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Sería un despropósito
desconocer la voluntad cívica y científica desarrollada por
varones y mujeres de este país como legítimos emprededores
en la modificación del estadio hegemonizado desde el cual la universalización
neo-liberal nos regimenta. Por si tales esfuerzo individuales no fructifican
será tiempo del gran debate social. Este breviario tiene por intención
recoger el guante que despereza el conformismo y desafía a la verdad.
H i s t o r i a
d e l a a n g u s t i a
Con los efectos de las transformaciones
del presente argentino a la vista, resulta incuestionable valorar el perjuicio
-en ocasiones irreversible- que ha ocasionado a nuestros pueblos del continente
las rupturas de los sistemas constitucionales, fundamentalmente a partir
de dictaduras criminales e ignorantes, para cuyas posteriores restauraciones
las comunidades han pagado un alto precio moral y material cuya cancelación
aparece confiscada a un eterno largo plazo.
Cualquier pretensión
analítica sobre el fenómeno de la crisis interna que nos
afecta debe partir desde los sucesos anteriores y posteriores a la derrota
del ideal revolucionario de las izquierdas latinoamericanas que en muchos
casos sólo quedaron en cerrados intentos. La seguridad ideológica
fue impuesta por las armas militares, a la vez, el sistema democráctico
aportó la resistencia jurídica a cualquier cambio posible.
En nuestro país se
demuestra ahora que el permanente sacrificio institucionalizador del pueblo
ha sido insuficiente, casi irrelevante, por más que los políticos
ensayen reconocimientos pueriles para justificar la precarización.
Desde la política instrumental se cometieron cuanto menos tres fallas
graves: haber claudicado ante el embate organizado del economicismo, haber
puesto en duda el valor de los principios ideológicos y haber corrompido
valores fundamentales en los que se funda la virtud ética.
Desde la economía,
casi por convicción, se soslaya al individuo que jamás debió
ser tratado dentro de las ecuaciones numéricas que se miden primero
por resultados y después por consecuencias. No es de extrañar,
por lo tanto, que los resultados caigan en el rodeo de los poderosos, mientras
a las consecuencias -casi naturalmente- las padecen las mayorías.
Si las leyes no se cumplen,
frente a la falta de respuestas -prácticas o solidarias- a ingentes
necesidades de la sociedad, la revisión de los fundamentos de la
democracia como sistema equitativo deberá operarse indefectiblemente,
admitiendo sin excusas su secular fracaso en el logro de un estado general
de satisfacción para la mayoría de los ciudadanos, el establecimiento
de un orden social justo y la cada vez más utópica plenitud
de la vida espiritual en la prosperidad del individuo. La democracia aplicada
como mal menor propicia indiferencia, es inservible al interés colectivo.
Parte del tema pasa por
que la ideología jamás debe traicionar la fidelidad de su
destinatario. Empero, con maquinaciones cuasi-salvajes, desde el poder
no se ha vacilado en poner en pugna a las ideologías contra el hombre
común, es probable que a sabiendas de producir el desmoronamiento
de un sostén interior de la persona culturalmente invalorable, por
encima aun de la formación y de la misma ciencia, tomadas como presupuesto
de crecimiento. Destruidos los ideales, sólo queda como opción
el recurso de la fe o el desarraigo.
Ultimamente han habido correctivos
a los vicios electorales del sistema que benefician la actitud reflexiva
del ciudadadano, es cierto, pero resta practicar una depuración
quirúrgica de las antañas prácticas partidistas y
defenestrar a los corruptos. No se está bien-se elige mejor-ergo,
la esperanza subyace.
V i g e n c i a
d e l p e n s a m i e n t o
La historia demuestra que
los tiempos han dado mil vueltas en torno a una humanidad pensante e insatisfecha.
Dos mil quinientos años, de supuesta sostenida evolución
del Hombre y la civilización, separan a los grandes fundadores de
la Antiguedad a este posmoderno presente patético, intelectualmente
lúcido. Milenios estos de convivencia entre aquellos principios
genéticos casi naturales y una pléyade de detractores-destructores
de la raza humana, con cuyo fatalismo -ya proveniente de la guerra, ya
originado en los teoremas- se han erigido en niveladores demográficos
del mundo, a partir de la regulación del crimen especulativamente
consentido desde los centros de poder.
Con siglos de positivo pensamiento
racional, con exponentes geniales y tratados escritos a semejanza de las
evidencias, ¿vale continuar con los enunciados de neo-teorías
reformistas, mucho más reconociendo que la racionalidad a ultranza
deja sospechosos nichos oscuros? ¿no se justifica un contenido más
emocional del pensamiento para humanizarlo en la práctica? ¿la
cultura no es acaso la pasión necesaria que nos hace profundos aun
en el pragmatismo filosófico?
No obstante, el pensamiento
no tiene fin. Por una cuestión evolutiva, cuando pareciera erguirse
momentáneamente en el límite la capacidad humana para modificar
el curso de los acontecimientos, el discernimiento está latente
y es lo permanente. Nuestra inconciencia en todo caso, es la resultante
de sucesivas creaciones, resistentes utopías y convincentes tradiciones.
Es probable que, sin una
observación suficientemente diáfana todavía, estemos
atravesando el punto de inflexión de un cambio histórico,
atados a la incertidumbre propia de de una realidad demasiado cotidiana,
casi vulgar, menuda e irreconciliable.
D e s d e
e l h a c e r c u l t u r a l
Desde la apreciación
sensata de la belleza y la imaginación artística de las formas,
al transcurrir de las edades, la cultura ha sido la imperceptible contenedora
de las tensiones y los desvaríos del espíritu. No obstante,
paradojalmente cada vez llega a menos sensibilidades. La negación
del abierto desarrollo cultural de los pueblos no es casual. La manera
no explícita de conculcación se manifiesta tácitamente
en la falta de prioridad de los proyectos culturales, encubiertos de espectáculo
comercial y patinada farandulería.
La empresa cultural sigue
siendo un fuerte contribuyente ético y espiritual genuino desde
la sociedad que no ha aparecido en la potencialidad deseable. En la contemplación,
intuitiva, díscola y desconfiada, habita el reaseguro de su transparencia
y sinceridad.
I n c o n c l u s i ó
n
Hay un gran vacío
ético en el poder, abandonado al extremo que la fachada de anti-ética
le va tan bien -a los gobernantes- que no se amilanan frente al juicio
social y la fatiga de la tolerancia.
El repliegue de los intelectuales
ha contribuido, al menos en parte, a la gravedad de la cuestión.
El contenido ético de las acciones humanas eficaces sintetiza la
humanización de cualquier sistema. Sólo el compromiso de
los intelectuales con la cosa pública y los proyectos políticos,
con el ejercicio pleno de la crítica, puede atenuar la crisis moral
en una primera etapa y consolidar luego la re-puesta en vigencia de los
valores mínimos tradicionales que navegan a la deriva en la mar
del desconcierto.
El compromiso de suyo es
un valor constitutivo del principio de eticidad. La actitud comprometida
contribuye mucho más que la más sagaz obra completa.
La política debe
ser ligada con la ética como parte de la moral política si
es que existe, pero a partir de la decisión conciente e inobjetable
de ocupar el espacio que decimos vacío.
La gloabilización,
impensable otrora sin el crecimiento tecnológico de las comunicaciones,
no es ética, no es justa y no es democrática, al menos por
ahora cuando no se avisoran señales en contrario. Por lo tanto el
histórico desafío de la convivencia social está en
serio riesgo. En la idea de un individuo plural está la falsedad;
el desarraigo es una estrategia intencional que apunta al cerebro de la
identidad
La corrupción, la
desigualdad y el abuso del poder, como directa consecuencia, mayoritariamente
nos dan, en el mejor de los casos, cultural y legalmente un hombre libre,
pero desocupado, denigrado, indigno y mísero. Pobreza e ignorancia
constituyen los signos vitales de la sumisión en modernidad. En
ese marco la libertad es una caricatura.
Se asegura que la solidaridad
es la inmediata contraoferta al individualismo institucionalizado, que
tiene su legitimación en el Derecho -o en los derechos que no por
“humanos” dejan de ser en ocasiones exclusivos y hasta excluyentes-. Quizá.
Siempre que la solidaridad sea entendida como un algo mayor que cualquier
caridad declamatoria ocasional.
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Por estos tiempos de conmoción
en libertad, con oportunismo voraz vemos ganar la calle a los mensajeros
del Apocalipsis quienes, mirando de oblicuo al universo, viven cínicamente
de la primavera escéptica de los desposeídos y niegan la
esperanza de la redención terrena. Profetas y profetizados debieran
ser advertidos de que la salvación primera está, antes que
en deidad alguna, en el sentido común de la Humanidad, en
las virtudes de sus pueblos y de su tradición de predicar la vida.
Dios sólo juzga.
(*) por O m a
r A. I s a g u i r r e
Escritor argentina |