentes comunitarios de vinculación.
Surgen las evocaciones. «De pronto comenzaba a quemarse el muñeco que se llevaba todas las malas ondas, el entusiasmo se hacía más intenso y se organizaban rondas. A todo esto, a medida que era posible acercarse al fuego se iban poniendo las batatas a cocer», señala Norma Vischi. «Para los choricitos había que esperar un  poco más, a que hubiese algo de brasas para asarlos. De eso se ocupaba el inefable Don Tomás que instalaba una parrillita e iba distribuyéndolos sobre un trozo de pan a medida que estaban listos».
Entre los recuerdos compartidos en el espacio de los talleres, surgió también esta oración, que según cuenta Elvia Lorio se entonaba alrededor del fuego tomados de la mano y en ronda.

 

Las fogatas tienen una antigua historia. Se encendían con la intención de dar fuerza al sol para potenciar la fructificación de la tierra.
 

Entre San Pedro y San Pablo
hicieron un barco nuevo,
el barco era de oro
los remos eran de acero.

Una noche muy oscura
cayó el marinero al agua
se le presentó el demonio
diciéndole estas palabras

Qué me das marinerito
si yo te saco del agua
Yo te daré mi navío
cargado de oro y de plata

Yo no quiero tu navío
cargado de oro y plata
sino que cuando te mueras 
a mí me entregues el alma.

El alma será de Dios 
el cuerpo de agua salada
y el corazón que me quede
de la Virgen Soberana.
 
 
 

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