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Recientemente, algunas
publicaciones periodísticas se hicieron eco de las noticias difundidas
por la NASA (Agencia Espacial Norteamericana) respecto del lanzamiento
de la sonda DS-1 (Deep Spcace-1) destinada a la exploración de asteroides
y cometas y al ensayo “en vuelo espacial” de nuevas tecnologías.

Entre estas últimas
se destacaba como hecho novedoso la utilización de un motor iónico
como medio propulsivo principal de la nave. De hecho, esto constituye uno
de los componente más importantes de la misión DS-1: el uso
de la propulsión eléctrica en trayectorias denominadas interplanetarias,
por oposición a las que nos tienen acostumbrados los satélites
de distinto tipo que orbitan nuestro planeta. Debe recordarse que un propulsor
“eléctrico” es, básicamente, un motor cohete en el que la
cecleración de la masa eyectada se logra aprovechando las fuerzas
que campos eléctricos y magnéticos ejercen sobre partículas
cargadas eléctricamente, a diferencia de los propulsores convencionales
que utilizan reacciones químicas.
Pasados los primeros tiempos
de la llamada “era espacial”, marcados por la espectacularidad de los lanzamientos,
muchos de ellos fallidos, los medios de información no han vuelto
a ocuparse, hasta ahora, de esa técnica esencial, siempre presente,
aunque eclipsada por las prestaciones de los artefactos que sirve, que
es la propulsion –la “llave” que abrió las puertas para la conquista
del espacio. Dichos medios suelen actuar como caja de resonancia de los
que ocurre en las sociedad, en consecuencia no podían permanecer
ajenos a un movimiento de ideas en el ámbito de la tecnología
espacial que apunta decididamente a un auge de la propulsión eléctrica,
que luego de décadas de estudios teóricos y de laboratorio,
hoy aparece como una tecnología madura que promete resolver o ayudar
a resolver uno de los problemas técnicos más serios que enfrenta
nuestra civilización, quizás similar al problema del vuelo
de artefactos más pesados que el aire, de fines del siglo pasado.
Al respecto, en dos eventos
científicos de máxima relevancia como el “Space Technology
Applications International Forum” (STAIF) y el Joint Propulsion Conference”,
desarrollados en Alburquerque y en Cleveland respectivamente, en el transcurso
del corriente año, se planteó con toda crudeza la preocupación
manifiesta tanto en la NASA como en otros organismos nacionales norteamericanos
e internacionales, respecto a la necesidad acuciante de reducir substancialmente
los costos de acceso al espacio y de evolución en el mismo, actualmente
del orden de los U$S 20.000/kg., si no se quiere correr el riesgo de ver
desaparecer todo vestigio de actividad espacial dentro de los próximos
veinte años. Este fue básicamente el enfoque utilitario o
mercantilista, de corto plazo, dirigido esencialmente a los estamentos
de toma de decisiones gubernamentales, dominados, como todo el mundo lo
sabe, por mentalidades eminentemente prácticas y sagaces.
A esto se agregó con
mucha fuerza otro enfoque que tales mentes pueden considerar “filosófico”
y desconectado de la realidad pero que no requiere demasiada astucia vincular
al anterior en un sentido eminentemente práctico. Quedó claro,
especialmente en el Foro de Alburquerque, que la pretensión de alcanzar
algún día las estrellas se enfrente, hoy por hoy, a una barrera
infranqueable impuesta más por nuestras limitaciones tecnológicas
que por las leyes de la Física.
Son los mecanismos propulsivos
que manejamos actualmente los determinantes de tal limitación, poco
pueden aportar los portentosos avances en informática, comunicaciones,
materiales, etc., si la masa de propulsante necesario para impulsar tales
equipos a velocidades compatibles con las escala de tiempo de los tripulantes
o aún de los creadores, se mide en varios universos, tratándose
de propulsión química o incluso nuclear. Se impone entonces
la búsqueda de un nuevo paradigma a nivel de los conceptos propulsivos,
es un problema a resolver y su solución no solo hará posible
el vuelo interestelar sino que tendría como subproducto una reducción
monumental del costo de acceso al espacio ya que existe una relación
directa entre dicho costo y la cantidad de propulsante necesaria.
A este fin la NASA a comenzado
a destinar fondos, por ahora limitados, para la búsqueda dentro
de los cánones del método científico, de dichos conceptos,
apuntando a una ingeniería de la innovación y basándose
en una estrategia sumamente interesante denominada “Metodología
de la Misión Horizonte” que consiste en forzar corrimientos de los
paradigmas aceptados, más allá de la mera extrapolación
de las tecnologías existentes, plantenándose objetivos hipotéticos
“imposibles”.
Algunos llaman a esto ingeniería
“Edison”, en contraposición a la denominada ingeniería “de
producto”, orientada por lo general a la satisfacción de estrechos
criterios económicos; puede parecer utópico pero en realidad
es el tipo de ingeniería que aplicaron, no solamente Edison, sino
los hermanos Wright, realizadores del primer vuelo propulsado de un artefacto
más pesado que el aire; Goddard y Von Braun, al desarrollar los
primeros cohetes de propulsantes líquidos; el proyecto Manhatan
que condujo a la primera bomba atómica; y más recientemente,
el proyecto Apollo que culminó con el desembarco de humanos en la
luna.
Volviendo a la propulsión
eléctrica, no hay nada novedoso en cuanto a los principios físicos
involucrados, solo difiere en la implementación de los mismos, pero
constituye un salto cuantitativo en el sentido de abaratar costos, al menos
para viajes dentro del sistema solar, gracias a las elevadas velocidades
de eyección de masa reactiva que es posible obtener sin la limitación
de las energías de reacción química que caracterizan
la propulsión llamada “convencional”. Hay que señalar que
la velocidad de eyección es el parámetro tecnológico
dominante en la “ecuación del Cohete” formulada por Konstantin Tsiolokoski,
ya en 1905.
Nuestro país, por
medio del Instituto Universitario Aeronáutico, no ha quedado totalmente
al margen de esta corriente tecnológica. En efecto, en el marco
del Programa de Consolidación de la Tecnología de Microsatélite
(PCTM) que cuenta con la financiación por parte de la Secretaría
de Ciencia y Tecnología, dependiente del Ministerio de la Producción
de la Provincia de Córdoba, se trabaja en el desarrollo de un Propulsor
de Plasma Pulsante experimental destinado a la corrección de órbita
de microsatélites. Al cabo de un año de trabajo, sobre lo
quem los especialistas llaman un “modelo de laboratorio”, especie de “embrión”
del prototipo de vuelo, se ha logrado su funcionamiento en condiciones
de alto vacío, es decir, análogas a las condiciones que encontrará
su descendiente en el espacio, convirtiéndose en la primera experiencia
de este tipo en el Hemisferio Sur. Esto habla a las claras de la capacidad,
muchas veces desaprovechada, y sistemáticamente ignorada, de los
ingenieros y técnicos del Centro de Investigaciones Aplicadas, herederos
de la tradición científico-tecnológica del ex - IIAE
(Instituto de Investigaciones Aeronáuticas y Espaciales) con raíces
en el Instituto Aerotécnico y la fábrica Militar de Aviones.
Es de destacar que el proyecto
citado ha despertado interés también a nivel nacional lo
que valió la obtención de un subsidio otorgado por la Agencia
Nacional de Promoción de la Ciencia y la Tecnología (ANPCyT)
que complementa la financiación ya mencionada. Por otra parte, la
Facultad de Ingeniería de la UNRC ha sido involucrada en el proyecto
mediante la firma a corto plazo de un protocolo de trabajo según
el cual se compromete a realizar estudios y trabajos de desarrollo relativos
a aspectos accesorios, aunque no menos importante de la propulsión
por plasma, tales como el banco de ensayos para medición de performances,
la electrónica de potencia y de comando de activación del
propulsor.
Son trabajos en escala relativamente
modesta, que tienen la virtud, no obstante, de iluminar con un objetivo
claro, un conjunto de disciplinas y especialidades diversas de la ingeniería,
cuyas metas parciales cobran sentido y se apoyan mutuamente en pos del
objetivo común. Esto representa una experiencia didáctica
importantísima, ya que traslada el ámbito de la Universidad,
un poco de la “atmósfera” multidisciplinaria que se vive en los
grandes proyectos de la ingeniería aeroespacial que desde los albores
de la aviación, han representado lo que los anglosajones llaman
“motores de conocimiento” insuperables. Se genera conocimiento cuando los
científicos e ingenieros se enfrentan a nuevos desafíos en
su afán de dominar la naturaleza, es decir, cuando tienen que abrir
surcos en lo desconocido. No debe esto confundirse con la generación
de habilidades o destrezas; estas son de corto alcance y suelen con mucha
frecuencia conservarse como secretos industriales al servicio de intereses
comerciales; el conocimiento científico es, en general, de largo
alcance y se pone muy rápidamente, por su misma naturaleza, a disposición
del conjunto de la sociedad, constituyéndose en patrimonio de la
humanidad.
Quienes trabajan en esta
técnica apasionante se han propuesto metas portentosas, forzando
los límites de la imaginación hacia lo “imposible”, en la
línea propuesta por Arthur Clarke que escribió “La única
manera de conocer los límites de lo posible, es adentrarse un poco
en lo imposible». Hay quienes pueden pensar que tal actitud conduce
a malgastar talentos e incluso carreras tras objetivos quiméricos;
sin embargo, la probabilidad de alcanzar tales metas es exactamente cero
si nadie osa perseguirlas. Por el contrario, de alcanzarse, los beneficios
para la humanidad serían incalculables ya que con tamaña
“llave”, no solo el espacio, sino el universo entero estarían a
nuestro alcance.
(*) por Héctor
H. Brito
Facultad de Ingeniería
- UNRC
Detalle de la obra «Composición
metafísica»
de Julio Alpuy (Uruguay).
1960 |
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