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Opiniones
Asamblea Universitaria y la Universidad que queremos

Cuando uno habla de nuestro país, ya no nos sorprende la degradación de los valores individuales, que se expresan como una falta de poder de las instituciones que rigen nuestros destinos tantos colectivos, como individuales. 
Dicho deterioro, lamentablemente y aunque estemos en una transitoria bonanza económica por el precio de los comoditis a nivel internacional, se sigue acentuando y ya se hace difícil visualizar claramente la división de poderes. Entonces en dicho escenario lo que vale es la fuerza y no el derecho; la fuerza y no el disenso; la fuerza y no la razón. 
La Universidad Argentina no es la excepción a este proceso, y lamentablemente fue patético en nuestra Universidad insigne a nivel nacional e internacional, que es la Universidad de Buenos Aires, donde todo lo expresado con anterioridad lo vimos en los distintos medios de difusión en forma diaria. 
En nuestra Universidad y a propuesta del rectorado, se lleva adelante la modificación de nuestra Carta Magna, que es el espacio ideológico y de valores que nos contiene, y marca los límites en los cuales podemos movernos institucionalmente. Empezarlo a debatir no es tarea fácil, corriendo el riesgo de repetir las tristes experiencias ocurridas en las modificaciones de la Constitución Nacional como en las provinciales, donde se demostró que lo que importa es la fuerza y no el disenso, donde lo más importante era arreglar las necesidades de algunos, con la consiguiente denostación de los valores y principios de las mismas, que solamente fueron detenidas con la salida masiva del pueblo, como lo fue oportunamente lo ocurrido en Misiones. 
Retornando a nuestra Universidad, y observando lo ocurrido en la sesión de la Asamblea Universitaria del día 26 de Febrero, sólo dista en matices de mucho de lo que ocurre en el país. 
Cuando se empieza a discutir sobre qué Universidad queremos antes deberíamos decir que una Universidad es esencialmente una Casa de Altos Estudios, que debe formar profesionales de excelencia, de ser capaz de resolver problemas específicos de la profesión y de la sociedad y es un lugar donde se construyen conocimientos y se transfieren a la enseñanza. Es un lugar que, desde la investigación, la extensión, y la transferencia educativa y tecnológica, debe estar atenta a resolver problemas que la sociedad manifiesta. Es un lugar de donde salen futuros dirigentes. 
A partir de lo cual los órganos de gobierno, entendemos, deben estar representados por los trabajadores docentes, no docentes, graduados y estudiantes, siendo los roles de tales estamentos diferentes, sin abrir juicio de valor sino de diferencia, sin perder de vista que el eje de la razón de ser de una Casa de Altos Estudios, es el proceso de enseñanza y aprendizaje. Hasta aquí seguramente podríamos acordar; el problema se suscita cuando se quiere definir las proporciones en que estos estamentos deben gobernar los destinos de nuestra Universidad, y allí parece que los roles no empiezan a estar claros y las diferencias de idoneidad natural entre un profesor y un alumno están en un campo ambiguo, donde las diferencias de formación, permanencia institucional y capacidades, no sólo no son valoradas, sino más bien denostadas, y entramos en una discusión verdaderamente postmoderna y de un fuerte relativismo, donde las personas de más experiencia institucional, y que han vivido momentos críticos de nuestra vida social y académica y que así y todo han debido defender y mantener la Universidad Nacional de pie, son iguales a un graduado, o un dirigente estudiantil cuya permanencia en la institución es transitoria. 
Por ello y a modo de reflexión desearíamos preguntar, ¿existe el modelo de una Universidad prestigiosa a nivel internacional, donde los distintos estamentos que la conforman tengan el mismo peso en los órganos de conducción, incluyendo tanto países socialistas como capitalistas? 
 


Por MSc. Guillermo Ashworth  - Dr. Ing. Sergio Alemano, Facultad de Ciencias Exactas

 
 
 
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