|
«No sé
de escritores que propongan la destrucción, el odio entre las comunidades,
el racismo o la destrucción indiscriminada
de los recursos
naturales».
Así
se manifiesta uno de los escritores entrevistados por Margarita Rojas,
en el marco de las Jornadas de “Ética Cívica y Cultura
Democrática en Costa Rica”. A continuación, la presentación
de la Profesora Rojas y extractos de las reflexiones de algunos de ellos.
Podríamos preguntarnos
¿por qué será que la literatura tiene una cualidad
intrínsecamente positiva?
Una primera respuesta está
ya en esa idea antes citada Es decir, que, en esencia, todo arte
verdadero es contrario a valores antihumanistas, que atenten contra la
vida.
Por otro lado, podríamos
considerar el hecho de que toda obra siempre mueve a su lector a una reflexión.
No puede haber un texto literario que no produzca en su lector un pensamiento,
sea a favor o en contra: además del placer estético
inherente, la lectura siempre generará una actividad, un movimiento.
El arte verdadero nos sacará
de la pasividad. Incluso, podríamos aventurar que, si no hay acuerdo
ético entre obra y lector -por ejemplo, con una obra que trate ciertos
temas que contraríen la religiosidad o la moral de algunos lectores-
la provocación que se derive de esa diferencia de posturas en cuanto
a valores, igualmente producirá en el lector un movimiento, de cuestionamiento
o de reforzamiento de los valores propios.
El responsable de ese texto
que provoca, posee, por lo tanto, una especial sensibilidad hacia el entorno,
natural y social. Sensibilidad mayor de incomodidad, de desajuste entre
individuo y mundo, que se traduce luego imaginativamente. La literatura
genera y responde a un tipo de inquietud particular en relación
con el contexto en el que vivimos.
Los escritores que nos brindan
aquí su aporte no ven el entorno de un modo tranquilo. Sus obras
retratan más bien un mundo violento al que el individuo no puede
integrarse. Al abandonar el ámbito seguro de la casa familiar, los
protagonistas de esta nueva literatura deambulan errabundos por las calles
impersonales de la ciudad moderna. Esta realidad se convierte en una pesadilla
y un laberinto sin salida en el que la muerte deviene en una fuerte certeza.
Pero, hostil e incomprensible,
la realidad exterior tampoco muestra el origen de la violencia externa.
Entran también en crisis las múltiples formas de la comunicación:
como relación con el otro en la comunicación amorosa, como
armonía con los semejantes en la utopía política.
Se cuestiona, incluso, la misma literatura como acto comunicativo. Es por
eso que la soledad y la incomunicación aparecen como síntomas
de la crisis de la comunicación en general y la misma narración
literaria se vuelve más difícil, hermética. Más
que vida y convivencia, parece haber sobrevivencia.
Por ello interesa el diálogo
con ellos, con sus textos, para provocar un debate abierto sobre los temas
que emergen de la preocupación por ética cívica y
la cultura democrática. Sus palabras nos servirán para abrir
y provocar el debate que deseamos que se extienda a todos.
Para quien lo escribe, el
texto literario se convierte en cierto momento de su gestación en
un cuestionamiento y un desafío individual. Pero al mismo tiempo,
la obra tiene un múltiple carácter social, no sólo
cuando sale de sus manos y se hace de todos y cada uno de sus lectores.
En este juego de lo individual
y lo social, el texto propicia una identificación: permite al lector
imaginarse a sí mismo en sus personajes y en sus situaciones. Y
así, al tiempo que habla de otro, el lector también puede
leerse en ese texto-otro que lo refleja.
La dimensión ética
que se deriva de esta peculiar situación nos concierne a todos.
Todos, entonces, podemos leer y leernos en los textos que ellos han escrito
para y por nosotros. Todos, en fin, podemos hablar.
(*) por
M a r g a r i t a R o j a s
Profesora de Literatura
costarricense
Detalle de la obra «Las
manos del Dr. Moore» de Diego Rivera. 1940 |