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Opiniones
Sobre el poder y su reparto 
(O como un hereje jabalí, embistiendo contra los dogmas, se opone a que alguien se alce con el fiambre)

El señor Eduardo Tello ha reflexionado sobre algunos puntos que, a su juicio, no han sido suficientemente debatidos en la Asamblea Universitaria. No sé si el señor Tello, que aquilata una larga y variada experiencia dentro de la universidad, tiene razón al hacer sus afirmaciones y presentar sus quejas, aunque, sin embargo, me parece que le asiste el mérito de haber puesto en la mesa del debate algunos puntos urticantes (dogmas, dice él) y que, supongo, merecen algunas consideraciones y, sin dudas, largos y arduos debates.
Saludo no sólo las ideas que el señor Tello propone para la discusión, sino que también -y quizás esto sea lo más importante- la pasión que pone en su defensa. Parece que, como un jabalí acorralado por la jauría, le va la vida en cada afirmación-dentellada que realiza. Bienvenida sea la pasión en tiempos en que la indiferencia existencial parece reinar sobre los espíritus.
Pero vamos al grano.
No sé si comparto lo que dice sobre la democracia ni tampoco sobre su manera de plantear la representatividad de los claustros; lo que sí sé es que comparto su duda con respecto a ciertos dogmas sobre los que se asienta la manera de concebir los órganos de gobierno y la composición de esos órganos en cuanto a representación política interna.
Pregunto: ¿Cuántos son los sectores que componen la universidad?, tal vez tres, como dice el articulista, tal vez cuatro si le agregamos los graduados, tal vez cinco si tomamos como miembro o factor de decisiones a sectores de la sociedad, a esa sociedad que tanto nombramos e invocamos a la hora de los discursos pero que casi nunca la tenemos en cuanta a la hora de fijar políticas.
La respuesta, se me ocurre, está ligada a la discusión sobre los fines y objetivos de la universidad; pero no de la universidad en abstracto, sino de la universidad argentina, de esta universidad que forma parte de una sociedad que atraviesa una profunda crisis de todo tipo, moral, económica, de falta de confianza, falta de rumbo, etc.. Quiero decir que no nos confundamos, nuestro país no es del primer mundo ni la universidad argentina es Oxford o Yale, u otros centros de estudio a los que parece que debemos imitar.
Segundo dogma: los docentes deben tener el mayor poder en la toma de decisiones.
Se me ocurre que este punto recién puede ser discutido cuando tengamos aclarado el tema del primer dogma. De otro modo, estaríamos peleando por posicionarnos en órganos que no sabemos ni para qué están ni a qué rumbo se dirigen. Plantearé algunas preguntas. La Constitución Nacional, pone como requisitos para poder ser presidente de la república, tener más de treinta años, ser ciudadano argentino y contar con una determinada renta. Puede darse el caso, entonces, que una persona puede ser presidente de los argentinos pero no rector de alguna universidad argentina. Son cosas distintas, se me podrá decir. Sí, le diré a mi amable interlocutor, puede ser que sean cosas distintas, pero -y éste considero que es el punto- tenga Ud., la bondad de aclararme en qué aspectos son distintas. Claro, son distintas sin más si seguimos, como dice el señor Tello, pensando desde el dogma.
Sigamos preguntando, ¿toda la actividad que desarrolla un rector es académica?, ¿qué me garantiza que un renombrado especialista en física cuántica sea un experto en vericuetos administrativos o buen negociador a la hora de conseguir recursos en los organismos del poder?
Muchas pueden ser las preguntas y planteos para hacer. Se me ocurre que la universidad argentina, en su organización, está bastante desfasada para los tiempos que corren. Digo, y con mucho dolor, creo que pensada para un mundo de hace más de doscientos años y un país de cien años atrás. El Rector es una especie de Presidente en chiquito, y el Presidente no hace más que seguir la tradición de los reyes, vale decir, gobiernos fuertes, personales y arbitrarios. ¿No podemos pensar en otras formas de gobierno?, ¿no podemos pensar que puede haber órganos o mecanismos de participación y control donde decisiones y evaluaciones se tomen desde otras ópticas?, ¿es necesario que sigamos pensando al poder como una cosa que se posee y no como a un conjunto de relaciones? Supongo que a la solución la podemos encontrar entre todos, debatiendo los temas con amplitud y profundidad. Con imaginación y sin tener miedo a poner en cuestión a los dogmas o preconceptos establecidos. Muchas veces lo “políticamente correcto” no es lo más provechoso para el conjunto.
Tal vez la cosa no pase solo por tener un lugar más en los órganos de gobierno tal como están pensados hoy, sino más bien, por la creación de nuevos espacios en donde se haga realidad la democracia, que tengo para mí no es un simple cómputo matemático de manos que se alzan o que recatadamente se retraen, sino el intercambio de ideas. Tener la posibilidad de oír y ser oído aunque luego la decisión final no nos guste.
No es cuestión de que al fiambre se lo coma uno solo; no sólo sería injusto, seguramente iría a contrapelo de los procesos sociales: el empacho, con todas sus consecuencias, sería inevitable. La realidad, como enseña el filósofo de Cabrera, es muy dinámica y se encarga de desmentir, una y otra vez, los dogmas más arraigados.
 


Prof. Justo A. 
Sorondo Ovando. 
Facultad de 
Ciencias Humanas

 
 
 
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