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Los descubrimientos
continuos sobre las intimidades genéticas de los seres humanos y
sus aplicaciones tienen, por detrás, dos lógicas que los
mueven: el beneficio para la salud y la obtención de ganancias.
Para algunos esas lógicas deberían estar lo más alejadas
posible. Para otros, en cambio, deberían ir de la mano.
Según Carlos Correa,
experto en biotecnología y patentes, “estamos presenciando una carrera
mundial desenfrenada por patentar genes y terapias, antes que finalice
el Proyecto Genoma Humano, porque se busca acaparar información
sobre la salud humana”. El experto, quien es director del la Maestría
en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología
de la UBA, advirtió que la carrera por patentar se “acelerará”
aún más cuando el proyecto llegue a su fin. Y comentó
que en los Estados Unidos se sigue un régimen legal que autoriza
a patentar tanto genes como terapias genéticas. En cambio, en la
Comunidad Europea como en la Argentina existe ya legislación que
no permite ese tipo de patentamientos.
“Distintos grupos de investigadores,
algunos asociados a empresas biotecnológicas, están corriendo
demasiado rápido al patentar –dijo Andrés Carrasco, director
del Laboratorio de Embriología Molecular de la Facultad de Medicina
de la UBA-, pero, yo me pregunto si lo hacen por una necesidad ineludible
o si, en realidad, se están apropiando del conocimiento por las
dudas, pensando que podría llegar a tener algún rédito
económico”.
Carrasco dijo que “en esa
carrera por patentar el conocimiento, las empresas están montando
operaciones de prensa porque así suben sus acciones, mientras habría
que evaluar si las terapias tienen validez, teniendo en cuenta que hubo
pacientes estadounidenses a los que se les aplicó y murieron”.
Mientras que Omar Pivetta,
del Centro Nacional de Genética médica, consideró
que los hallazgos genéticos y sus aplicaciones deberían estar
disponibles para toda la humanidad. En cambio, Daniel Gómez, director
del Laboratorio de Oncología molecular de la Universidad Nacional
de Quilmes, “patentar terapias genéticas –no genes- es aceptable
en la medida en que los investigadores o las empresas resguardan la investigación
inicial que tienen que hacer para desarrollar nuevas ideas”. Y agregó
que “el patentamiento no restringe que el avance científico llegue
a todos, porque al preservarse la propiedad intelectual, las empresas ponen
terapias en el mercado, los pacientes las reciben y el dinero resultante
puede retornar a los expertos que empezaron con el proyecto”.
(*) por Valeria Rotman
Diario Clarín
Obra «Dorado»
de Eduardo Ramírez Villamizar (Colombia). 1957 |