Un hombre desválido  y  fragmentado 
Sorprendentemente, a pesar del acelerado desarrollo tecnológico y las chances inmejorables de comunicación, el desarrollo del hombre como ser humano integral es un proyecto cuyo sentido parece haberse extraviado en los laberintos insomnes del puro crecimiento económico. 
Sumido en las curvas de población, en generalizaciones que permiten arribar a una conclusión, en gráficos que lo parcializan y lo despedazan en «algunos aspectos relevantes», el hombre común observa con extrañeza las macrooperaciones a partir de las cuales sus representantes planean su destino. Porcentajes, harapos abstractos acerca de la pobreza, la desocupación, el déficit en salud y la educación que los sectores dirigentes exhiben para mostrar didácticamente ante las cámaras de TV cuánto conocen acerca de la realidad y cuánto, contradictoriamente, desconocen del resto que esos porcentajes no muestran, que no logran encarnar en un sujeto de piel y hueso. 
Acá abajo, el hombre común sabe muy bien que esas macrorreglas han cambiado el modo de relación con su grupo primario y más extendido...»  que al Juan de acá a la vuelta la mujer lo maltrata y lo desprecia porque ya hace un tiempo que no tiene ni consigue trabajo... Que ni la Manuela de al lado ni los otros que viven cerca quieren ayudarlo...nosotros también tenemos poco y vaya a saber porqué, porque por algo será que lo habrán echado»...  «el otro día vino la asistente social y le dijo  que no podía ser, que no podía estar tanto de vago y el Juan le insistía que se ha cansado de buscar, que no encuentra... y ella le insistía en que le daba el carné para que lo atiendan gratis en el hospital por ahora pero que no sabía hasta cuándo.» 
Acá abajo, el hombre común sabe bien que  «no todos los problemas se pasan por la TV, hay chanchullos que se ocultan y por eso hay que cambiar de intendente y de partido para que no se tapen unos a otros los del partido gobernante.» 
Y también es conciente del recorte geométrico que ocupa su barrio en la ciudad y de las lujosas extensiones blindadas que consumen el verdor y el paisaje;  y de los cuartos que hacinan entre latas y basuras a los que no tienen casa. Lo que él no sabe, lo confiesa, es si los que debieran saberlo y mucho más que saberlo, debieran hacer algo, tienen la misma percepción que él.  El sospecha que no y esto le da una gran sensación de desamparo. 

La relación cultura desarrollo 
Cuando como integrantes del Movimiento Cultural La Fragua(*)  se nos planteó, tal como para este artículo, enmarcar la temática cultural dentro de la problemática del desarrollo, nosotros reflexionábamos así en el documento fundacional: «al proponernos vincular la cultura con el desarrollo ingresamos en un área en la que ambos conceptos, hasta el momento parecen haber tenido destino divergentes. Y esto porque no parecía tener sentido la relación. El desarrollo se suponía sólo ligado a factores económicos, sociales o políticos pero no a lo cultural porque este concepto se refería a un ámbito independiente conformado por las bellas artes, la música culta, el teatro clásico y la literatura. Pero cuando lo cultural se asocia no solamente a los productos sino a los procesos de producción de sentido como una corriente continua que abarca todos los fenómenos sociales, incluso los económicos, entonces la relación cultura desarrollo parece comenzar a cobrar significado.En este sentido retomamos a Néstor García Canclini cuando dice: se acepta que el desarrollo no es solamente una cuestión referida a patrones y niveles materiales, sino también al significado del trabajo y la recreación , al sentido que las sociedades construyen, junto con su producción, en las conciencias y las imagenes, en el consumo y la vida diaria. Por tanto para estudiar el desarrollo y su crisis hay que tener en cuenta tanto las encuestas como el abierto misterio del arte.»   
El arte, esa disciplina cuyo status viene siendo tan subestimado a nivel académico y como tema de importancia en las agendas públicas. Tal como afirma Beatríz Sarlo, el arte parece ser  tema pasado de moda al cual pueden dedicarse universitarios especializados o los propios artistas, pero la cuestión del arte como debate intelectual no figura en ninguna agenda:  «Y sin embargo -dice Sarlo (1995)- no existe otra actividad humana que pueda colocarnos frente a nuestra condición subjetiva y social con la intensidad y la abundancia de sentidos del arte.» 

Una manera de ver y de reconstruir el mundo 
El arte le permite al sujeto trascender y desde su sensibilidad ponerse en contacto con otros, expresarse y establecer una comunidad de intereses que lo relaciona a su entorno social. Desde aquellas estatuillas con las que representaban sus deidades, las escenas de caza de las pinturas rupestres o los gigantescos  monumentos de piedra de la prehistoria, el hombre  ha manifestado simbólicamente su forma de residir en el mundo, formas distintas según los contextos histórico-sociales en los que le ha tocado vivir. Hoy, a través de las obras de arte de los distintos períodos, podemos interpretar los significados que los distintos pueblos han elaborado en torno a las cuestiones cotidianas y las preocupaciones más trascendentes de su propia existencia. 
En el proceso de creación, el artista recupera una nueva mirada sobre el mundo y una conciencia total de sí como hombre. Como ninguna otra actividad, la creación moviliza al sujeto física y psicológicamente pues pone en marcha procesos afectivos, relacionándolo a la vez con su contexto y con la historia cultural de su comunidad.  
Desde este punto de vista, el arte actúa no sólo en el sentido de una revelación, como una forma de conocimiento mundo sino también como una organización axiológica del mismo. Organización axiológica en el sentido de una construcción que se erige según determinados valores: la paz, la solidaridad, la justicia,... Organización que surge como una búsqueda de fines dentro de sí y no fuera. 
El hombre se hace responsable de sí mismo, se hace cargo de sí sin desplazar su ser hacia el exterior, sin perderse en una interminable e inconciente búsqueda que lo llena de insatisfacciones, que lo somete a una conducta regida por la lógica del mercado: ser rentable, eficaz y productivo. 
En el marco de un sistema económico que favorece el individualismo y la competencia exacerbados, en pos de logros medidos en términos de éxito-fracaso, los sistemas éticos en las sociedades actuales ya no tienen como otrora la unívoca fortaleza del ejemplo y la perdurabilidad de la transmisión oral. Hoy las normas se estiran, se reinterpretan y hasta se reforman en aras del prestigio o la conveniencia, acomodándose bonitamente en una suerte de verborragia legal. 
El arte, como interlocutor válido de la conciencia ética puede ser, si se le diera el lugar de importancia que públicamente debiera tener, el desafío a partir del cual emprender un cambio. 

(*) por  P a t r i c i a   B i b i a n a   L u c e r o 
Escritora argentina